Hace muchos años, estudiantes avanzados de la escuela de negocios me invitaron a observar presentaciones. Su proyecto incluía hacer recomendaciones acerca de cómo utilizar mejor los recursos de una organización sin fines de lucro hipotética que participaba en obras de beneficencia. Doy clases de justicia social católica, que es probablemente el motivo por el que fui invitado a esta pequeña reunión, como si nos dijeran a los que estamos en la rama de humanidades: «Miren; la escuela de negocios no se trata solo de ganancias; ¡también podemos trabajar sin fines de lucro!»
Como San Juan Pablo II, creo que el trabajo es algo bueno, algo que ennoblece, que le permite mantenerse a las personas y a sus familias y producir cosas que otras necesitan. Entonces no había necesidad en realidad de recurrir a la parte de «sin fines de lucro» para quedar bien conmigo. Trabajar para una buena empresa que produce un buen producto y paga un sueldo decente es un gran beneficio social. No hay necesidad de avergonzarse de que la empresa gane dinero, mientras que los precios sean justos y la distribución de las ganancias sea equitativa.
Sin embargo, las organizaciones sin fines de lucro también llevan a cabo trabajo importante. Como sea, siempre me honra estar invitado a casi cualquier reunión si la comida es buena y gratis.
No obstante, dos problemas de estos estudiantes con muy buenas intenciones me llamaron la atención de manera inmediata. El primero es el grado en el que una persona se paraliza a sí misma desde el comienzo si no puede hilar un conjunto de oraciones con buena sintaxis. Las palabras son importantes, realmente significan algo o se supone que deberían. Sus palabras comunican algo de usted, especialmente cuando comunican muy poco de algo más. Una verborrea vacía sugiere una mente vacía. Si supone que «solo se trata de números», entonces usted está equivocado.
Lo que me trae a mi siguiente punto. Mi esposa tiene un lema: «La respuesta siempre son las personas». Este lema también tiene una conclusión: «Si usted trata con gerentes para los cuales la respuesta no son las personas, entonces necesita sacarse de encima a ese gerente lo más rápido posible y encontrar a alguien para el cual la respuesta siempre lo sean».
Aquí estaban esos sinceros jóvenes estudiantes de negocios planeando el futuro de alguna pequeña noble organización sin fines de lucro, haciendo el bien para el mundo, participando en temas de justicia social católica y, sin embargo, no pude evitar pensar: «Los negocios para estos chicos solo se tratan de palancas y poleas. Se trata de poner y sacar números en una planilla. Conseguir un préstamo aquí, ampliar las operaciones allá, reorganizar las operaciones de esta manera, hacer un uso más efectivo de la tecnología de ese modo; pero sobre todo, utilizar las redes sociales para comunicarse. (En mi experiencia, la respuesta universal a todas las preguntas empresariales para los jóvenes de hoy es: «Use las redes sociales para difundir su mensaje».)
¿Qué sucede con la misión de las organizaciones sin fines de lucro y el objetivo para el cual fueron creadas? Sí, sí, nos informaron repetidamente que todas esas diferentes maquinaciones estarían al servicio de «la misión», cualquiera fuera. No estaba claro si los estudiantes habían leído o entendido la misión. ¿Cómo podrían haberlo hecho? Era una organización hipotética y las reales, como todos los negocios reales, están hechas de personas reales que interactúan con otras. En lo que estos estudiantes proponían, no había ninguna muestra de seres humanos reales.
Estos estudiantes, aunque estaban planeando una empresa «noble» sin fines de lucro, recibían el tipo de educación que caracteriza a cierto sector de la clase gerencial de hoy en día, para los cuales «los negocios» significa cambiar «cosas» de lugar, números en una planilla, financiar constantes reorganizaciones de sectores, y redes sociales, todo llevado a cabo con una permanente palabrería vacía (pero entendiendo poco) la verdadera misión, los objetivos que se deben servir, o las personas reales a las que se debe atender.
Cuántos gerentes medios en su empresa pueden parlotear sin parar con vacía devoción acerca de «la misión» de la institución, pero lo que hacen es interrumpir a las personas que realizan el verdadero trabajo al sacarlos y cambiarlos de lugar en «reorganizaciones institucionales» constantes. Conozco a personas que tuvieron cuatro reorganizaciones en los últimos cinco años, seis jefes distintos a quienes debían responder y fueron forzadas a mudarse de oficina tres veces, una vez con un rediseño completo de su espacio de trabajo, desde oficinas cerradas a cubículos.
Si las instituciones hubieran utilizado todo ese tiempo, energía y dinero realizando lo que sus objetivos institucionales decían que se suponía debían hacer, hubieran: (A) sido claramente más productivas; (B) tenido mucho más satisfecho a su personal; y (C) podido pagar a cada trabajador $1000 más al final del año ($3000 si hubieran sacado al vicepresidente con salario de seis cifras que pasaba la mayor parte de su tiempo reorganizando sectores y cambiando de lugar a las personas).
No existen las empresas «hipotéticas» con desafíos «hipotéticos» así como tampoco las familias «comunes, promedio, normales». Hace unos años, un amigo mío leyó una estadística que afirmaba que la «familia promedio» tenía 2,4 hijos. «Eso es absurdo», dijo. «No hay ninguna familia que tenga 0,4 hijos». Esa es la diferencia entre la estadística y la realidad.
Es necesario desafiar a nuestros futuros líderes empresariales a que vayan más allá de los niveles de abstracción matemáticos y mecánicos. Necesitan aprender a caminar por los pasillos y corredores de las empresas que deben atender y conocer y charlar con las personas que trabajan ahí. Solo al empaparse de amor en esa realidad concreta comenzarán a entender las necesidades verdaderas que reclaman ser satisfechas y encontrarán a las personas con las habilidades para hacerlo.
La burocracia desalmada es la «jaula de hierro» de nuestra época. La respuesta siempre son las personas. Si no entiende eso, renuncie. Si está en una universidad que no entiende eso, encuentre otra que lo haga.
La justicia social católica comienza con las personas —trabajadores comunes y corrientes— no con la última moda pasajera de la clase burguesa.
Hágalo pensando en la eternidad, actúe desde su lugar.
Acerca del autor:
Randall Smith es profesor de Teología en la Universidad de St. Thomas en Houston, Texas.