Por Bevil Bramwell
Una señal de que la Iglesia Católica en realidad es la Iglesia de Jesucristo es que es indefectiblemente santa. Esto no quiere decir que todos sus miembros sean santos (tal como en estos tiempos sabemos, lamentablemente) lo cual sería Donatismo o Catarismo, no Catolicismo. Henri de Lubac SJ, un notable estudiante de la Iglesia, escribió una vez que: «Sea un miembro de la jerarquía o no, un católico celoso no puede ser más que un cristiano mediocre».
Entonces, también, estudiar la Iglesia no es como estudiar un error bajo el microscopio. Uno debe aprender de las vidrieras, uno solo ve su significado desde el interior de la Iglesia. Desde adentro, Pío XII enseñó que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. El término significa que Cristo “ha querido que su Iglesia se enriquezca con los abundantes dones del Paráclito, con el fin de que en la dispensación de los frutos divinos de la redención, pueda ser, por el Verbo encarnado, un poderoso instrumento que nunca falle.”
Y Cristo mismo es la Cabeza de su Iglesia (Colosenses 1:18), pero dinámicamente ya que: «Él llena todo el cuerpo con las riquezas de su gloria» (Vaticano II).
Más precisamente: «la Iglesia [es] – humana y divina a la vez, incluso en su visibilidad, ‘sin división y sin confusión’ como Cristo mismo, cuyo Cuerpo ella es, de una manera mística.» (De Lubac) La parte de ser «sin división o confusión «es análogo al dicho del Concilio de Calcedonia (451) sobre las dos naturalezas de Jesucristo.
Entonces la Iglesia es indefectiblemente santa no por lo que hacemos, sino por lo que Dios hace y continúa haciendo en Cristo. La santidad de la Iglesia no cambia, aún cuando su visibilidad en algún momento particular de la historia pueda verse afectada por personas pecaminosas.
Hace dieciséis siglos, San Agustín escribió una carta a Lady Felicia debido a sus preocupaciones sobre la Iglesia en su tiempo: «No dudo, cuando considero tanto su fe como la debilidad o maldad de los demás, que su mente ha sido perturbada, porque incluso un apóstol santo, lleno de amor compasivo, confiesa una experiencia similar, diciendo: ‘¿Quién está débil sin que yo no sienta esa misma debilidad? ¿Quién se ha dejado llevar por mal camino sin que yo arda de enojo?'»(2 Corintios 11:29)
Estas palabras expresan lo que el mismo San Pablo dijo en su tiempo. San Agustín recordó a Felicia las palabras de Jesús: “¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!(Mateo 18: 7) Estos son los hombres de quienes el apóstol dijo: «Buscan lo suyo, no lo que es de Jesucristo» (Filipenses 2:21).
Mucho más allá de estas preocupaciones perennes, participar en la gran nube de santidad de la Iglesia nos lleva a asociaciones incomparables para la salvación. Entonces, de Lubac menciona que no hay:
ningún niño sin madre; no hay personas sin líderes; ninguna santidad adquirida sin un poder santificador y una obra de santificación; ninguna unión efectiva en la vida divina sin una transmisión de esa vida; no hay «comunión de santos», sin una transmisión de cosas santas. Y de manera similar, ninguna asamblea constituida sin una constitución que incluya una jerarquía… así como tampoco ninguna comunidad realizada sin una sociedad en la cual y a través de la cual se realiza.
En cada frase aquí, usó palabras de la gran colección de las Escrituras y los milenios de la tradición impulsada por el Espíritu de la Iglesia.
Solo para explicar una de estas, las palabras «madre» e «hijos» se refieren a que nos relacionan uno con el otro y a Cristo como hijos de una madre amorosa, la Iglesia. Aquí hay muchos paralelismos obvios con María y su papel como Madre de los Fieles.
Pero no debemos olvidar que María está dentro de la Iglesia. El Vaticano II expresó esto de la siguiente manera: María » es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza […] Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es «miembro supereminente y del todo singular de la Iglesia, incluso constituye «la figura» [typus] de la Iglesia”.
La santidad de Cristo hace a María santa y al señalar a Cristo, ella entonces «maternaliza» miembros maravillosos nuevos en la Iglesia, unificándolos para el culto, la santificación y el cumplimiento de la misión de la Iglesia en el mundo. Este es solo un gran efecto de pertenecer a la Santa Iglesia.
Un último ejemplo: De Lubac dijo que no hay «comunión de santos», sin una transmisión de cosas santas «. «Comunión» es una de las pocas palabras que apunta a la nube de interrelaciones en la Iglesia transmitiendo intercesión, gracia y verdad. También apunta a la reunión para la Eucaristía y la Sagrada Comunión, que se comparte en el Pan de los Ángeles.
A pesar de todos sus pecados y fracasos, en la Iglesia, el Dios santo nos mantiene en una comunión verdaderamente maravillosa, de felicidad, y, finalmente, de plenitud.
Acerca del autor:
Bevil Bramwell, OMI, PhD es el ex decano de pregrado en “Catholic Distance University”. Sus libros son: “Laity: Beautiful, Good and True”; “The World of the Sacraments”; “Catholics Readthe Scriptures: Commentaryon Benedict XVI’s Verbum Domini” y, más recientemente, “John Paul II’s Ex Corde Ecclesiae: The Gift of Catholic Universities to the World”.
Si toda la «autoridad» que aporta el autor viene de De Lubac (98%, más o menos), «apaga y vámonos».