El Verbo se hizo carne

Nativity with a Torch by the Le Nain brothers (Antoine, Louis, Mathieu), c. 1635-40 [private collection]
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Por el P. Thomas G. Weinandy, OFM, Cap.

En el Prólogo del Evangelio de Juan, creo que el Evangelista presenta su interpretación teológica de la Navidad, es decir, de la Encarnación.

Juan declara primero: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Dado que el Verbo estaba con Dios y era Dios, existía antes de que comenzara el principio, es decir, antes de la Creación.

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Existiendo antes de que el principio comenzara, “todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” La razón por la cual el Verbo fue el autor de todo lo que llegó a existir es que “en él estaba la vida,” y esa “vida era la luz de los hombres.”

Siendo el Verbo, poseía la plenitud de la vida divina, y así pudo dar vida a todo lo que llegó a existir. La vida divina del Verbo era la luz de los hombres, ya que él era la luz vivificante en la que la humanidad podía contemplar a Dios.

Para Juan, la luz vivificante del Verbo “brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.” Esta es una afirmación enigmática, ya que se refiere a una doble oscuridad.

Primero, el Evangelista, al replicar la primera frase del libro del Génesis, alude a la oscuridad del vacío anterior a la Creación, cuando no existía nada. Esa oscuridad no pudo vencer la luz vivificante del Verbo. Al pronunciar su “Verbo,” Dios dijo: “Sea la luz”; y hubo luz. La primera luz fue la luz vivificante del Verbo de Dios, y en la luz de su Verbo vivificante, Dios crea todo lo que llegó a existir. La oscuridad de la nada sucumbió ante la luz vivificante del Verbo de Dios.

Segundo, la oscuridad entró en la buena Creación de Dios: la oscuridad del pecado y de la muerte. Sin embargo, esta oscuridad no pudo vencer la luz vivificante del Verbo de Dios, ya que el Verbo también brilla en esta oscuridad.

Para Juan, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre venía al mundo. Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, pero el mundo no le conoció.” Habiendo sido creado por el Verbo vivificante, la luz de ese Verbo nunca abandona el mundo. Sin embargo, la oscuridad del mundo humano marcado por el pecado no logró percibir su presencia. No obstante, la luz verdadera que siempre ilumina a la humanidad estaba ahora, una vez más, viniendo al mundo.

Además, el Verbo “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron.” Desde Abraham, Isaac y Jacob, el Verbo encontró un hogar entre los judíos. Por medio de un pacto, los hizo su pueblo singular. Los profetas hablaron sus palabras y anunciaron su venida, pero cuando llegó, su propio pueblo se negó a reconocerlo. No lo conocieron.

Pero a “todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios; los cuales no nacieron de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” Solo recibiendo al Verbo, creyendo en su nombre, llegamos a ser hijos de Dios, no por medios naturales, ni por la carne ni por voluntad humana, sino por el poder de Dios. Solo a través de la fe y del nuevo nacimiento en el Espíritu Santo uno se convierte en hijo de Dios. Pero, ¿en qué “nombre” debe uno creer para que esta transformación se realice?

Aquí, el Prólogo de Juan alcanza su clímax.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre.

Anteriormente, Dios estaba presente en el templo. Allí habitaba entre su pueblo. Ahora, el Verbo, que estaba con Dios y que es Dios antes de que comenzara el principio, ha venido a existir como hombre, y habita en medio de nosotros, como hombre. Es a través de la debilidad de nuestra carne marcada por el pecado que contemplamos su gloria: la gloria de la Cruz y el esplendor de su resurrección. Así como Dios creó todo por medio de su Verbo, ahora el Padre está recreando su Creación caída a través de su Verbo encarnado. El Padre está haciendo un nuevo comienzo por medio de su Hijo unigénito.

Como Verbo del Padre encarnado, posee la plenitud de la gracia, es decir, la plenitud de la bondad salvadora y amorosa del Padre. Él es el autor de la redención de la humanidad. Asimismo, el Verbo Encarnado encarna la plenitud de la verdad, y así disipa las mentiras de Satanás. Por lo tanto, “de su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia.” En, por y con el Verbo encarnado del Padre hay una abundancia de misericordia, bondad y amor. No puede ser superada.

La razón de esta superabundancia es que, mientras “la ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” Finalmente, sabemos quién es el Verbo encarnado. Ahora sabemos el nombre en el cual debemos creer para convertirnos en hijos del Padre. Su nombre es Jesucristo. El ser llamado “Jesús” resalta que el Verbo encarnado es “YHWH-Salva.” El Verbo se hizo carne y habita entre nosotros como nuestro Salvador. Además, Jesús es el Cristo: el Mesías lleno del Espíritu tan esperado. Las promesas de Dios de antaño se han cumplido ahora de una manera que nadie habría esperado.

Asimismo, “nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” Así como el Verbo siempre estuvo con Dios y era Dios, y hace conocer la verdad de Dios, así también el Hijo es Dios y está siempre en el seno del Padre, y así también lo da a conocer.

Contemplar al Verbo Encarnado de Dios es contemplar al Hijo Encarnado del Padre. Como Verbo y como Hijo, Jesucristo manifiesta la plenitud de quién es Dios Padre. Creer en el nombre de Jesús, el Hijo, es convertirse en hijos del Padre llenos del Espíritu. Somos elevados y así habitamos en la misma vida de la Trinidad. ¡Esta es la alegría y el esplendor de la Navidad!

Acerca del autor

Thomas G. Weinandy, OFM, un prolífico escritor y uno de los teólogos vivos más destacados, es exmiembro de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano. Su libro más reciente es el tercer volumen de Jesus Becoming Jesus: A Theological Interpretation of the Gospel of John: The Book of Glory and the Passion and Resurrection Narratives.

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