Por David G Bonagura, Jr.
El mejor póster sobre vocaciones que he visto, sin duda, presenta una fotografía en blanco y negro de un soldado caído. Su cabeza se inclina hacia un lado, y la gran mano derecha de otro soldado, arrodillado al lado de él, le cubre el rostro. Este soldado con casco sostiene un pequeño libro en su mano izquierda. Alrededor de su cuello cuelga la única prenda de color de la foto: una pequeña y delgada estola púrpura. Debajo de la misma se encuentra esta leyenda: «El mundo necesita héroes».
Los católicos admiran a sus sacerdotes, y con razón. Los que han respondido a la llamada para servir al Señor en su altar son hombres valientes, y los que han ingresado en el seminario en los últimos veinte años han demostrado aún más valor. Sin embargo, no estamos acostumbrados a considerar a los sacerdotes como héroes. Deberíamos hacerlo.
Un hombre o una mujer recibe la categoría de héroe cuando su valentía salva a otro u otros del peligro. Los bomberos son héroes cuando rescatan a inocentes de un incendio. Los agentes de policía son héroes cuando detienen a los delincuentes y garantizan así la seguridad en la zona. Los soldados son héroes cuando derrotan al enemigo que nos amenaza. Los deportistas son héroes cuando salvan a sus equipos de la derrota. Los maestros, los consejeros y los trabajadores sociales son héroes cuando sacan a los niños del peligro y los dirigen hacia una vida más plena.
Para que un sacerdote sea un héroe, debe salvarnos de algo. Quizás no vemos a menudo a los sacerdotes como héroes porque hemos negado la realidad de la que el sacerdote fue ordenado para salvarnos: el infierno.
Entre las decenas del Rosario, rezamos: «Oh mi Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno. Conduce todas las almas al cielo especialmente las que más necesitan de tu misericordia». Esto es lo que hace el sacerdote católico, que actúa en la tierra en la persona de Cristo. El infierno es la consecuencia del pecado, de la elección deliberada del mal sobre el bien. Cada acción del sacerdote -desde la Misa que ofrece, los sacramentos que confiere, la doctrina que enseña, hasta el cuello romano que lleva- nos conduce del pecado, del infierno, a Dios.
En el último medio siglo, los católicos han subestimado el pecado y olvidado el infierno. No es de extrañar, entonces, que la mayoría de los católicos no entiendan que nuestra religión trata de la salvación. Cristo nos salvó del peligro del pecado para que pudiéramos vivir con Él para siempre. Él estableció su Iglesia para continuar su obra de salvación, con los sacramentos como medios de su salvación y con los sacerdotes como sus dispensadores ordenados.
Si no existe el infierno, o, al menos, si pretendemos que nadie va al infierno, entonces ¿por qué trabajan tanto los sacerdotes? ¿Para qué tener sacerdotes? Si todo el mundo va al Cielo, entonces el sacerdote no tiene ningún trabajo sobrenatural que hacer. En los asuntos mundanos, puede desempeñar una función de asesoramiento de algún tipo, pero eso lo puede hacer cualquiera. El orden sobrenatural define el papel del sacerdote. Anular el Infierno distorsiona este orden, ya que, como se ha enseñado en las últimas décadas, es un paso fácil desde «hablemos sólo del Cielo» al «hagamos del Cielo un lugar en la tierra». ¿Qué hombre inteligente querría sacrificar su vida para servir a fines materialistas?
Sólo reequilibrando nuestra visión sobrenatural -que el pecado hace un daño real, que el Infierno es real, que los sacramentos transmiten una gracia real y que necesitamos la gracia de Dios para llegar al Cielo- veremos un aumento de las vocaciones sacerdotales tras décadas de declive. Los hombres, por naturaleza, se sienten atraídos por el papel de héroe, y están dispuestos a hacer sacrificios para llegar a él. Por eso los superhéroes han resultado tan populares: hablan de un anhelo primordial en el corazón masculino de ser un salvador.
Para que florezca, este deseo innato tiene que ser cultivado desde fuera. Los hombres necesitan ver a otros hombres haciendo sacrificios, y necesitan que estos héroes les inviten personalmente a unirse a ellos. Necesitan el apoyo material y moral de las comunidades a las que sirven como recordatorio de que lo que hacen se valora. Y necesitan saber que los peligros que se han ofrecido a combatir siguen siendo amenazas.
Lo mismo ocurre con los potenciales sacerdotes-héroes. Necesitan ver a los sacerdotes ordenados trabajando enérgicamente para salvar almas del infierno y para el cielo. Necesitan que estos sacerdotes les inviten a seguir la vocación sacerdotal. Necesitan el apoyo moral y material de sus familias, amigos, obispos y directores de seminarios. Y necesitan saber que cada sacramento que confieren tiene un significado eterno para las almas a su cargo, ya que, sin los sacramentos, sus compañeros católicos son más susceptibles de seguir las promesas vacías de Satanás hacia el castigo eterno.
En otras palabras, el sacerdote es un héroe porque lo que hace cada día es una cuestión de vida o muerte: vida eterna o muerte eterna.
A algunos católicos les molesta que se llame a los sacerdotes héroes por miedo a que ese discurso genere un clericalismo generalizado, que, por la forma en que se discute, parece ser el único boleto seguro al infierno en el mundo contemporáneo. Incluso el Papa Francisco, que cabría esperar que fuera el mayor animador del mundo de las vocaciones, parece pensar así. Recientemente visitó un seminario italiano con un mensaje diseñado no para inspirar a futuros héroes, sino para reprender el «clericalismo» y la «rigidez».
¿Podríamos imaginar a un reclutador del ejército que, en lugar de hablar de servicio, sacrificio y patriotismo, advirtiera a los potenciales alistados sobre la posibilidad de cometer crímenes de guerra?
Dejar que un posible abuso anule el uso más amplio del sacerdocio es garantizar una mayor disminución de las futuras vocaciones.
Si los católicos pueden volver a creer que el infierno es real y que sin la misa y los sacramentos podemos caer allí, veremos a los hombres acercarse con ganas de ser héroes, no por su propio ego, sino por el bien de la Iglesia. Las sombras nocivas del infierno pueden abrir el camino a más vocaciones.
Acerca del autor:
David G. Bonagura Jr. enseña en el Seminario St. Joseph, Nueva York. Es el autor de Steadfast in Faith: Catholicism and the Challenges of Secularism y Staying with the Catholic Church: Trusting God’s Plan of Salvation..
MUY BUENO. CON PROFUNDO SENTIDO SOBRENATURAL.
RECEMOS POR LA CONVERSION Y SANTIFICACION DE LOS SACERDOTES
Así lo haré cuando vea a los párrocos de mi parroquia y todos los de las parroquias de alrededor sentados al menos una hora a la semana en el confesionario y no dejar a ninguna alma escapar sin un funeral. De momento dejémoslos en funcionarios eclesiales.
P.D. Por cierto, adónde van últimamente mis comentarios. Creo que no ofendo.