Por Robert Royal
El año pasado, Sumisión, la novela de Michel Houellebecq fue un éxito de ventas y un referente cultural en Francia. Es minuciosamente esclarecedora con respecto de la religión y la vida pública en nuestras adineradas, desgastadas naciones occidentales (hasta hay un capítulo en el cual el protagonista tiene una visión de la Virgen María, aunque ella se retira y él no se convierte). Sin embargo, para los propósitos actuales, vale la pena contemplar otra parte de la historia: debido a las divisiones entre liberales y conservadores, un musulmán «moderado» se convierte en presidente de Francia. Reparte ministerios (similares a nuestros cargos en el gabinete) a diferentes partidos (no musulmanes), una práctica tradicional francesa que les da participación en el gobierno.
Se reserva un solo ministerio para su partido: el de educación. En poco tiempo, esto descompagina a Francia. Ya que en las escuelas y universidades en todo el país trabajan profesores y directores que básicamente no creen en nada, no es difícil cambiar las cosas, aun las grandes cosas, cuando alguien que cree en algo toma el poder. En la Sorbonne ficticia de Houellebecq, por ejemplo, los profesores se jubilan, se los aparta o compra, o se los seduce con grandes cantidades de dinero de los Estados del Golfo. Todo el país, incluida la clase intelectual, pronto desarrolla una vibra musulmana.
No obstante, pasemos de esa ficción a los Estados Unidos del mundo real, 2017: un nuevo presidente prestó juramento y de a poco se está aprobando su gabinete. Sin embargo, en lo que los antropólogos llaman momentos «liminales» como este —cuando pasamos de un lugar a otro— aparecen grandes temas con nueva claridad. Las incertidumbres —y ansiedades— de esta transición particular hacen que entender ciertas cuestiones sea más urgente que nunca.
Nuestras defensas nacionales parecen estar en mejores manos ahora. El nuevo ministro de defensa, el general James Mattis, fue el primer (y de manera más favorable) aprobado, con motivos fundados. No solo era un buen comandante de la infantería de marina sino que es lector y pensador. Brindo una completa revelación: mi familia tiene razones personales para estar agradecida con él, pero voy a dejar pasar los detalles. Aunque la nuestra es una sola de muchas historias acerca de su personalidad; luego de retirarse, nada menos que recorrió el país en automóvil para visitar las familias de los soldados que murieron bajo su mando.
Nuestra economía es relativamente fuerte según los estándares mundiales actuales, por muy difícil que resulte creer. Las personas que el presidente Trump nombró parecen entender los principios de una economía sólida, quizás hasta mejor que el mismo Trump. No obstante, si bien los principios pueden ser claros, las circunstancias siempre están cambiando. El mejor economista que alguna vez conocí una vez me comentó acerca de una decisión política, «Es correcta, mientras las cosas sean iguales; pero nunca lo son». Pronto veremos si el nuevo equipo económico es tan prudente y efectivo como parece ser el de defensa.
Aunque, a medida que estas audiencias se prolongaban, algo me seguía molestando. Un cristiano, como cualquier otro ciudadano, sabe que las condiciones materiales de un país —seguridad y prosperidad— son importantes, y hasta pueden afectar las cosas no materiales. Sin embargo, un cristiano tampoco puede alejarse mucho de la frase dominical —dirigida al diablo, nada menos— que el hombre no solo vive de pan (o seguridad física).
Mirar el interrogatorio de Betsy DeVos, la candidata a ministra de educación, me recordó aquel dicho, y la novela de Houellebecq. DeVos es una fuerte defensora de la libre elección de escuela, lo cual es considerado por el sistema educativo como una forma de racismo y un esfuerzo mezquino y con mala intención por destruir la educación pública, aunque el sistema mismo ya hizo un buen trabajo con esto último.
Las personas hablan mucho sobre el fracaso de las escuelas de barrios marginados, con lo cual quieren decir que las escuelas del gobierno no brindan los conocimientos necesarios para triunfar en nuestra economía. Es cierto; los alumnos necesitan aprender cómo mantener el cuerpo y el alma juntos. Ayudaría si las escuelas estatales también aceptaran que la mayor parte de las personas cuerdas creen que son más que cuerpos.
Asimismo, hay mucho más en juego. Las escuelas —aun en zonas acomodadas— tampoco enseñan muy bien nuestras tradiciones constitucionales, religiosas y sociales. Para ellas, el tradicional Estados Unidos es injusto, intolerante y elitista. Fueron nuestros colegios secundarios y universidades los que les enseñaron a millones de estadounidenses a hablar el idioma vulgar de la furiosa superioridad moral que presenciamos en la «Marcha de las mujeres» el día después de la asunción.
Los sindicatos, grupos académicos, nuestros desafortunados medios de comunicación afirman que aquellos que querían más control local y elección personal de las escuelas en realidad solo quieren bajar los impuestos y abandonar a los pobres. De hecho, hay una amenaza aun mayor a su status quo. Será un gran logro en sí mismo, si Trump triunfa, como lo hizo Reagan, en hacer nuevamente al patriotismo y la religiosidad partes vibrantes de nuestra vida pública. Sin embargo, sabemos que eso no puede durar mucho si nuestras escuelas y universidades continúan impulsando la enseñanza estatista, secularista y políticamente correcta.
No me sorprendió, entonces, que tanto Elizabeth Warren como Bernie Sanders rehusaran estrechar la mano de Betsy DeVos cuando ingresó a su audiencia; saben cuánto está en juego en su nombramiento. Es una mujer muy acaudalada; intentaron hacer parecer como si ese detalle fuera descalificador o algo para avergonzarse. Es cierto, nunca se educó en escuelas públicas, ¿por qué debería haberlo hecho? Los senadores y diputados que vienen a Washington pocas veces les permiten a sus hijos concurrir a las escuelas del D.C., con mucha razón.
Washington está cuarta en el gasto por estudiante entre las grandes ciudades de Estados Unidos, y en el puesto 106 en materia de resultados. El sistema ni siquiera puede decir cuántos empleados o alumnos tiene. A diferencia de sus críticos, Betsy DeVos invirtió mucho dinero —el suyo propio— en mejorar la educación, no solo en hablar acerca de este tema.
Sin embargo, a DeVos se la denosta porque su ministerio moldeará el futuro a largo plazo. La educación es un juego prolongado y pocos tienen la paciencia de jugarlo en nuestro mundo digital; pero no se engañe, necesitamos una economía más fuerte y un espíritu militar y nacional. Aunque pueden ser removidos con facilidad si continuamos permitiendo a los estudiantes pasar doce años con profesores y regímenes políticamente correctos vigentes en la actualidad.
Los cambios en la cima, como en la Francia musulmana ficticia de Houellebecq, pueden producir cambies en todos lados, y la clase dirigente lo sabe.
Acerca del autor:
Robert Royal es editor jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Su libro más reciente es A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century, publicado por Ignatius Press. The God That Did Not Fail: How Religion Built and Sustains the West está disponible actualmente en edición de bolsillo de Encounter Books.