Por Bevil Bramwell, OMI
La cultura siempre influencia al catolicismo en diversas formas. En la cultura sentimental de los Estados Unidos, para señalar un doloroso ejemplo, las personas responden con frecuencia a situaciones basadas en sentimientos en vez de la razón o el pensamiento. Entonces ahora en el catolicismo estadounidense, por ejemplo, si el sacerdote comienza la misa con todo tipo de saludos seguidos por, «El Señor esté con ustedes», no está trabajando con el significado completo de las palabras de la misa. La profundidad espiritual de aquellas palabras trasciende en forma considerable la de «Bienvenidos, gracias por venir», o «feliz año nuevo». El sacerdote tampoco ayuda a su gente a comprender lo maravilloso de estas palabras, de estar ciertamente en Cristo. Por el contrario, comienza con palabras sentimentales que no tienen profundidad espiritual.
La profundidad solo viene de lo que conocemos de la revelación divina. En el saludo, el sacerdote reza para que el espíritu de Dios actúe con dinamismo en esta reunión específica de la comunidad, que está junta, aquí y hoy, para ofrecer alabanza. Esto es sobrecogedor y no tiene nada que ver con lo que podría estar pasando en la cultura. Dios actúa aquí y ahora, en esta iglesia en especial, para redimir a su gente y continuar su transformación del mundo.
El sentimentalismo a menudo mueve a algunos católicos a votar por un partido con normas que son anticatólicas y antihumanas. Quizás fue debido a sentimientos o hábitos o conveniencia o alguna clase de identificación superficial con un candidato. De nuevo, la perspectiva que los votantes católicos en realidad necesitan viene de la revelación divina. Corregir el desequilibrio entre la razón y los sentimientos incluye restituir a conciencia las decisiones políticas bajo el paraguas de la teología moral católica: conceptos reales que captan verdades reales.
Que nos acaricien nuestras emociones en vez de subir la escalera del funcionamiento humano y hacer que la razón pese en temas serios podría ser aceptable para algunos de nosotros. Sin embargo, a todos en nuestras almas nos dieron los poderes de vivir una vida auténtica; la prédica y enseñanza tienen que sacarlos a relucir.
La prudencia es uno de los principales signos de autenticidad. Se la llama virtud, no en el sentido de que es solo para el 1 por ciento que quiere ser santo. Es para todos los que quieran proceder de una manera auténticamente humana. La Enciclopedia Católica define a la prudencia como: «un hábito intelectual que nos permite en cualquier momento dado ver de los asuntos humanos lo que es virtuoso y lo que no lo es, y cómo venir a uno y evitar el otro. Es preciso señalar que la prudencia, mientras que posee en cierto modo un imperio sobre todas las virtudes morales, ella misma apunta a perfeccionar no la voluntad sino el intelecto en sus decisiones prácticas».
La prudencia nos indica hacer un esfuerzo para encontrar información y análisis racional acerca de qué es adecuado hacer en una determinada situación, y cómo hacerlo. Esto requiere humildad y, con franqueza, trabajo pesado. Humildad porque muchas veces no sabemos lo que necesitamos saber; y trabajo pesado porque necesitamos trabajar para descubrirlo. La prudencia conduce a la acción humana genuina, que es a lo que aspiramos cuando participamos en la liturgia así como en la vida diaria.
El Papa emérito Benedicto XVI una vez, cuando todavía era un humilde profesor, dijo: «el hombre no llega a su esencia si simplemente se abandona a su inclinación natural. Para en verdad convertirse en hombre, debe enfrentar esta inclinación; debe dar un giro: hasta las aguas de su naturaleza no suben por su propia voluntad». Esta nueva profundidad de ser humano se desarrolla a medida que Dios nos da el regalo de nuestro ser verdadero.
El sentimentalismo interfiere con la capacidad de actuar del clero. Escuchar que: «Nos gusta el padre X» es gratificante, pero ¿nos ayuda a desarrollarnos como cristianos? ¿O nos deja sin cambios y desafíos? ¿Debo ir y pedirle que actúe como sacerdote? La larga historia de profesionalizar el sacerdocio eliminó la interacción con el sacerdote de la mayoría de las personas. No obstante, él es el cristiano con mayor y más costosa formación que existe.
La razón de ser del clero es guiar a la comunidad a la fe más profunda. Por el contario, sentimentalizar el clero les permite ir a su lugar feliz, el despacho, en vez de estar afuera donde las personas interactúan con ellos por muchas horas al día para aprender a seguir mejor a Cristo.
Un último punto acerca de la liturgia: participar en ella supone una respuesta intelectual. Las emociones que ella suscita pueden ser buenas a su modo; pero primero necesitamos conocer de qué manera somos parte de la gran historia de salvación. Necesitamos saber que Jesucristo habla como la Palabra en las lecturas y la homilía, que está presente en lo que parece ser pan y vino; y saber, cuando vamos a casa, que hemos participado en la santificación del mundo.
Nuestras emociones deberían encontrar un lugar en la liturgia, pero están a pleno cuando se las une a entender la maravilla intelectual de lo que hace el espíritu de Dios. La liturgia es un conjunto de acciones muy simples que tienen vastas implicaciones espirituales. Sin embargo, solo lo veremos si nos acercamos por completo —cuerpo, mente, espíritu—a la mesa.
Acerca del autor:
Fray Bevil Bramwell, OMI, es doctor en filosofía y ex rector universitario en la Catholic Distance University. Sus libros son: Laity: Beautiful, Good and True; The World of the Sacraments; y, más recientemente, Catholics Read the Scriptures: Commentary on Benedict XVI’s Verbum Domini.
Yo añadiría bergogliano.