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Auténtica reforma, sin cisma

Fathers Ratzinger and Congar, 1962
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Por Eduardo J. Echeverría

En el discurso de apertura del Sínodo sobre la sinodalidad, el Papa Francisco se refirió, de pasada, al libro del eclesiólogo y ecumenista católico francés, Yves Congar O.P. (1904-1995), Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. Sin explicación, Francisco cita de forma abreviada a Congar: «‘No hay que crear otra Iglesia, sino crear una Iglesia diferente‘. Ese es el reto». ¿Cuál es la diferencia entre «otra Iglesia» y una «Iglesia diferente»? Supongo que Francisco está enfatizando la igualdad eclesial, de manera que la Iglesia siga siendo la misma incluso a través de una auténtica reforma. Sin embargo, a diferencia de Congar, Francisco no hace referencia a las condiciones de una auténtica reforma, sin cisma.

Francisco es un poco sensible a la crítica de que la sinodalidad corre el riesgo de tratar a una Iglesia que escucha y dialoga como un fin en sí mismo -una serie abierta de discusiones sobre el contenido normativo del cristianismo- en lugar de como un instrumento al servicio de la Iglesia docente, que profundiza nuestra comprensión de la fe normativa de la Iglesia.

Volviendo a Congar, entonces, ¿cómo distingue el gran dominico entre la verdadera y la falsa reforma en la Iglesia, dejando claras las condiciones para una auténtica reforma sin cisma? Estas condiciones son cuatro.

1) ¿Qué quiere decir Congar al afirmar que el reto de todo su libro «no es cambiar la Iglesia, sino [cambiar] algo dentro de ella»? Explica: «No necesitamos crear otra Iglesia; lo que necesitamos en cierta medida es una Iglesia que sea otra». En resumen, no es la Iglesia como tal la que se pone en cuestión. Es la Iglesia como realidad existente la que se renueva. «La Iglesia preexiste al esfuerzo de reforma y, por tanto, no es objeto de descubrimiento, recuperación o creación». La Iglesia como tal posee «elementos inmutables divinamente instituidos y [también] elementos sujetos a cambio» (Sacrosanctum Concilium, nº 21).

Congar hace referencia en este contexto a la noción de «doble fidelidad»:

Hay un tipo de fidelidad que existe sólo a nivel de las formas y fórmulas articuladas [de la enseñanza dogmática de la Iglesia]. Pero existe también una fidelidad que incluye la posibilidad de superar esas formas (…) a través de una penetración más profunda en el principio [dogmático] o a través de un movimiento más intenso hacia la realización.

Esta doble fidelidad alude a la distinción entre verdades proposicionales de fe y sus reformulaciones. En efecto, las formulaciones pueden cambiar, pero no el contenido fundamental de la fe, porque el sentido y la verdad de esta última permanecen siempre iguales. La auténtica reforma excluye el relativismo doctrinal.

Igualmente, sobre el ecumenismo católico, en particular sobre la cuestión de la unidad y la diversidad eclesial, Congar insiste en que esa unidad es un hecho, un don, que ya existe en la Iglesia Católica, y no algo que perseguimos desde el punto de partida de la diversidad no católica de las confesiones cristianas. Congar insiste con razón: «Por su parte, un ecumenismo católico no puede olvidar que la Iglesia de Cristo y de los apóstoles existe. Por lo tanto, el punto de partida del ecumenismo católico es esta iglesia existente, y su objetivo es fortalecer dentro de la iglesia las fuentes de catolicidad que busca integrar y respetar todas sus legítimas diferencias.»

En resumen, el desarrollo ecuménico «sería el de la Iglesia católica, y en este sentido no sería otra iglesia, es decir, un cuerpo eclesial distinto de la Iglesia Católica, la Iglesia de Cristo y de los apóstoles». La auténtica reforma del ecumenismo católico excluye el relativismo eclesial en el que la Iglesia Católica es una entre muchas iglesias.

2) Congar estipula que para evitar caer en el cisma, la llamada a la auténtica reforma requiere permanecer en «comunión con toda la Iglesia». Explica que es la condición para conocer, pero también para profundizar en la verdad:

Sólo a través de la comunión con todo el cuerpo, que a su vez está sometido a la guía del magisterio [véase Lumen Gentium, nº 12], puede alguien captar una verdad en su totalidad. Es claramente imposible que las personas individuales puedan conocer y profesar toda la verdad por sí mismas. Cuando estamos en comunión con todo el cuerpo, [con la Iglesia una, santa, católica y apostólica] tenemos el beneficio de las correcciones, las aclaraciones y la plenitud [de la verdad] que todo el cuerpo nos ofrece.

Esta conclusión nos devuelve al primer punto de Congar de que la Iglesia Católica como realidad ya existente es un punto de partida de la auténtica reforma.

3) Historia y verdad: La aclaración de la verdad doctrinal inmutable tiene una dimensión histórica. Según Congar, la historia muestra una continuidad, es más, una identidad que persiste desde el depósito apostólico, que es un dato revelado determinado, hasta las afirmaciones desarrolladas del dogma de la Iglesia. Aunque las verdades de la fe se expresen de forma diferente, deben mantenerse dentro de unos límites determinados. Es decir, hay que determinar siempre si esas reformulaciones conservan el mismo sentido y median el mismo juicio de verdad. El auténtico desarrollo dogmático debe preservar la continuidad material, la identidad y la universalidad de esas verdades, desplegando y, por tanto, enriqueciendo nuestra comprensión de la verdad. Significativamente, Congar concluye: «Debe quedar claro que lo que es verdadero sigue siendo verdadero, a pesar del flujo del tiempo».

4) Ressourcement: «Renovación genuina a través de un retorno al principio de la tradición (no a través de la introducción forzada de alguna ‘novedad’)». Congar llama a la Iglesia a volver a las fuentes autorizadas de la fe -la Escritura y la Tradición- en aras de revitalizar el presente, es decir, la interpretación bíblica, la teología, en suma, la Iglesia de hoy, «todo bajo la guía del magisterio.»  «Al acoger [el retorno a las «fuentes» en el ressourcement], las autoridades lo prueban, lo dirigen, lo mantienen dentro de los límites y lo corrigen. Para que un movimiento, especialmente un movimiento de reforma, llegue a ser verdaderamente un movimiento eclesial, una reforma de la Iglesia, y no desviado o cismático, tiene que insertarse dentro de las líneas establecidas de la estructura de la Iglesia.»

Estas son las condiciones necesarias para realizar la reforma dentro de la Iglesia. Sin atenderlas tendremos cisma o desorden en la Iglesia. El Sínodo sobre la sinodalidad haría bien en atender muy cuidadosamente estas condiciones.

Acerca del autor:

Eduardo J. Echeverria es profesor de Filosofía y Teología Sistemática en el Sacred Heart Major Seminary en Detroit. Entre sus publicaciones se encuentran Pope Francis: The Legacy of Vatican II (2015) y Revelation, History, and Truth: A Hermeneutics of Dogma. (2018).

Comentarios
1 comentarios en “Auténtica reforma, sin cisma
  1. Reformular las dogmas de la fe puede sonar bonito en teoría, pero conviene recordar cómo se fue formulando los dogmas trinitarios y cristólogicos desde el Concilio de Nicea hasta el Segundo Concilioi de Nicea de 787, que trató del iconoclasimo que era un tema relacionado con la cristología. Se trata de un esfuerzo gigantesco que tuvo que superar muchos obstáculos. Varias partes de la Iglesia se separaron creando cismas como la Iglesia Nestoriana, las Iglesias que rechazaron la importantísima Definición (horos en griego) del Concilio de Calcedonia. Creo que siendo realistas no se puede mejorar las formulas que se basan en parte en la filosofía griega considerando el estado desastrosa de la filosofía actual. Hay un dicho en inglés que reza: «si no está roto, no lo arregles». Se trata pues de un trabajo de catequesis para enseñar a la gente el significado de las fórmulas dogmáticas y no crear nuevas.

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