Acompañar a los inocentes en el error

Feast in the House of Simon the Pharisee by Peter Paul Rubens, c. 1618 [Hermitage, St. Petersburg, Russia]. “Certain of the justice and morality of his position, Christ, and his disciples as they take in the words of their teacher, stand against the Pharisees, on whose faces we can read lack of comprehension, annoyance, and even anger.”
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Por Timothy V. Vaverek

Los cardenales, obispos y sacerdotes que promueven la «Nueva Moral» creen que el acompañamiento pastoral exige aceptar el comportamiento de cualquier persona cuya conciencia esté firmemente, aunque inocentemente, equivocada (por ejemplo, en materia de sexualidad).

En realidad, este enfoque niega la verdad llena de gracia que Jesús trae para corregir tanto las conciencias culpables como las inocentes, para que podamos vivir libre y abundantemente. En lugar de dar rienda suelta al error, el Buen Pastor envió a la Iglesia a enseñar al mundo «a observar todo lo que he mandado».

Para apreciar el verdadero alcance y finalidad del acompañamiento pastoral, debemos reconocer que Cristo no se centra únicamente en el pecado y el perdón. Si sus preocupaciones fueran tan estrechas, podríamos, como los partidarios de la Nueva Moral, dejar que la gente languideciera en un error inocente. Pero Él tiene un objetivo infinitamente mayor: nuestra participación en su vida y en su obra salvadora.

Al unirnos a Él en la conversión transformadora y continua de la metanoia vivida en fidelidad a Él y a su Evangelio, Jesús nos libera tanto del pecado como del error. De este modo, reordena nuestra identidad y nuestra vida para que, como hijos de Dios, podamos llegar a ser íntegros y ayudar a sanar a los demás con nuestro testimonio y nuestra oración.

Para acompañar correctamente a las personas equivocadas sobre su identidad y el propósito de la vida, los ministros de la Iglesia y los miembros laicos deben evitar dos extremos. No podemos tratarlos como malvados cuando inocentemente actúan mal y no podemos dejarlos ignorantes de Cristo, que es el camino, la verdad y la vida.

Tal enfoque exige tomar en serio el daño causado por errores inocentes. La sinceridad de un error excluye la culpabilidad, pero no las consecuencias. Envenenar accidentalmente a alguien sigue matándolo. Enseñar que la actividad sexual fuera del matrimonio es natural o beneficiosa no evita los daños físicos, psicológicos y espirituales que puede sufrir una persona, y que se desbordan a la pareja, la familia y la comunidad.

Así pues, disipar los errores con compasión promueve una vida mejor para todos. E indicar que alguien se equivoca ayuda a liberarlo. Este tipo de corrección es un servicio, no una condena.

Los practicantes de la Nueva Moral insisten, en cambio, en que es poco realista y erróneo anunciar la verdad a quienes están sincera y firmemente en el error. Afirman que las personas con la conciencia tranquila deben ser «acogidas» y «afirmadas» como miembros plenamente integrados en la Iglesia, incluida la admisión a la Sagrada Comunión.

Nótese la implicación radical: la Iglesia debe dejar de abordar públicamente los errores para no ofender. Proclamar que cualquier creencia o comportamiento específico (por ejemplo, los prejuicios étnicos o la actividad sexual sin estar casado) viola el amor a Dios y al prójimo podría dar lugar a que alguna persona sincera se sintiera juzgada.

La lógica va más allá. No basta con sentir compasión por quienes están equivocados: debemos aceptar como buenos los aspectos erróneos de su identidad y su comportamiento. Al fin y al cabo, no sería muy «afirmativo» si nos limitáramos a «tolerar» esos aspectos por considerar a la persona ignorante de la verdad o incapaz de vivirla.

Estas suposiciones erróneas son evidentes, por ejemplo, en el preocupante enfoque de los neomoralistas sobre las parejas homosexuales. Invocan en voz alta la enseñanza sobre la conciencia sincera para afirmar tales uniones, pero ocultan que la enseñanza también considera pecaminosa la actividad homosexual para cualquiera que entienda correctamente la sexualidad y actúe libremente. Los líderes del movimiento proponen ahora superar esa incoherencia declarando moralmente bueno ese mal comportamiento.

Pero si la Iglesia no puede proclamar públicamente la verdad sobre la vida humana y los cristianos pueden participar en cualquier comportamiento aprobado por su conciencia, ¿en qué se convierte su testimonio unificado y fiel de Cristo y de su Buena Nueva liberadora y dadora de vida? La Nueva Moral no mejora la misión de la Iglesia; sofoca el Evangelio y el florecimiento humano.

El acompañamiento pastoral de los que se equivocan debe estar enraizado en Jesús. Él no ocultó la verdad ni eximió a los inocentemente equivocados de la necesidad de cambiar su corazón y su mente. Llamó a todos a emprender la metanoia de dejar a un lado tanto el pecado como el error para vivir más libres y ricos en Él.

Cristo proclamó la verdad con compasión y esperanza, prometiendo estar con nosotros y hacer posible la fidelidad independientemente de las circunstancias. Sabía que muchos oyentes se sentirían confundidos o juzgados y que algunos se marcharían, pero insistió en que no hay otro camino para la vida.

La Iglesia, entonces, acompaña adecuadamente a los que están en el error sólo llevándoles consistentemente a Jesús – Su verdad y amor. Eso requiere disciplinar a los miembros de su cuerpo que, inocentemente o no, se apartan del Evangelio. De lo contrario, la Iglesia dejaría de ayudar a los heridos y de fomentar un testimonio comunitario.

Ese testimonio es una participación en Cristo y en su obra, a través de la cual la Iglesia y sus miembros hacen presente la vida transformadora que Él ofrece. Este «Evangelio vivo» atrae a los demás, los une a Jesús y los capacita para vivir como hijos de Dios. Les ayuda a descubrir su verdadera identidad y el sentido eterno de sus alegrías y penas. Y lo que es más importante, les educa en un amor capaz de sacrificarse para cumplir los mandamientos de Cristo en cualquier situación, incluso renunciando a la familia o a la vida, porque Él se sacrificó primero por ellos.

Si algunos descubren que no pueden, en conciencia, vivir así, no están abandonados. Jesús ofrece su gracia fuera de los sacramentos. El testimonio, la compasión y la oración de la Iglesia siguen abrazándolos.

La razón por la que no pueden compartir completamente la vida eclesial no es el pecado; es su falso testimonio. Niegan inocentemente algunas verdades sobre Jesús, su Evangelio y la auténtica vida humana. Atrapados en ese error dañino, rechazan el testimonio y la corrección de la Iglesia. Por tanto, es obvio que no quieren o no pueden unirse enteramente a su vida y misión.

Acompañar a esas personas con el Evangelio vivo puede iluminarlas y liberarlas. Si finalmente aceptan los mandamientos de Cristo (y la lucha por vivir de acuerdo con ellos), son bienvenidos a participar plenamente en la Iglesia mientras buscamos juntos los dones de perdón y fidelidad de Dios.

Lo que no nos está permitido a ninguno de nosotros -cardenales, obispos, sacerdotes o laicos- es sustituir el Evangelio vivido, proclamado y transmitido por Cristo en su Iglesia por la conciencia. Jesús, y no nuestro juicio sincero, es la auténtica fuente y medida de la identidad y la vida de cada persona. Ningún otro acompañamiento puede sanarnos y salvarnos.

Acerca del autor:

Padre Timothy V. Vaverek, doctor en Teología Sagrada, ha sido sacerdote de la Diócesis de Austin desde 1985 y actualmente es párroco de la parroquia de Asunción en la ciudad de West. Sus estudios fueron en Dogmática con énfasis en Eclesiología, Ministerio Apostólico, Newman y Ecumenismo. Su nuevo libro es As I Have Loved You: Rediscovering Our Salvation in Christ  (Emmaus Road Publishing). Haga clic aquí para ver la entrevista de Scott Hahn al p. Vaverek acerca del libro.

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