La verdad me hará libre

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 Meditación en torno a la liturgia de la Palabra del jueves de la octava de pascua, ciclo B


  Todos queremos vivir felices, y por lógica, evitar el dolor. Especialmente cuando ese dolor implica el ver lo que hemos hecho mal. El enfrentar nuestras malas acciones. Es allí cuando puede colarse una tentación: la de querer evadir la responsabilidad. Para eso satanás es astuto y presenta excusas: decirnos que debemos ir para adelante, o que no tengamos una mirada negativa o decirnos que debemos se misericordiosos. Pero en medio de esas verdades, entrelaza el veneno: el de la mentira ¿Por qué? Porque el no querer ver las obras malas realizadas lleva a que no se tome conciencia, a que no haya arrepentimiento, un concreto propósito de enmienda y se asuman las consecuencias y las satisfacciones necesarias. Uno podría decir ¿Acaso la Iglesia no nos habla del perdón y misericordia? Sí, pero recordemos que el perdón lo inventó Jesucristo, y tiene unos pasos. Y en ellos está de suyo, como necesario, la toma de conciencia fruto del ver el mal cara a cara el mal, sin maquillarlo. Es lo que dice San Juan: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1Jn 1, 8-10).   Las lecturas de hoy nos pueden iluminar más el camino; San Pedro luego del milagro con el paralítico en Jerusalén, tiene una oportunidad de oro: muchos lo ven con buenos ojos y podría ganarse a muchísima gente. La lógica le aconsejaría que en su discurso sea simpático, agrade a todos y aproveche el momento. Pero hace lo inverso: «Al ver esto, Pedro dijo al pueblo El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos» (Hch 3, 11ss). Curiosamente podrían criticarlo de imprudente, pero el hecho, aunque son encarcelados inicialmente, termina bien: «Se hicieron bautizar unos tres mil». Ello ¿A qué se debe? Ya decía el Señor, «solo la verdad os hará libres» (Jn 8, 32), por eso Pedro, a renglón seguido, afirma ante los fariseos: «Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Es más significativo aún el Evangelio de hoy: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo» (Lc 24, 35ss), dice el Señor. Jesucristo usa el aspecto físico para demostrar que es Él y no una ilusión, y que por ende ha vencido a la muerte. Podría haber escogido enseñar la cabeza, su corazón o cualquier otra parte del cuerpo, pero tanto aquí como en varios episodios más, en especial el que se da con Santo Tomás (haciéndolo meter sus manos en los huecos de los clavos y la lanza), escoge los pies y las manos ¿Por qué? Por una razón: mantienen los signos de la pasión. Podríamos decir que si ya venció el Señor, es mejor mirar para adelante y olvidarnos lo de atrás, o buscar tener una mirada positiva fruto del domingo de resurrección, olvidando el viernes terrible. Pero el Señor no quiere eso; quiere que estos Evangelios lo digan claramente; quiere que sus discípulos vean los signos de la cruz en su cuerpo resucitado; quiere que la sábana santa mantenga milagrosamente los signos del calvario; desea que los que son bendecidos a lo largo de la historia con los estigmas, recuerden a la humanidad su propio sufrimiento. Busca que el signo de identificación del cristiano, la señal de la cruz, sea justamente el símbolo de su martirio. Ello ¿Por qué? Porque como ya había dicho, «solo la verdad hace libres». Y el cristiano, nosotros, somos pecadores, y nuestro pecado llevó a Cristo a la cruz.   Buscar obviar lo malo con seudo excusas piadosas que distorsionan el mensaje del Señor, es mala señal y puede llevar a la mentira, y manifestar la presencia de satanás. Sólo el ver de verdad lo que pasó y asumir nuestra responsabilidad como es (como cuando uno va a confesare al confesionario), nos puede llevar a Cristo vencedor. Él enseña los huecos que el pecado generó en Él por la cruz, pero lo hace no para llevarnos a una vida sin esperanza y de fracaso, sino para mostrar que Él vence ese mal. Que los clavos y la cruz no tienen la última palabra y que si aceptamos sin maquillaje la culpabilidad y nos arrepentimos, hacemos penitencia y vivimos el propósito de enmienda, su triunfo se hace nuestro y los huecos de los clavos en nosotros, encuentran curación porque Él es el médico que nos ama y lo puede todo. Cualquier otro camino que busque enmelar el pecado, es un engaño. Quien quiera excusar o disfrazar el mal cometido, no busca asumir su responsabilidad. Y no cree ni confía en Dios, pues al haberse puesto soberbiamente como la medida de su vida, sabe que en sí mismo no hay remedio y prefiere esconder lo malo para mostrar otra realidad; para aparentar otro tipo de vida. El pecador que confía en Dios, no esconde su pecado ni las marcas de los clavos, o como San Pedro, no tiene miedo a denunciar lo malo abiertamente, sabiendo en quién ha puesto su confianza.   Ahora bien ¿Nosotros mostramos las marcas de los clavos en las manos y los pies de nuestros pecados? ¿Enfrentamos el mal cometido sin quitarle cuerpo a la responsabilidad, como San Pedro valientemente lo hizo? ¿O creemos en las excusas piadosas y seudo religiosas que el demonio nos pone delante? ¿Somos de los que escondemos los signos de los clavos para evitar el qué dirán? No olvidemos que si queremos ser libres y curados, solo la verdad marca el camino. No tengamos miedo a afrontar lo que sea, así sea grave y doloroso el pecado cometido y la enfermedad adquirida, porque solo ver con claridad, aunque sea doloroso, los huecos de las manos y los pies que nuestros pecados han generado, nos llevará a que el Señor, bondadoso y poderoso, pueda sanarnos y curararnos. Por eso, «si ya has pecado, estás en las tinieblas; mas, confesando tus tinieblas, merecerás que ellas sean iluminadas; pero, defendiendo tus tinieblas, las oscureces más y más» (San Agustín, EP, 138,15)  

Comentarios
0 comentarios en “La verdad me hará libre
  1. Estimado Jean Pierre. Recién leo esta reflexión, cuanta actualidad tiene ella. Que el Señor de los Milagros te bendiga y proteja y que nuestra madre Virgen Inmaculada del Rosario te acompañe siempre.

    Afectuosamente

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