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Una herida abierta… La noche de Iguala

¿Quién los mató? Esa respuesta es la que podría desestabilizar a todo un sistema político aún impune en las sombras de la corrupción.
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Editorial Centro Católico Multimedial.- Al cumplirse siete años de la desaparición de los 43 normalistas de la escuela normal rural de Ayotzinapa «Raúl Isidro Burgos», el desmantelamiento de la llamada verdad histórica aun no da respuestas acerca de quiénes y porqué fueron secuestrados y desaparecidos los estudiantes en la trágica noche de Iguala del 26-27 de septiembre de 2014.

En los 2555 días de este calvario, la sociedad parece haberse acostumbrado y sólo un antimonumento, el ahora campamento permanente instalado en Paseo de la Reforma frente al desocupado edificio que fue la sede de la PGR, es ya parte del paisaje urbano en medio de la indiferencia de millones que ven las lonas con los rostros de los jóvenes desaparecidos perpetuándose así una herida muy profunda que se niega a sanar.

La noche de Iguala es el permanente recuerdo de lo que nuestra sociedad y sistema político es realmente. La colusión de autoridades civiles, políticos corruptos, fuerzas armadas y grupos del crimen organizado parecen ser la mezcla letal que, en unas horas, pusieron un nombre, Ayotzinapa, en el escenario internacional por ser de los casos criminales contra los derechos humanos más deleznables en la última década. De acuerdo con el Centro de Derechos Humanos “Miguel Agustín Pro”, el “saldo de la cruenta noche es brutal…  A pesar del proceso de búsqueda de verdad y justicia que iniciaron las y los familiares de los desaparecidos y de las víctimas de ejecución, la obstrucción de la investigación por parte de las autoridades ha impedido que la verdad de los hechos ocurridos a los normalistas de Ayotzinapa el 26 y 27 de septiembre de 2014 sea conocido por las familias y por toda la sociedad; y por ende, tampoco se ha investigado, procesado y sancionado a todos los responsables de dichos sucesos”.

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) reprobó esos dolorosos hechos. Tardíamente, 29 de octubre, un mes después de esta tragedia, un escueto comunicado firmado por el Consejo de la Presidencia encabezado por el cardenal José Francisco Robles Ortega, manifestó la “solidaridad a los familiares de los 43 normalistas desaparecidos, por quienes hemos orado insistentemente a Dios…” y  exhortó “a las fuerzas políticas y a la sociedad en general a actuar con responsabilidad y no lucrar políticamente con esta desgracia, ni convertirla en bandera para causar daños a terceros o provocar desestabilización…”

Incluso el Papa Francisco envío un mensaje de apoyo y solidaridad a las familias de los desaparecidos y se vislumbró la posibilidad de una reunión con los padres de los normalistas en la visita que hizo a México en 2016. Admitió que era una llaga abierta, pero no pudo reunirse con ellos debido al intenso cabildeo de las autoridades de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Peña Nieto que impidió el encuentro bajo el pretexto de que era prácticamente imposible que el Papa recibiera a todos esos grupos.

No obstante, en diversas ocasiones, representantes eclesiásticos han emitido su opinión condenando los hechos además de acompañar a las familias de los desaparecidos. El 6 de noviembre de 2014, el entonces obispo de San Cristóbal de las Casas, cardenal Felipe Arizmendi, vio en el caso un motivo de examen de conciencia nacional preguntándose: “¿Qué pasa en nuestro país? ¿Cuáles son las causas de estos vergonzosos hechos, que lamentablemente no son únicos? Se han encontrado fosas clandestinas con muchos cadáveres de desconocidos, de quienes no había noticia. Hace años, en San Fernando, Tamaulipas, hicieron algo parecido con migrantes centroamericanos. Esto significa que Ayotzinapa no es un caso aislado. Por la despiadada guerra entre cárteles de la droga, hay asesinatos de toda índole, con un sadismo inaudito…”

El recientemente galardonado con el premio “Sentimientos del Pueblo”, el obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, circunscripción donde está Iguala, da acompañamiento permanente a los padres de los normalistas desaparecidos. Ha presidido en Basílica de Guadalupe la eucaristía por ellos y sus familias. Al echarse abajo la presunta verdad histórica, el obispo Rangel mostró un cuidado optimismo para que las investigaciones avancen hacia a la verdad, se juzgue y condene a los responsables; sin embargo, para el prelado, esa herida “persistirá mientras no se sepa a verdad… «

Sobra decir que el actual gobierno de México tiene pendiente esta deuda. Juró resolver la cuestión de la noche de Iguala para saber qué pasó con los normalistas. Hace un año, los padres y madres dijeron al presidente López Obrador, “No tenemos nada”. En más de un millar de tomos de la investigación, el laberinto no parece tener salida pronta. ¿Quién los mató? Esa respuesta es la que podría desestabilizar a todo un sistema político aún impune en las sombras de la corrupción.

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