Arquimedios Guadalajara / Cuando leyó la invitación laboral en el Facebook, Merari pensó en su hijo. Era la oportunidad que venía buscando para trabajar y en la solución a sus problemas.
Ser madre era claramente un desafío de vida a sus 19 años. Nadie que no sea mamá puede decir qué se siente cuando un hijo pide de comer o un dulce y no hay dinero para comprárselo.
Una madre es capaz de todo para que sus hijos coman. El padre casi siempre puede irse y abandonarlos, pero en ellas no predomina el sentimiento de la indiferencia frente a la necesidad no satisfecha de los hijos. En ellas, el abandono es la excepción. Su sola naturaleza es la de proteger.
Su deseo de finalmente tener un trabajo para costear la manutención de su hijo y la propia le impidió a Merari atender la advertencia de su hermana de no creer en el contenido del aviso en el Facebook.
Ni Merari ni todos los que terminaron en el rancho de Teuchitlán son culpables de nada. Ni de darle me gusta a la publicación, ni de creer en el contenido de la misma.
En la desesperación de no encontrar trabajo. De recibir un “no” como respuesta cuando llegaban con su solicitud de empleo a una empresa y con muchas ganas de trabajar, que de pronto leyeran, sin detenerse en los detalles, que alguien está pagando cuatro o 12 mil pesos semanales para laborar como vigilante de seguridad, albañil o cualquier otra actividad aparentemente legal, es casi una bendición. El fin de la búsqueda de un empleo.
En el origen de la motivación que ahora conocemos por los familiares, hay una constante detrás de la pirámide de zapatos y ropas encontradas en el rancho Izaguirre: no solo que la mayoría de los desaparecidos son jóvenes, sino que buscaban un empleo, cerca o lejos del lugar de residencia.
La mayoría -ahora se confirma- tomaron unas pocas pertenencias que metieron en sus mochilas, y se dirigieron a la central de autobuses nueva, para acudir a su cita laboral. Otros, como Merari, se desplazaron de Zapopan a la dirección indicada o de Estados como Colima.
Que nuestros jóvenes, provenientes de familias de escasos recursos, anden buscando un trabajo a los 18 o 20 años nos dice también otra cosa: que hace falta mucho más para que el Estado avance en su lucha para atender las causas de la pobreza y para generar empleos dignos que vayan más allá de programas oficiales
El 20 de mayo del 2024 cuando subió al Uber que le fue enviado para buscarla y llevarla al supuesto centro de trabajo, Merari se tomó una foto que compartió en su red social para dejar constancia de que por fin su búsqueda de empleo había terminado y que se asomaba la solución a sus problemas y necesidades económicas. Que por fin en su vida había algo de suerte. No volvió a comunicarse con sus familiares. Su celular se apagó. La madre comenzó su búsqueda.
De entre el montón de ropa y zapatos (ahora convertido en un símbolo mundial de los desaparecidos en Jalisco y México) su madre reconoció los de su hija. Una madre no se equivoca nunca cuando se trata de conocer y sentir a los hijos, así estén a miles de kilómetros. El latir y el sonido del corazón de un hijo es único. Insustituible. Nunca se apaga
En la Vice Fiscalía Especial en Búsqueda de Personas Desaparecidas de Jalisco le dijeron que es imposible identificar a Merari y a otros con la prueba de ADN por los grados en lo que fueron presuntamente calcinados, basado en los huesos encontrados por el grupo de Guerreros Buscadores el día que allanaron el rancho y se abrió la Caja de Pandora que tiene al país y al mundo frente a una realidad que nos cimbra en el presente y nos lleva al pasado que no quisiéramos repetir ni menos vivir.
La esperanza de su madre y hermana, ahora, es la que mantenemos muchos sobre también todos los demás que no han vuelto a casa, que Merari aparezca viva y la foto que se tome mañana sea una donde esté sonriendo, abrazando a su hijo.