¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mí regazo? (Del Nican Mopohua).
Pbro. Adrián Ramos Ruelas / Arquimedios Guadalajara.- En México nos seguimos preparando para celebrar en unos cuantos años (2031) el medio milenio de las apariciones de Santa María de Guadalupe a San Juan Diego. Este acontecimiento ocurrido en el Cerro del Tepeyac entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531 ha dejado una profunda huella en la religiosidad y en la cultura de la Hispanidad y una estela de santidad.
Destacamos, como frutos de la “espiritualidad guadalupana”, al indio San Juan Diego, oriundo de Cuautitlán, Estado de México. Él fue canonizado por el Papa Juan Pablo II el 31 de julio del 2002. Juan Diego Cuauhtlatoatzin (“águila que habla” o “el que habla como águila”, en lengua náhuatl) nació en 1474 en Cuautitlán, poblado del reino de Texcoco, en los alrededores de la actual capital mexicana.
Era de etnia chichimeca y fue bautizado por los primeros misioneros franciscanos en 1524, tres años después de la conquista de Tenochtitlán, y un lustro después asumía la muerte de su mujer María Lucía, con quien tuvo dos hijos. En el tiempo de las apariciones, Juan Diego era un hombre maduro, de unos 57 años, y vivía humildemente con su abuelo. Aún después del Acontecimiento Guadalupano, Juan Diego llevó una vida austera. En sus últimos años dejó sus posesiones terrenas para servir en el templo de la Virgen. Murió el 30 de mayo de 1548, pero antes narró cómo había ocurrido su encuentro con la Madre de Dios en el Tepeyac.
PRIMER SANTO INDIGENA MEXICANO
San Juan Pablo II al canonizarlo en la Basílica de Guadalupe de México, el 31 de julio de 2002, lo convirtió en el primer santo indígena de México y señaló en su homilía: “Encomiendo a la valiosa intercesión de san Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan dentro de mi corazón”.
Nuestros santos y beatos mexicanos forjaron sus virtudes con el auxilio de la Virgen Morena. Muchos de ellos la invocaron antes de ser martirizados.
El Papa San Juan Pablo II le cobró un gran amor a la Virgen de Guadalupe. Le encomendó en su primera visita su pontificado (1979). En cada una de sus visitas a México se detenía ante su bendita imagen para orar por los fieles de estas tierras. Recordamos su expresión: “México siempre fiel”.
La Basílica de Guadalupe es el gran crisol en que se ha fundido lo mejor del pueblo indígena y criollo de México para sacar de allí el oro de una fe de altísimos kilates, que ha dado santos, mártires, confesores, fundadores, pastores y el río caudal de pueblo cristiano, sencillo y fiel.
¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE ELLOS?
1) Escuchar a la Virgen con corazón dispuesto.
2) Catar sus disposiciones llevando su mensaje de amor a los hermanos.
3) Confiar en su protección y cuidados.