Recordando a un buen obispo, Don Ramón Godínez Flores

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Este 25 de octubre, el obispo de Aguascalientes, Ramón Godínez Flores, cumpliría 65 años de haber sido ordenado al sacerdocio en 1959. Quienes le recuerdan lo toman por gigante, no sólo por su talla física, sino su altura espiritual y pastoral que marcó una parte de la Iglesia católica de México.

Hombre amable, de gestos diplomáticos y firmes, condujo la secretaría de la Conferencia del Episcopado Mexicano bajo las presidencias de los arzobispos Adolfo Antonio Suárez Rivera de Monterrey y Sergio Obeso Rivera de Xalapa. Ramón Godínez nació en 1936 en Jamay, pueblo que dejó a los once años.  Hijo de una familia de cuatro hermanos, ingresó al Seminario siendo niño. Algunos aspectos de su vida familiar los contó a un programa de radio de Aguascalientes llamado “Ya no hay respeto”.

Enviado a la Gregoriana de Roma, terminó sus estudios teológicos y de derecho canónico. Fue ordenado en  la capilla del Colegio Pío Latinoamericano por la imposición de manos del cardenal Antonio Samoré quien fue nuncio apostólico en Colombia y mediador entre Chile y Argentina para solucionar el conflicto que amenazaba desatar una guerra por la posesión de las islas del Canal de Bagle.

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Godínez Flores celebró su primera misa en Jamay dos años después al regresar a México. Su celo pastoral y dedicación fueron las columnas que le irían encaminando hacia el episcopado. Quizá por eso, el arzobispo Salazar López le puso en una misión nada sencilla para un neopresbítero: la formación de los futuros sacerdotes. Acompañó a los enfermos, era una misión a la que dedicó buena parte de su tiempo. Sus responsabilidades eran comunes en la Iglesia: profesor de asignaturas eclesiásticas y de derecho canónico, prefecto de disciplina, director espiritual, vicario parroquial, presidente del Consejo presbiteral de la arquidiócesis de Guadalajara y canciller de la curia del arzobispado hasta que en 1980, Juan Pablo II le designa auxiliar de Guadalajara siendo consagrado por el cardenal José Salazar López.

Conocí a don Ramón Godínez hace 30 años, en 1994, en la postefervescencia de la nueva situación jurídica de las iglesias y las reformas constitucionales de 1992, las de las relaciones Iglesia-Estado del neoliberalismo de Carlos Salinas. Una nueva rama apenas se desprendía del gran árbol de las disciplinas jurídicas, la del derecho eclesiástico mexicano. Recién egresado de la hoy FES Aragón de la UNAM, mi interés por el derecho eclesiástico me llevaron a tocar las puertas de la secretaría general de la CEM donde conocí al obispo para afianzar una amistad que perduró hasta su llegada como VI obispo de Aguascalientes. Mis investigaciones en la biblioteca y archivos de la secretaría de la CEM fueron aparejadas con los sabios y prudentes consejos que lograron consolidar mi tesis de licenciatura, la cual agradecí al obispo Ramón Godínez. Esa misma tesis fue premiada a nivel nacional por la CNDH en un concurso a las mejores tesis de derechos humanos.

Aparte de lo anterior, recuerdo gratamente los gestos, acciones y palabras de ese obispo gigante. Una noche, después de haber celebrado misa en Basílica de Guadalupe, tomamos camino hacia el edificio de la CEM en prolongación Misterios. Salvo dos o tres parroquianos, la soledad de la calle me hacía temer por la seguridad personal y la del obispo; sin embargo, su rostro tenía una gran sonrisa. Salíamos del recinto cuando una persona de la calle se nos acercó de forma intimidante para pedir dinero. Quizá ya estaba acostumbrado, pero don Ramón se acercó a él y le puso la mano en la frente para trazar la señal de la cruz: “El Señor te dé su paz”, le dijo y, después, metió su mano en el bolsillo para darle ¡unos dulces! El pobre los tomó, lo miró a los ojos y le agradeció. Comprendí una cosa: Su gran alegría fue el sencillo gesto de que alguien se acercase para bendecirlo sin temor.

Ya en la sede de Aguascalientes, procuramos mantener una esporádica comunicación epistolar. Conservo aún una sentida carta de 2003,  muy sincera y dilecta. Un recuerdo vivo de ese gran obispo que, a la lejanía, muchos recuerdan sólo por eso del dinero malo que se lava con agua bendita.

Dos día después de su cumpleaños, el 20 de abril de 2007, dejó de existir. Eso fue algo que lamenté mucho, especialmente por no haberle saludado previo a esa enfermedad fulminante. Las pocas líneas de su testamento son, a la vez, las del testimonio que se eleva a los cielos. Un obispo bueno, sencillo y santo. Ese que, como amigo de Cristo, acumuló tesoros en el paraíso.

“Mi Testamento. Abril 13 de 2007.

El viernes 9 de marzo vinieron los doctores José A. Rodríguez y David Martínez y me dieron más datos sobre mi situación.

Como fruto de la endoscopia aparece también un tumor maligno adherido al páncreas que es necesario tratar o con cirugía o con quimioterapia. Como consecuencia de todo esto, he pensado en arreglar mis cosas y prepararme para el encuentro definitivo con el Señor.

En cuanto a mis propiedades materiales no tengo nada de que disponer.

Señor ten misericordia de mi, gracias por la vida, por la fe y por la vocación ministerial.

Ramón Godínez Flores, Obispo de Aguascalientes”.

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