París no vale una misa

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Arnold Omar Jiménez / Arquimedios Guadalajara.- Lo ocurrido en la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024 ha generado una polémica intensa en el mundo entero. A estas alturas todo mundo sabe lo ocurrido: hubo una burda e inexplicable burla “parodiando” el bellísimo cuadro de la Última Cena del gran Leonardo Da Vinci; tras de este grotesco escenario, hay un desprecio frontal y descarado no sólo a lo más sagrado del catolicismo: la Eucaristía, sino a todos los valores del cristianismo que han cimentado la civilización occidental, incluso la francesa, considerada cuna del laicismo.

Para analizar con seriedad lo ocurrido, es importante evidenciar con argumentos los hechos y buscar sus causas, ya sean próximas y remotas. Lo ocurrido en la inauguración de estos Juegos Olímpicos fue una clara afrenta al cristianismo. No, no se trató de una representación de El Festín de los Dioses (Obra de Van Biljert del Siglo XVII), de haber sido así nada cambiaría. En efecto, la obra de Biliert, tiene claras connotaciones blasfemas y provocadoras por sus alusiones directas al cristianismo.

La representación hacía mofa de la Última Cena, pero además de una manera grotesca, con estos personajes llamados drag que hacía aún más evidente. En medio de esta innecesaria “representación” había niños que, literalmente, exhibían sin recato sus partes íntimas. En fin, la “parodia” era de la Última Cena y no es una opinión, es un hecho reconocido por los mismos protagonistas al diario Le Parisien al siguiente día. Y el hecho queda aún más claro si nos remitimos al organizador de la inauguración del evento olímpico: Thomas Jolly, director de teatro, dramaturgo, autodenominado queer, quien con su compañía intenta “reinventar” las obras clásicas para darles un “toque moderno” y quien constantemente en sus obras hace mofa de los valores cristianos en un intento de “crítica audaz”.

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Este es el hecho, así de claro. Y tiene algunas causas, la primera es política: Francia es liderada por un gobierno de izquierda que intenta aparentar cercanía al centro izquierda, pero que ideológicamente se carga a la ultraizquierda, anticristiana, proaborto, progresista, revisionista… Por eso, en la ceremonia inaugural no hubo referencias a lo que no son capaces de tolerar y, por ello, se exaltó a Simone de Beauvoir y se dejó de lado a Juana de Arco y, evidentemente, ninguna alusión al innegable aporte cristiano. Y así llegamos a la segunda causa: la ideológica, el wokismo. Esta corriente que intenta imponer una sola visión de la realidad en donde los valores de antaño no sólo no tienen cabida, son condenables, punibles, y tienen que ser desterrados del espectro sociopolítico mediante claras imposiciones.

El wokismo, con rasgos totalitarios e inquisitorios, se impone y se impuso al menos cultural y mediáticamente a una gran parte de la Francia cuyos valores (igualdad, libertad y fraternidad) manipulados y llevados al extremo ideológico, la están borrando del mapa, no geográficamente, sino culturalmente. El wokismo menosprecia al cristianismo, lo denigra y ridiculiza.

Por otra parte, ha encontrado en los radicalismos franceses y en el cambio de época el caldo del cultivo ideal para crecer al grado de que hoy el deporte, una de las actividades más nobles. El hecho ha servido de pretexto para la mofa anticristiana y la división.

Frente a la magnitud de lo ocurrido, el criterio para quienes creemos, ha de ser radicalmente cristiano: sí, la denuncia profética, valiente y clara. Pero también exige el perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Grave error sería enarbolar banderas de supuestas “batallas culturales” que utilizan el maniqueísmo como clave de lectura y nos encierran en una autoreferencialidad enfermiza, moviendo el “péndulo del reloj” al otro extremo ideológico . “Paris, bien vale una Misa”, pero hoy vale hasta mil deprecaciones.

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