«Ese día, dos de ellos iban caminando hacia una aldea llamada Emaús,
situada a unos diez kilómetros de Jerusalén.
Iban conversando sobre todo lo que había sucedido.
Mientras hablaban y discutían, Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos,
pero algo en sus ojos impedía que lo reconocieran».
Lucas 24,13-16
Muy queridos hermanos en el episcopado:
El impacto de la pandemia ha sido tan fuerte que quizá, como los discípulos de Emaús, puso algo en nuestros ojos que nos ha impedido, en ocasiones, reconocer a Jesús en todos los afectados por las diferentes crisis que se acentuaron en estos recientes dos años. Lamentamos el fallecimiento de obispos, sacerdotes, consagrados y agentes de pastoral a causa del COVID-19.
La contingencia nos afectó gravemente en lo sanitario, lo económico, en la inseguridad y la violencia, que ya eran un flagelo para nuestro pueblo, en especial para los más pobres, y que se han vuelto más evidentes en este trienio. Ha sido una tormenta que ha puesto en peligro la estabilidad de nuestra barca eclesial.
Sin embargo, y como los discípulos de Emaús, creo que hemos abierto los ojos para responder a estas crisis, tratando de hacerlo de la mejor manera. No obstante, la contingencia, y atendiendo las disposiciones de las autoridades, hemos continuado en todas las diócesis la catequesis a través de medios virtuales, hemos llegado a miles de hogares con eucaristías transmitidas por las diferentes redes sociales y, especialmente, nuestra pastoral social ha buscado aliviar, aunque sea un poco, el sufrimiento de nuestro pueblo.
Son muchos los aprendizajes adquiridos y más los que todavía tenemos pendientes. El Papa Francisco nos ha invitado a salir mejores de esta crisis, a no regresar a prácticas de antaño que, de una manera u otra, la facilitaron. Es por ello que, pidiéndole a Dios como lo hizo el Papa Francisco en la vacía Plaza de San Pedro, que “no nos abandone a merced de la tormenta”, necesitamos redoblar nuestra atención a las emergencias que nos hemos planteado en estos años: los migrantes, los jóvenes y los sacerdotes.
En nuestro PGP 2031-2033 nos comprometimos a “Recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros” (p. 59). Hoy más que nunca, con las oleadas de migración que hemos recibido en los últimos meses, este compromiso se convierte en una urgencia que espera ser atendida por nosotros. Estamos ante un problema que compete no sólo a los obispos de las diócesis fronterizas, sino a todos nosotros, y necesitamos trabajar no sólo con quienes llegan a nuestro país, sino con quienes se niegan a recibirlos, a darles trabajo. Rechazar a un migrante, tenemos que gritarlo, es rechazar a Jesús.
También asumimos el compromiso de atender otra emergencia: los jóvenes, en especial los más vulnerables. Fue por ello que escribimos: “(Necesitamos) Realizar proyectos pastorales encaminados a acompañar y ayudar a los jóvenes en riesgo de: violencia, narcotráfico, prostitución, trata de personas, etc., con ambientes más sanos que les ayude a desarrollar su espíritu juvenil” (p. 66). Pese a los grandes esfuerzos que ha hecho nuestra pastoral juvenil, en especial con el impulso del Sínodo de los jóvenes del 2018, muchos de ellos nos sienten lejanos. Necesitamos acercarnos más y hablarles en su lenguaje.
Y los Sacerdotes son también para nosotros una emergencia. Por ello nos propusimos: “Implementar experiencias de acompañamiento y formación permanente para los presbíteros, que propicien la vivencia de un encuentro con Jesucristo vivo, para que, en el contacto continuo con Él, fortalezcan sus esfuerzos de conversión personal y pastoral” (p.61). Que no nos vean como los policías que los estamos vigilando ni como los jueces que los queremos condenar, sino como los padres que los quieren escuchar y como hermanos que los acompañan en su vida y ministerio. Ojalá que además de ser nuestros principales colaboradores sean nuestros mejores amigos.
Y tenemos grandes retos que afrontar para el futuro inmediato: el Encuentro Eclesial de México, la Asamblea Eclesial de América Latina, y el Sínodo sobre la Iglesia Sinodal. Ello nos permitirá vivir la globalidad, pensando globalmente y actuando localmente. Desde México, pasando por América Latina, manifestaremos nuestra adhesión al Papa incorporándonos al proceso sinodal que nos propone. Recordemos que la experiencia del sínodo nos invita a caminar junto con Jesús de Nazaret, con nuestra Iglesia y con la humanidad, en especial con nuestro pueblo mexicano.
Y estamos llamados a hacerlo en medio de un clima social y político cada vez más polarizado, en el que, con respeto y sin protagonismos innecesarios, vamos a testimoniar la presencia de Jesús muerto y resucitado entre nosotros. Que, como a los discípulos de Emaús, el Señor nos abra los ojos para reconocerlo en las vicisitudes propias de la vida.
Les agradezco su comprensión y colaboración en estos tres años en que he buscado servirles a ustedes, a nuestra Iglesia y a nuestro país de la mejor manera. Que el Espíritu Santo nos acompañe e ilumine durante esta asamblea.
✠ Rogelio Cabrera López, arzobispo de Monterrey y presidente de la CEM