Las llagas del Señor resucitado están vivas

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Cardenal José Francisco Robles Ortega / Arquimedios Guadalajara.- En el tiempo de Pascua escuchamos permanentemente el mensaje de Cristo resucitado, porque es precisamente la Resurrección la que da fundamento a nuestra fe y origen a nuestras celebraciones.

Cada domingo nos encontramos con Jesucristo muerto y resucitado, nos convoca a sus discípulos, nos reunimos por Él, porque creemos que está vivo, que está en medio de nosotros y que nos transmite su misma vida.

Cada domingo recibimos el saludo de su parte: “La paz esté con ustedes”. Se empeña en mostrarnos que es real, que no es un fantasma, sino una persona. Nos permite tocarlo. El Señor resucitado no es el producto de una idea, de una imaginación, de una ilusión frustrada, no es un sueño, sino que es un ser vivo y verdadero.

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Eso que Jesús quiso demostrar a sus Apóstoles, está dirigido también para nosotros. No nos reunimos para recordar a una idea, a un imaginario, sino que, por la fe, estamos ciertos de que Jesús nos congrega. Él es el que nos llama y nos reúne. Él, que está vivo, se pone en medio de nosotros, nos habla y nos enseña, nos ofrece su Cuerpo y su Sangre para que tengamos vida.

Jesús resucitado no es una ilusión que nos hemos hecho y mucho menos una ficción. Jesús está vivo.

El Señor que se apareció a sus discípulos les dio a tocar sus llagas, las de las manos y los pies, no otra parte de su cuerpo. El mensaje al respecto es que Él, resucitado y presente en medio de nosotros, lo podemos comer y palpar en sus llagas.

¿Qué o quiénes son sus llagas hoy? Los pobres, los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, los hambrientos, los que son víctimas de la violencia y del rencor, los que son considerados como desperdicio de la sociedad, los que son expulsados de su patria y de su país y tienen que buscar otros horizontes de seguridad y de paz, los que son víctimas de las guerras injustas, y todos los que sufren pobreza o desigualdad. Éstas son las llagas vivas de Jesús ahora. El Señor está vivo, resucitado, al alcance de nosotros, de una manera real, palpable, en cada hermano que sufre. Tocar y servir al hermano que sufre es tocar, servir y experimentar la presencia del Resucitado entre nosotros.

A Cristo Jesús lo podemos experimentar en la naturalidad de una convivencia fraterna, familiar, amistosa. Está vivo en los acontecimientos ordinarios de nuestra vida cuando compartimos el pan en el seno de nuestra familia de una manera armoniosa y pacífica.

Cuando compartimos lo que tenemos es garantía de que Cristo está presente en lo ordinario de nuestra vida de amor, de servicio y de caridad. Le debemos pedir a Jesús que nos abra el entendimiento y la mente para comprender su presencia viva y resucitada entre nosotros. Que su Palabra no sea para nosotros como un fantasma, como una letra muerta que no tiene nada qué decirnos en la vida cotidiana.

El Evangelio, además, es la presencia viva del Señor entre nosotros, que nos ofrece vida. No nos quita nada, al contrario, nos regala en su Palabra muchas cosas.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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