Alfredo Arnold / Arquimedios Guadalajara.- Cuando inició el nuevo milenio, es decir, el día primero de enero del año 2000, se presumía que en ese momento no había guerra en ningún lugar de la Tierra, todas las naciones estaban en paz lo cual era una esperanza para el futuro del planeta. Sin embargo, dos terribles conflagraciones se han desatado actualmente en Asia y Medio Oriente, ambas con graves riesgos para el mundo entero.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, además de los muertos, heridos y desplazados que va dejando, provoca escasez y carestía de materias primas. En México ha ocurrido una fuerte alza de precios que no se refleja en las cifras oficiales del INEGI, pero sí en el bolsillo de las familias.
El conflicto entre Israel y Palestina, además de la tragedia humanitaria que supone, entraña el peligro de una crisis petrolera como la de 1973. El pasado día 16 de octubre se cumplieron exactamente cinco décadas.
Sucedió que aquel día, a causa de la guerra del Yom Kippur entre Israel y Egipto, los países árabes decretaron un costoso embargo petrolero que semiparalizó a Estados Unidos y a una parte del mundo occidental.
Con el visto bueno de la OPEP, los países productores –en su mayoría ubicados en el Golfo Pérsico, la región más petrolera del mundo– primero elevaron el precio y luego pararon la producción, provocando el desabasto en los países simpatizantes de Israel.
La NASA suspendió su programa espacial para evitar el consumo de combustible, el uso del automóvil se limitó a los fines de semana, el invierno congelaba hogares cuya calefacción no funcionaba por falta de energía; en Europa, hasta la realeza se transportaba en bicicleta.
Antes de la crisis, el precio del barril de petróleo no llegaba ni a dos dólares, pero fue subiendo a ritmo frenético. El embargo se levantó al año siguiente, pero las consecuencias se prolongaron toda una década.
Hoy, Egipto no es parte del conflicto, pero de todos modos se trata de Israel contra una fracción de la comunidad árabe. Las causas de la guerra son las mismas de siempre: la conquista de territorio y los resabios que se han ido acumulando en lugar de buscar mecanismos de reconciliación, como ocurrió entre Estados Unidos y Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
Por otra parte, el conflicto divide al resto de las naciones. Los árabes son cobijados por Rusia, China, Corea del Norte y por algunos países de América Latina como Cuba y actualmente Venezuela; Israel, en cambio, es el principal aliado de Estados Unidos en esa región.
México debe ser muy cauto, muy prudente en la posición que adopte sobre este problema. En el pasado ya sufrimos una experiencia desagradable por externar una opinión que resultó muy controvertida.
Resulta que a mediados de los años setenta, cuando se debatía y condenaba el apartheid imperante en Sudáfrica, la ONU puso a votación en su Asamblea General si el sionismo era una forma de racismo. El entonces presidente Luis Echeverría ordenó al canciller Emilio Rabasa que votara por el “sí”, lo cual desató el enojo de Estados Unidos que inmediatamente decretó un boicot turístico contra México y la caída de las inversiones norteamericanas. Esto acrecentó la fobia de Echeverría contra Estados Unidos y de alguna manera contribuyó al desastre económico con el que terminó su gobierno.
No decimos que vaya a ocurrir un desastre económico mundial ni que la historia se repite, pero las condiciones están dadas para ello. Un signo alentador ha sido la visita del presidente de Estados Unidos Joe Biden a la región del conflicto, pero la explosión ocurrida en un hospital de Gaza mueve más hacia el pesimismo.
Ojalá que los conflictos bélicos se solucionen pronto, aunque eso parece muy difícil.