Jesús de Nazareth fue producida por exiliados españoles con la aprobación del presidente Manuel Ávila Camacho y la bendición del arzobispo de México, Luis María Martínez.
Antes que El Mártir del Calvario con Enrique Rambal, la cual cumple 70 años de estreno, el 2 de abril de 1952, en la última semana de cuaresma, Jesús de Nazareth ya había tomado la pantalla grande. El viernes de dolores, 27 de marzo, previo al inicio de la Semana Santa de 1942, la película dirigida por el exiliado español José Díaz Morales (1908-1976) y producida por Ramón Pereda Saro (1897-1986) llegó a los cines justo después de la pacificación emprendida en el gobierno de Lázaro Cárdenas en el que se resolvió el conflicto religioso.
En poco más de hora y media, Jesús de Nazareth nos adentra en los diversos milagros y últimos pasos de Cristo. La personalidad del nazareno, impasible, es acorde con esa figura de santo barroco que está fuera de posibilidad humana alguna. Gestos, mirada, milagros, toda una hierofanía en la que el aspecto divino suprime cualquier sentimiento humano. La película, con un reparto en su mayoría de exiliados españoles,inicia con la proclamación de Juan El Bautista (Miguel Manzano Sáenz, 1907-1992) y el encuentro con Jesús protagonizado por el nacido en Argentina José, Pepe Cibrián (1906-2002), y también exiliado debido a la nacionalidad española de sus padres, José Cibrián y Pepita Meliá.
La primer close-up de Cristo es la de rostro del nazareno como la de esas figuras clásicas de santos elevando los ojos al cielo en arrebato místico para deslindar todo lo profano, como el enviado de Dios, en el inicio de su ministerio público, en el cual se dedican especiales partes a los diálogos con las mujeres quienes cambian de vida gracias al perdón de los pecados hechos por el Maestro. Escenas como la de la cortesana (Pilar Sen Torijos, 1918-1973); la adúltera (Consuelo Abascal, 1921-?), la samaritana (Amparo Morillo (1918-1976) o la de María Magdalena (Adriana Lamar, Guanajuato 1908-1946), muestran quizá una especial predilección por el encuentro que hace Jesús por la ternura y candidez de sus interlocutoras, al fin vehículo del pecado original, quienes son perdonadas y convertidas por la personalidad del Cristo impasible.
El clímax de la película, el juicio ante Pilatos (José Luis Baviera Navarro, 1906-1981), es el cuadro comparativo del escándalo humano y del manso Cristo quien, incluso, no deja de elevar la mirada al cielo dibujando una sonrisa en el rostro sufriente que muestra la complacencia por hacer lo que el Padre quiere: Su dócil sacrificio. Llevando la cruz que lo tira, pero no lo doblega, la crucifixión sólo tiene una escena del Cristo sufriente en la cual se escucha los golpes del martillo atravesado sus manos.
El suplicio en la cruz, con las palabras del moribundo conforme al relatos evangélicos, termina con la tierra conmovida y el cielo oscurecido que se abre arrojando una luz que ilumina al Cristo que pende en la cruz mientras un soldado, hincado, alza las manos reconociendo la inocencia y divinidad del ajusticiado. La escena pasa entonces del drama del suplicio a la gloria que sirve para que el Aleluya de Haendel muestre de nuevo el rostro extasiado del resucitado.
Jesús de Nazareth guarda más hechos curiosos que el paso de 80 años han ido desvaneciendo. Gracias a Youtube tenemos a la mano esta película que contó con la bendición del arzobispo Luis María Martínez cuya vigorosa y enérgica catequesis contrasta con el manso Cristo de Pepe Cibrián. La producción, fruto del exilio español, fue igualmente apoyada por Manuel Ávila Camacho quien no ocultaba su fe católica e hizo del cine instrumento para producciones religiosas.
Estas fueron las palabras del siervo de Dios, Luis María Martínez, arzobispo de México al aprobar y recomendar la producción como una alta producción que refleja la estética y lo bello de la predicación de Cristo, afirmando la producción como una obra apostólica:
He pasado unas horas deliciosas presenciando la ejecución de esta película, que merece toda mi aprobación. He gozado, presenciando vuestra vida, pintoresca e interesantísima. La vida de un estudio cinematográfico. Gocé también contemplando la bellísima escena que representa a Jesucristo estableciendo en el cenáculo, la Santa Eucaristía. Me causó honda emoción, el cuadro que contemplé es artístico, bellísimo, irreprochable, pero gocé también, considerando la trascendencia de esta película, la trascendencia artística y la trascendencia cultural, o si queréis mejor, apostólica. No ha surgido en el mundo, ni surgirá jamás, otra figura tan dulce, tan grande, tan santa, tan humana, tan divina, como la figura de Jesús.
Es el centro de la historia, es la fuente de la civilización y, sobre todo, es el manantial perenne de gracias para nuestras almas. Qué emoción para vosotros, artistas, que trabajáis en esta obra colosal, qué impresión para vosotros reproducir las escenas inmortales del Santo Evangelio. Sin duda, sentís una emoción estética porque los misterios de Jesús son profundamente bellos y debéis sentir una emoción más honda, algo sobrenatural, algo divino, porque en verdad estáis haciendo una obra apostólica.
Para realizar una obra artística se necesita una atención y una solicitud exquisita, solamente así se puede producir la belleza, pero para hacer la obra apostólica, para llevar a la inteligencia de los demás el conocimiento y el amor de Jesucristo, Nuestro Señor, necesitáis algo más, necesitáis amor, necesitáis devoción. Que Dios os bendiga. Que vuestra película sea un éxito, no solo bajo el punto de vista artístico sino bajo el punto de vista cultural y apostólico, para que vosotros contribuyáis con vuestros esfuerzos a que Jesús sea conocido, sea amado y sea venerado.
Además, la producción contó con la asesoría eclesiástica de dos sacerdotes eruditos del arzobispado de México: Mons. Manuel González y el canónigo honorario de Basílica de Guadalupe, Antonio Brambila Zamacona (1904-1988). Este último no sólo sacerdote, también periodista cuyas columnas de opinión podían leerse en El Universal, El Sol de México y El Diario de Yucatán. Locutor, ganó el trofeo de la Asociación Nacional de Radio y Televisión por su programa “Charlas del Padre Brambilia”. Director espiritual de la época de oro del Seminario Conciliar de México, tuvo amistad con Guillermo Tritschler, arzobispo de San Luis Potosí y, desde luego, con el arzobispo de México, Luis María Martínez.
Así, Jesús de Nazaret, de profunda influencia española, con el respaldo presidencial y bendición de la Iglesia, fue la primera película mexicana que hace 80 años retrató, en la época de oro del cine (1936-1956), la vida y milagros de Cristo.
https://youtu.be/2BK6w9yopvY
De la «Carta de Enrique Jardiel Poncela al periodista mexicano Armando De María y Campos»
«(…) Mucho podría hablarle a usted, querido amigo, de los refugiados literarios de México; pero no le hablaré nada, pues mi tónica no es la de ellos. Pero sí le voy a contar una anécdota, bien reciente, que ha de ser centelleante luz para su formación de opinión y de juicio. En este abril de hace unos días, maravilloso de sol, de mujeres bonitas, de paz, de orden, de trabajo y de alegría, porque todo eso rebrotaba en España no bien las suelas marxistas dejaban de pisar su suelo y ahora culmina primaveral; en este último y reciente mes de abril —digo— durante la Semana Santa, se ha proyectado en diversos cines de Madrid (y en infinitos de provincia) una película mexicana en la que, una vez más, se había cinematografiado la Pasión de Cristo. Acudió a verla muchísima gente; porque en Jueves y Viernes Santos en España no se dan en esos días más que espectáculos de esa índole y el español adora el espectáculo cuando no se lo amarga el marxismo, y porque el español adora también las películas mexicanas: eso pueden atestiguado Rey Soria y «Cantinflas». Esta película estaba casi toda realizada por refugiados de México; y sus nombres aparecían no sólo en el celuloide, sino en todas las propagandas del periódico, radio y murales. Muchos españoles —y la gente de periódico, toda— conocíamos esos nombres por el antiguo compañerismo y la antigua amistad y por su fanatismo izquierdista o marxista. No hace falta que le diga esos nombres, porque también los conoce. Bien. Pues la película llegó a España y se anunció sin que ese «tirano» que es Franco, ni su censura, mandaran borrar esos nombres, como hacían los marxistas con los de sus contrarios, en honor a la libertad. (Y en esto soy testigo de mayor excepción, pues sin más razón que aducir que la de haberme largado en cuanto pude de territorio rojo, («ellos» quitaron ni nombre de las carteleras y el celuloide de mis comedias o películas, aunque claro que guardando para sí los derechos de autor, porque la decencia del juego había que demostrarla en todo.)
Y la película de los refugiados en cuestión se proyectó en todas partes sin el menor comentario desfavorable, ni siquiera irónico, ni por parte de los públicos ni en las reseñas críticas de los diarios. Por mucho menos que por estrenarse una película hecha por sus adversarios y con los nombres de todos al frente, los marxistas —aplaudidos por los hoy refugiados— hubieran incendiado tres cines como mínimo. Pero alguna diferencia tiene que haber entre los tiranos y los hombres de la libertad, de la justicia y de la ética política: y bajo este régimen de espantable tiranía nuestro, según la O.N.U., no hubo en toda la prensa de España ni un comentario irónico siquiera para los realizadores de la película: que fueron (y siguen siendo) solidarios de los ciudadanos que aquí en España persiguieron a Jesús de Nazaret (no a la película, sino al verdadero) como si fuera el peor criminal: fusilando su imagen en el «Cerro de los Ángeles» de Madrid en julio de 1936, y haciendo con centenares de imágenes de Él, no ya sacrilegios como ése, sino tales indecencias —pero indecencias de water-closed, querido amigo—, que ni mi sensibilidad ni la suya me permiten mencionar un botón de muestra siquiera. ¿Se prestaba o no a algún ligero comentario irónico que el primer trabajo que llegaba a España hecho por esos refugiados (correligionarios políticos de aquellos nauseabundos iconoclastas) fuera precisamente una película respetuosa de la Pasión de Jesús…? ¿Y no se prestaba a algún comentario también, el prólogo que llevaba la película? Era ese prólogo un «Speach» de 120 metros de celuloide pronunciado por el Reverendísimo Prelado de México. ¿Cómo? ¿Es que el Reverendísimo Prelado de México ignoraba que…? ¡¡Pero claro!! ¡Si todavía «lo ignora» el Vaticano! ¿Cómo no ha de ignorado el Reverendísimo Prelado de México? Aparte de que… «Dios manda perdonar»… y aparte de que escrito está aquello de: «…y más quiero un pecador arrepentido que cien justos…», etc., etc. En fin, querido De María, que lo eclesiástico tampoco “me va”…
Me culpo, sin embargo, del delito de haber cambiado sonrisas de guasa con un amigo que nos acompañaba a mi familia y a mí el día que vimos el Jesús protagonizado por un actor cuyo nombre tampoco es preciso citar aquí. Pero usted va a disculparme en seguida cuando le cuente. Pues ocurrió que —por una de esas jugarretas que imagina el destino para demostrar a los humoristas que él es el humorista supremo— aquel amigo que ahora contemplaba conmigo la película en abril de 1947, iba también conmigo por la calle, cierta horrible y sofocante tarde de agosto de 1936, en pleno caos ciudadano de principio de nuestra guerra; y él y yo vimos aquella tarde, a la puerta de un bar de la calle de Fuencarral, atestado de marxistas armados, aullantes e hirviendo de furor revolucionario, al mismo actor —que entonces tendría 17 ó 18 años, y que, por otra parte, es un buen chico, como lo es el padre a pesar de su furibundez izquierdista— vestido con un «mono» de mecánico, que fue el uniforme revolucionario, y vendiendo cierto semanario recién aparecido que se titulaba El Mono azul. Este semanario ya no destilaba marxismo, sino que chorreaba procacidad y blasfemia. Era simplemente horrendo, aun para un hombre laico, pero que tuviera conciencia humana. Era de tal suerte, que según entonces se dijo, al propio gobierno marxista le pareció excesivo para hoja circulante y comprobante y sólo publicó cinco o seis números. Revolución Francesa… Ami du Peuple y Vieux Cordelier, de Marat y de Desmoulins, ¿qué sabíais vosotros de eso? ¡Pobres corderitos inocentes del periodismo demagógico y envilecedor!… No podría describirlo; pero en sus caricaturas abundaba la de Cristo: y no digo más pues ello es suficiente para la armazón del relato; era un clásico producto de «propaganda» copiado del estilo de los perbonihk (los Sin Dios) rusos. (Escribía aquella basura y ponía su nombre al frente —¿lo creerá usted?, a lo mejor eso ya se resiste a creerlo, pero también es verdad— un poeta: un joven poeta que está en Buenos Aires «refugiado» también, naturalmente, por no poder soportar este repugnante “ambiente” nuestro de ahora. ¿Sabe usted? Pues realmente Madrid sin «El Mono Azul» ha caído en un salvajismo que no sé adónde vamos a parar. No le digo el nombre, por si este silencio puede contribuir a que el propio interesado olvide la degradación máxima a que nunca ha llegado un poeta.)
Bien. Pues ahora ya con todos estos datos, imagínese, querido compañero… Aquel amigo que me acompañaba y yo habíamos visto por última vez al mencionado actor vendiendo y voceando El Mono Azul, con sus espantosas caricaturas de Cristo… Y la primera vez que volvíamos a verle era encarnando melifluamente ¡la propia figura de Cristo! ¿Me disculpa usted y disculpa usted a mi amigo de nuestras sonrisas de guasa? ¿O encuentra usted que sonreír con guasa ante aquello era excesivo y que puede llegar a ofender a la O.N.U. por constituir una manifestación de tipo fascista o una provocación de inspiración nazi? Pero, no. Yo ya sé que usted no piensa eso. Yo ya sé que usted no piensa eso, sino que al saber que nos limitábamos a sonreír, lo que usted piensa es: Vaya gente elegante que son esos españoles que están en España. Sí, amigo De María; así es: toda la elegancia política de Europa se ha refugiado aquí.(…)»
Agradezco esta singular aportación. Sin duda, me ha dado elementos valiosos de este momento de la cinematografía mexicana con esta película, «Jesús de Nazareth».