Editorial CCM.- La masacre de 19 niños y dos maestras en la Robb Elementary School en Uvalde, Texas, a manos de un hombre de 18 años abatido en el mismo lugar del crimen, recuerda cómo la violencia se ha hecho cultura y permea en cada rincón de nuestras vidas, hogares y lugares cotidianos.
En Estados Unidos, el debate está abierto cuando una álgida discusión se da entre quienes defienden derechos constitucionales para poseer y portar armas como medios para la legítima defensa y recreación, esto patrocinado por poderosas organizaciones promotoras de la tenencia de armas de fuego cuya maleabilidad ha penetrado en la política y estamentos sociales más variados y de diversas ideologías. Desde lo más pobres hasta los encumbrados, la posesión de armas se convierte en el leitmotiv justificatorio de la supremacía racial e, incluso, de protagonizar lo que se ve en la realidad virtual.
Pero la situación no es nada nueva. En 1999, Eric Davis Harris y Dylan Bennet Klebold consumaron la llamada masacre de Columbine que marcó un antes y un después al ser la primera de este tipo que se recuerde: trece personas fueron asesinadas y 23 fueron heridas. Sin embargo, se estima que en lo que va del 2022, más de 17.000 muertos, incluidos casi 650 menores, fueron víctimas de la violencia armada en Estados Unidos, es decir, un promedio de 111 muertes al día.
La masacre de Uvalde, una comunidad con una predominante población de raíces mexicanas, tuvo eco en Palacio Nacional cuando el presidente López Obrador envío sus condolencias y solidaridad a los familiares de las víctimas al tiempo de que se alzaron las preguntas acerca de la misma violencia que azota al país en donde no pocos menores han perdido la vida a causa de la detonación de armas de fuego y la acción del crimen organizado.
Orlando Rosales es un nombre que permanece olvidado por el paso del tiempo. En 2001, se mató frente a sus compañeros de aula en la escuela secundaria 163 Francisco Javier Mina de Iztapalapa. Sus depresión y problemas le llevaron a optar por la salida fácil cuando usó sobre sí mismo una pistola calibre 22. Eso llevó a la implementación del programa “Mochila Segura” con muchas controversias por la posible violación de derechos humanos de los estudiantes.
Otro episodio, quizá uno de los más tristes fue el tiroteo en el Colegio Americano de Monterrey, el 18 de enero de 2017, cuando un joven de 16 años la emprendió contra sus compañeros dejando un saldo de dos muertos y tres heridos abriendo de nuevo el debate acerca de cuáles deberían ser las medidas de seguridad más pertinentes en las escuelas e impedir la portación de armas en las mochilas.
Según el estudio Niñas, niños y adolescentes reclutados por la delincuencia organizada de la organización Reinserta, “en las últimas décadas, en todo el territorio nacional, se ha recrudecido la violencia contra la niñez. Según datos de Redim (2019), del año 2000 al cierre de 2019, alrededor de 21,000 niñas, niños y adolescentes han sido víctimas de homicidio doloso, mientras que hay más de 7,000 casos de desaparición en este sector (Infobae, 2020)”.
Save the Children afirma que “2021 fue un año violento para los menores, pues cada día, siete fueron víctimas de homicidio, nueve niñas y adolescentes de feminicidio cada mes y por día, 37 menores sufrieron violencia”, al menos 728 homicidios se consumaron por arma de fuego.
Mientras el presidente de México lamenta esa masacre en México como candil de la calle, no podemos decir que estemos a salvo. Aquí también hay una inocencia arrebatada y perdida. Los niños y niñas son las mejores mercancías para esta sociedad del descarte que fomenta la cultura de la muerte que nos está devastando.