En la celebración por la Jornada Mundial de la Paz y por el inicio del nuevo año, Franco Coppola, nuevo nuncio apostólico en Bélgica y Luxemburgo, se despidió de México, país en el que desarrolló su misión por cinco años y que dejó la misma noche del sábado 1 de enero.
En la celebración estuvieron presentes el rector de Basílica de Guadalupe, Salvador Martínez Ávila, parte del cabildo del recinto guadalupano, el arzobispo Rogelio Cabrera López, presidente de la CEM y Carlos Aguiar Retes, arzobispo de México, a quien correspondió dar la salutación de bienvenida.
Coppola recordó los primeros momentos de su misión diplomática en México a los pies de la Virgen de Guadalupe misma que terminó hoy en la Basílica después de cinco años de servicio: “Fue un gran consuelo, el día siguiente a mi llegada, venir aquí a la Basílica a saludar a Santa María y encontrarme con sus palabras: ¿De qué te preocupas? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Toda la palabra del Señor de hoy, solemnidad de María santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, celebramos que hoy lo celebramos como Madre de Dios, de Jesús, Hijo de Dios, pero sabemos todos muy bien que es Madre nuestra”.
Agradeciendo a los arzobispos concelebrantes, posteriormente reflexionó en torno a la Escritura de este primer día del año 2022 e invitó a los los fieles a no sentirse en la orfandad al tener a un Padre y Madre y recatar el sentido de la bendición como signo de la presencia de Dios; sin embargo, aun cuando Dios se ha revelado como Padre y la Virgen María ha dado a conocer su maternidad, muchos insisten en vivir en la orfandad al no reconocerlos. Al reflexionar sobre la lectura de la carta del apóstol Pablo a los Gálatas, el nuncio señaló sobre este «generación huérfana»: “Diría hablando a nosotros, los mexicanos, pero también a todos los cristianos de todo el mundo y llama a Dios Padre, así que ya no eres huérfano sino hijos; sí porque nuestra generación es huérfana, no tiene este Padre que está en los cielos, se siente huérfana”.
Al poner acento en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2022, cuyo tema es el Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera, el diplomático advirtió de los contrastes de México como un país de fe, devoto y creyente, pero a la vez azotado por la violencia. ¿Cómo lograr la paz para México? Coppola así señaló la pregunta constante que le había sido hecha respondiéndola con las palabras del Papa Francisco. Sólo con educación -instrucción- y trabajo digno se puede dar fin a la espiral de violencia, acentuando además los contrastes entre riqueza, desarrollo de México y los niños sin educación o las personas sin empleo digno: “¿Saben que hay millones de niños y niñas que no tienen esta dicha aquí en México? He visitado lugares de nuestro país donde hay los edificios, hay las escuelas, pero no hay maestros porque no se animan a ir porque es peligroso”.
Refiriéndose siempre como «nuestro país», el nuncio recalcó que México “no es África, tiene muchísimos recursos materiales y humanos, en un país que rico, hay una parte que vive dignamente y hay una mayoría que vive pobremente, en pobreza, le falta lo necesario, le falta la instrucción, le falta un trabajo digno. De esta manera no hay paz y no puede haber paz”.
Animando a los oyentes a recuperar el sentido de esta Jornada Mundial por la Paz, a través de la conversión, salir de uno mismo y ampliar el bien que pueda hacerse sólo a los seres queridos para ir más allá de los intereses personales, Coppola invitó a “liberarnos de este egoísmo, de pensar sólo en los nuestros, unirnos y asegurar lo básico para todos nuestros conciudadanos, la instrucción y un trabajo digno”.
La homilía concluyó haciendo énfasis sobre el sentido de reconocernos como hijos y ver en Dios al Padre y en la Virgen de Guadalupe a la Madre “que nos quieren, que son todopoderosos… pueden cambiar, pueden cambiar nuestro país, puede cambiar iniciando de nuestro corazón”.
La homilía completa del nuncio apostólico Franco Coppola puede leerse a continuación:
“Antes que todo quiero agradecer al señor cardenal por permitirme presidir esta celebración en este día en el cual dejo a México esta noche. Agradecer también a don Rogelio, arzobispo de Monterrey y presidente de la Conferencia Episcopal mexicana, con su presencia a nombre de todos los obispos, me saluda, pero el agradecimiento más grande es a Nuestra Madre.
Llegando a México y saliendo, cuánto era grande, el trabajo que me esperaba, no sólo por la indignidad de representa al Santo Padre sino por el gran país que me había confiado. Fue un gran consuelo, el día siguiente a mi llegada, venir aquí a la Basílica a saludar a Santa María y encontrarme con sus palabras: ¿De qué te preocupas? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Toda la palabra del Señor de hoy, solemnidad de María santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, celebramos que hoy lo celebramos como Madre de Dios, de Jesús, Hijo de Dios, pero sabemos todos muy bien que es Madre nuestra.
Toda la palabra de Dios quiere introducirnos en este nuevo año. Es el primero de enero, primer día del año, cómo iniciar este año para que sea mejor del año que hemos pasado. Y la palabra del Señor nos dice que la primera cosa es ponerse bajo los ojos del Señor, recibir su bendición: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”
Es la mejor manera no sólo de iniciar, sino de pasar todo el año. Llegando a México aprendí una nueva manera de manifestar la devoción a la Virgen. Esto no lo conocía yo antes, como hacen ustedes, que pasan bajo la mirada de Nuestra Madre. Cuánto es fundamental quedarnos y estar siempre bajo la mirada del Señor, bajo la mirada de su Santísima Madre, de la mejor manera de vivir este año.
El apóstol Pablo hablando a los cristianos de Gálata (sic) los invita a dirigirse a Dios llamándolo Padre. Así que, dice él, ya no eres siervo sino hijo. Esto muestra cómo la palabra de Dios hay que leerla también conociendo el tiempo cuando fue escrita. En ese entonces la gente veía a Dios como un poder, un gran poder, eso se ha quedado un poco también en nosotros cuando hablamos de Dios todopoderoso. Entonces los hombres se sentían expuestos a lo que le daba la gana Dios.
Han pasado 2000 años y pienso que hoy, si fuera Pablo, nos diría la misma cosa. Diría hablando a nosotros, los mexicanos, pero también a todos los cristianos de todo el mundo y llama a Dios Padre, así que ya no eres huérfano sino hijos; sí porque nuestra generación es huérfana, no tiene este Padre que está en los cielos, se siente huérfana. Esa orfandad hace que demos los peor de nosotros porque no tenemos Padre, no tenemos ni padre, ni madre, nos tenemos quien piensa por nosotros, entonces yo tengo que pensar por mí porque no hay nadie que piensa por mí, nadie que provee, nadie que que mira, que me cuida. No, yo tengo que pensar por mí y no. Nos anuncia la palabra del Señor hoy que no son huérfanos, son hijos de un Padre y de una Madre que no se contenta de mirarlos, los cuida, nos atiende, nos escucha, nos acompaña.
Es tradición que el primer día del año, el nuncio celebre la misa aquí en la Basílica por todos los católicos es el día de la paz, el Día Mundial de la paz y, en esta ocasión, el Papa normalmente dirige un mensaje a todos los fieles y a todos los hombres de buena voluntad, como los ángeles, que anunciaron la venida de Jesús a todos los hombres de buena voluntad.
Y parece que el Papa hoy, esta vez, ha querido contestar a la pregunta que muchas, muchas personas me han puesto en este final de mi misión: Cómo lograr la paz en un país tan bueno, tan rico tan fiel, tan creyente, pero tan azotado por la violencia, por la muerte… Cómo lograr la paz. Y hoy el Papa pienso que nos da la respuesta, claro no es nada fácil, pero es el camino que tenemos que emprender. Primero dice: No se puede lograr la paz si hay división. Hay que juntarse, hay que unirse, la paz es un valor que merece poner de lado las diferencias que, es normal, haya entre las personas, pero para lograr la paz hay que ponerla de lado, hay que unirse, unirse ¿Para qué? Dice el Papa hay dos cosas que son fundamentales para lograr la paz. Es fundamental que haya instrucción para todo para todo el mundo… Instrucción. Qué dichas tienen ustedes y sus hijos de poder tener instrucción.
¿Saben que hay millones de niños y niñas que no tienen esta dicha aquí en México? He visitado lugares de nuestro país donde hay los edificios, hay las escuelas, pero no hay maestros porque no se animan a ir porque es peligroso. No es culpa de los maestros, claro, pero de hecho, estos niños, estas niñas no tienen escuela. ¿Hasta cuándo no habrá escuela para todos nuestros niños y niñas? no habrá paz. Y segunda cosa que dice el Papa: Para que haya paz es necesario que haya trabajo digno para cada uno. Si no hay trabajo no digno, no hay paz.
Dice esto el Papa a nosotros, huérfanos, que nos hemos dejado tentar con la idea que tenemos que pensar en nosotros, en los nuestros, nuestra familia, lo importante que nuestra familia esté bien, esté protegida, tenga la instrucción, tenga un futuro, tenga un trabajo, esto es suficiente. No, no es suficiente para nada porque con esta mentalidad, en un país que es rico, no es África México, tiene muchísimos recursos materiales y humanos, en un país que rico, hay una parte que vive dignamente y hay una mayoría que vive pobremente, en pobreza, le falta lo necesario, le falta la instrucción, le falta un trabajo digno. De esta manera no hay paz y no puede haber paz.
Al principio de este año pedimos a Nuestra Madre liberarnos de nuestro egoísmo, pensar sólo en nosotros y los nuestros. Cada uno a su nivel con su responsabilidad, el privado ciudadano como la autoridad, liberarnos de este egoísmo, de pensar sólo en los nuestros, unirnos y asegurar lo básico para todos nuestros conciudadanos, la instrucción y un trabajo digno.
Estos son los objetivos que nos propone el Papa, lo propone a todo el mundo, pero me parece que, de una manera especial, responde a lo que necesitamos nosotros en México. Que sea la razón de nuestra oración, que sea la ocasión, este inicio de año, de cambiar mentalidad, cesar de ser huérfanos y de portarnos como huérfanos.
Aprendemos que tenemos Padre, que tenemos una Madre y que somos hermanos. Nuestra Madre va a acompañarnos y que podamos nosotros hacer la misma cosa que hicieron los pastores, se volvieron a sus campos alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído.
Que regresando a nuestra casa, podemos alabar al Señor por la gracia que nos hace. Reconfirmarnos que es nuestro Papá, nuestro Padre. Santa María reitera que es Nuestra Madre, que quiere acompañarnos. Nosotros, no cesamos de repetir lo que hemos cantado en el salmo: Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos. Presentémonos frente a Él con la humildad de los que saben que no han hecho todo lo que tenían que hacer. Ten piedad de nosotros, Señor, pero al mismo tiempo de los que saben que cuentan Padre y una Madre que nos quiere, que son todopoderosos, sí, todopoderosos, pueden cambiar, pueden cambiar nuestro país, puede cambiar iniciando de nuestro corazón. Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos”.