España

Subrayamos dos elementos: “Habrá total olvido de lo pasado” y el deseo de justicia, amistad, paz y unión que “desde ahora en adelante, y para siempre, han de conservarse…”
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Alfredo Arnold / Arquimedios Guadalajara.- España no reconoció los Tratados de Córdoba firmados por Iturbide y O’Donojú. Tampoco aceptó la Independencia de México. En 1829 envió una expedición a cargo de Isidro Barradas para reconquistar la colonia, pero fue derrotado por López de Santa Anna y a partir de entonces México se liberó absolutamente de la tutela de la Corona.
Quedaban muchos agravios entre las dos naciones, de tal manera que unos años después ambas decidieron restañar las heridas y normalizar sus relaciones.

El 28 de diciembre de 1836 se firmó el Tratado definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y la Reina de España, en el que se reconocía a México como Nación libre, soberana e independiente. El presidente interino de México, en aquel tiempo, era José Justo Corro, tapatío, por cierto, y la Reina gobernadora de España era María Cristina de Borbón.

El tratado, firmado en Madrid y en México, dice en su breve exposición de motivos, que “deseando vivamente poner término al estado de incomunicación y desavenencia que existió entre los dos Gobiernos y los ciudadanos y súbditos del otro país, y olvidar para siempre las pasadas diferencias y disecciones por las cuales desgraciadamente han estado tanto tiempo interrumpidas las relaciones de amistad y buena armonía entre ambos pueblos, aunque llamados naturalmente a llamarse como hermanos por sus antiguos vínculos de unión, de identidad de origen, y de recíprocos intereses; han resuelto, en beneficio mutuo, restablecer y asegurar permanentemente dichas relaciones por medio de un tratado definitivo de paz y amistad sincera”.

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No es un documento largo; consta de solo ocho artículos, a los que se añadieron posteriormente dos o tres más.

El Artículo II es esencial, dice textualmente: “Habrá total olvido de lo pasado y una amistad general y completa para todos los mexicanos y españoles, sin excepción alguna, que puedan hallarse expulsados, ausentes, desterrados, ocultos, o que por acaso estuvieren presos o coordinados sin conocimiento de los gobiernos respectivos, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras y disensiones felizmente terminadas por el presente Tratado”, y concluye calificándolo como una “prueba del deseo que la anima (a la reina) de que se cimienten sobre principios de justicia y beneficie la estrecha amistad, paz y unión que desde ahora en adelante, y para siempre, han de conservarse entre sus súbditos y los ciudadanos de la República Mexicana”.

Hay muchos elementos históricos que sustentan no solo la legitimidad sino hasta el mismo hecho providencial de la “Conquista”. Cuando los españoles comenzaron a explorar la península de Yucatán (1517) encontraron pueblos originarios que practicaban habitualmente los sacrificios humanos, la antropofagia, la sodomía, la esclavitud, la guerra y otras aberraciones. Nada para presumir o conservar, pero de eso hablaremos en otra ocasión.

Baste hoy con la exposición del Tratado de Paz y Amistad entre México y España, que nuestro país ignoró en la reciente transición del Poder Ejecutivo federal.

LAE, diplomado en Filosofía y periodista.
Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

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