Felipe Monroy / VCNoticias. Ciudad de México.- En el marco del encuentro académico que conmemora los 30 Años del Restablecimiento de las Relaciones Diplomáticas entre México y la Santa Sede, el Cardenal Pietro Parolin ha recordado que la Iglesia católica siempre ha sido muy clara en distinguir que los ámbitos de lo religioso y lo político son distintos.
En entrevista, el Cardenal afirmó: “No se pueden mezclar, cada uno tiene su ámbito de acción, su ámbito de competencias, de acercamiento, pero también hay necesidad de colaborar y esta necesidad parte del sujeto, de la persona, al cual se dirigen tanto la Iglesia y el Estado que es el ciudadano, el hombre, el fiel”.
Aclaró que la libertad religiosa es un derecho de la persona no sólo de los creyentes, sino también de los no creyentes, en su derecho a vivir con plena libertad las opciones que en conciencia se realizan.
Respecto a la participación de los creyentes en la política y especialmente en el ejercicio de las libertades fundamentales que las instituciones deben garantizar, el Cardenal Pietro Parolin puntualizó que “la búsqueda personal de la verdad, así como la libertad de vivir -privada y públicamente- su fe”, es un derecho humano fundamental.
Por ello, afirmó que “la Iglesia tiene derecho a expresar su punto de vista también sobre la situación socioeconómica y política del país, no en aras de ponerse en contra de nadie, porque no es este el entendimiento de la Iglesia, sino el de dar aportes para mejorar la situación”.
Aseguró además que ha llegado el momento de un renovado pacto de mutua colaboración, marcado por un profundo respeto de la legítima distinción entre Estado e Iglesia, un pacto basado en el principio de la laicidad abierta.
Al respecto, el Secretario de Estado de la Santa Sede explicó que este principio no debe entenderse como una oposición, sino más bien como una necesaria renovación del compromiso y acción en favor del bien de todos.
Parolin aclaró que, desde hace algún tiempo, se habla de una laicidad positiva y constructiva; y consideró que, lejos de ser un motivo de división u oposición, el principio de laicidad tiene sobradas competencias para, por un lado, respetar y acoger la valiosa contribución que las convicciones espirituales ofrecen a la sociedad y, por el otro, actuar como barrera para cualquier tipo de desvío fundamentalista o secularista.