Editorial CCM.- La beatificación de cuatro mártires salvadoreños es un acontecimiento de gozo y anuncio de la actualidad del Evangelio en estos tiempos difíciles. El padre Rutilio Grande y los laicos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus fueron emboscados en las Tres Cruces cerca de la parroquia de El Paisnal, en San Salvador, el 12 de marzo de 1977. Un cuarto mártir, el franciscano fray Cosme Spessotto, cayó abatido a tiros en la parroquia de San Juan Nonualco, el 14 de junio de 1980.
Estos asesinatos se dieron en una particular crisis de violencia en la que ocurrió el crimen contra el arzobispo de San Salvador, Óscar Romero, canonizado por el Papa Francisco, en octubre de 2018. San Romero de América terminó su vida por balas asesinas, el 13 de marzo de 1980 mientras celebraba la misa.
El martirio del padre Grande fue llevado al cine en la película Romero. Mientras recorría los peligrosos caminos de su parroquia para dar los sacramentos, un grupo de los escuadrones de la muerte, lo ejecutó junto con sus acompañantes. Enseguida, la protesta del arzobispo de San Salvador fue celebrar una sola misa en el país para recordar a los muertos y ser un claro mensaje de resistencia pacífica para terminar con la represión y la violencia. Su muerte fue un hecho martirial por la denuncia de las injusticas y crímenes de un régimen que mantenía esclavizado a El Salvador.
Los motivos del asesinato de Rutilio Grande van desde la organización social que él promovió hasta la palabra que incomodó a los poderosos. El célebre sermón de Apopa, pronunciado el 13 de febrero de 1977 como respuesta al hostigamiento y expulsión del país del jesuita Mario Bernal, pudo haber sido esa gota que desparramó el vaso del terror para asesinarlo. En ese discurso puede leerse: Está en juego la cuestión fundamental de ser cristiano hoy día, y ser sacerdote hoy día en nuestro país y en el continente que está sufriendo la hora del martirio. Ser o no ser fiel a la misión de Jesús en medio de este mundo concreto que nos ha tocado vivir en este país. Si se es en el país un pobre sacerdote o un pobre catequista de nuestra comunidad, se le calumniará, se le amenazará, se le sacará de noche en secreto y es posible, que le pongan una bomba. Ya ha pasado. Y si es extranjero lo sacarán. Ya han sacado a muchos extranjeros. Pero la cuestión fundamental permanece en pie…
Para México, la beatificación de estos mártires no debería pasar por la indiferencia. Y aunque los tiempos son distintos, en esencia, la religión cristiana y el catolicismo padecen similares circunstancias que llevaron a Grande y sus compañeros a perder la vida por hablar, anunciar y denunciar.
La reciente sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación contra cuatro ministros de culto católico provocó la inconformidad de los obispos mexicanos quienes, en voz del secretario general de la CEM, Ramón Castro Castro, manifestaron su inconformidad por la vulneración a opinar y expresarse en una sociedad que, se dice, es defensora de los derechos humanos; sin embargo, hay unos más iguales que otros según escribió George Orwell en su distopía Rebelión en la Granja. Y eso es lo que demuestra una sentencia que, a todas luces, implica que no todos son medidos con la misma regla de la justicia, haciéndola a modo, para reducir los derechos civiles y políticos de ministros de culto, sentenciándolos por infringir el laicismo apuesto a un principio que no ha sido bien entendido en México, el de la sana laicidad.
Providencialmente llegan estas beatificaciones que dicen mucho al momento actual . No se trata de buscar mártires ni de azuzar la violencia. La Iglesia, como sucedió en los tiempos de Mons. Oscar Romero y Rutilio Grande, es incómoda y los detentadores del poder buscan o bien valerse de ella o arrinconarla cuando ya es molesta a sus intereses. Y como bien mencionó el obispo Castro Castro, la Iglesia construye el bien común en México; sin embargo, trayendo de nuevo las palabras del nuevo beato, el padre Rutilio Grande en el sermón de Apopa, el cristianismo es incómodo cuando denuncia los entramados del poder que tratan de reducir la libertad sometiéndola a las ideologías. Sus palabras son actuales y se ajustan a nuestra realidad: “¡Es peligroso ser cristiano en nuestro medio! ¡Es peligroso ser verdaderamente católico! Prácticamente es ilegal ser cristiano auténtico en nuestro país. Porque necesariamente el mundo que nos rodea está fundado radicalmente en un desorden establecido, ante el cual la mera proclamación del Evangelio es subversiva…”