Editorial Agencia Católica de Noticias.- Una vida, tan corta y lánguida, terminó para ser blanco del escarnio, escándalo y descomposición del sistema político y social. Nadie habría dado cuenta de su muerte de no haber sido por la acción de la investigación no oficial y el reclamo social. El cadáver del pequeño Tadeo se convirtió en el fetiche de la más profunda maldad inconcebible ahora real ante el gran escándalo y actitudes cínicas para lavar las manos por la profanación del cuerpo de niño que no encontró la paz de la sepultura cuando su cuerpecito inerte fue títere del mal.
Nadie sabe porqué el cuerpo del bebé Tadeo apareció en un penal de Puebla. ¿Especulaciones? Muchas. Desde tráfico de órganos y drogas, rituales satánicos o el medio para tumbar a las autoridades del penal poblano de San Miguel. Lo cierto es que este aberrante caso pudo haber pasado desapercibido de no haber sido por la prensa y las organizaciones no gubernamentales, las que, en el actual gobierno, son vistas con sospecha, desdén y desprecio. Esas mismas que han destapado que la corrupción existe y que la transformación sólo es lema de politiquerías sexenales.
Para Tadeo y su familia, la violencia de este país llegó de forma inaudita. Una semana después del hallazgo del cuerpo del bebé, la mejor acción del gobierno de Puebla fue detener e inhabilitar a funcionarios del penal. Usar “todo el poder del Estado”, dijo el gobernador, contra los “malvados, estos seres diabólicos… tenemos que dar ejemplo de que en Puebla la ley se aplica y los monstruos y mentes retorcidas hay que extraerlas del estado”. Veintiún consignaciones no han dado, sin embargo, respuesta cierta, pero sí explicaciones inverosímiles mientras del otro lado, en la Ciudad de México, los lamentos son más bien argumentos de la incapacidad para dar contra autores materiales e intelectuales de la execrable profanación cobijada por el acomodaticio silencio limitado a decir que el caso es “atípico” .
Tadeo es el desafortunado emblema de la descomposición que padece una sociedad inmersa en populistas transformaciones. De esto, no debe sacarse raja política. Como se ha hecho costumbre, ante la incapacidad e indecencia del poder, la única respuesta para eximirse de culpas ha sido la que ya todos conocemos desviado así la responsabilidad que, por mandato de ley, le corresponde a la autocracia demagógica en turno. Lo de Tadeo es “fruto podrido de la descomposición social, son hechos lamentables que no deberían suceder y tienen que ver con el pasado reciente, eso nos dejó la política neoliberal” argumento del presidente de la República envuelto en el “pañuelito blanco”, impoluto de corrupción, cuando esa misma está en las entrañas del sistema que ahora trafica con el dolor y la profanación que no respeta ni a los muertos.
Lo de Tadeo es de nuevo señal de fatídicos presagios que ya están presentes, pero nos negamos a reconocer. No se trata exclusivamente de la descomposición inherente al sistema penitenciario que, de nuevo, aparece urgido de cambios. La situación es más profunda y toca ahora el nervio central del estilo de vida de este país. Inmerso en la más convulsa violencia, México ha hecho una cultura permisible de la violencia donde ni los niños están a salvo, ni siquiera en el vientre materno, creando generaciones que crecen por las experiencias traumáticas de las desapariciones, profanaciones, abusos, explotaciones y violencia. Tadeo es muestra de eso. A él, como a miles de niños, no se les ha privado del futuro, se les está negando perpetuamente el presente.