Al llegar a los 100 días de gobierno, la presidenta de México se dispone a lanzar la casa por la ventana en el juego que mejor le sale: la de la retórica populista heredada de su antecesor. 100 días donde presumirá de reformas exprés, a modo y sin controles, mientras la realidad apabulla , atenuada y disfrazada por muchos factores, entre esos, la repartidera social de dinero público siempre opaco y en beneficio del régimen.
No obstante, los 100 días de la presente administración llegan con la aceptación popular alta y desconcertante. Algunas encuestas dan a la presidenta de México porcentajes muy altos de aceptación que alcanzarían hasta el 80 por ciento de aprobación, en gran medida por un factor clave: los programas de ayuda social.
En medio de las carencias, las pensiones para los jubilados, becas educativas a los diferentes niveles escolares, manutenciones a las comunidades indígenas o trabajadores del campo, a las personas con discapacidad y las mujeres, son de los principales puntos a favor de un gobierno que ha ensanchado el voraz apetito por comprar la voluntad de los mexicanos, mientras otros sectores económicos padecen el impacto de la incertidumbre financiera.
La violencia llega a topes máximos que contabilizan muertos y más muertos; en Sinaloa, la crisis no parece apaciguarse, mientras que las olas de migrantes siguen comprometiendo la estructura y capacidad de respuesta de México para resolver este delicado problema.
A lo anterior se suma la depreciación del peso y, aunque se ha presumido de un descenso en los niveles de la inflación, le realidad impacta al bolsillo de miles particularmente con los precios de alimentos y de los combustibles. A principios de 2024, un litro de gasolina regular costaba 24 pesos; a un año, el precio es de 25.31 y, en lugares específicos, hasta los 27 pesos.
A esto hay que sumar la extinción de organismos autónomos garantes de los equilibrios del poder, la perpetua presencia de la corrupción, uniéndose al capricho de una elección de jueces y magistrados que se encuentra en duda al no haber certidumbre ni independencia para un proceso que mete en aprietos presupuestarios a los que son responsables de llevar a cabo esos comicios.
Sin embargo, lo más polémico que ensombrece los festejos de la presidenta son los amagos de Donald Trump que no sólo se reducen a cambiar de nombre al Golfo de México. El endurecimiento de la política exterior contra migrantes, la imposición de aranceles o una eventual intervención estadunidense para apaciguar el poder de los cárteles de las drogas, podrían sumir en una crisis al gobierno de Sheinbaum que no puede resolverse sólo con argumentos populistas ni respuestas al mismo nivel que las de Trump para revivir en nombre de la “América Mexicana”, sólo porque se escucha bonito.
A la par, el actual gobierno se ha aliado con los regímenes más oscuros y antidemocráticos. Un punto controvertido y difícil es la actual crisis venezolana y Sheinbaum tomó partido por un gobierno colgado del fraude y autoritarismo haciendo perder toda legitimidad y liderazgo de México en Latinoamérica.
A pesar de lo anterior, vivimos los 100 días de un gobierno que llegó con un apabullante triunfo avalado por la compra de votos. Como haya sido, los problemas de México se van acentuando y la sociedad mexicana se está degradando, pero el festejo en el Zócalo será el de los acarreos y populismo de quienes, a cambio del dinero público, aceptarán que las cosas van marchando “requetebién”.