Celebramos la solemnidad de Jesucristo, rey del universo. Su particularidad refleja no sólo de un ciclo en la liturgia de la Iglesia también es un signo que, a pesar de los intentos de este mundo, jamás se podrá erradicar: Que Cristo ha vencido al mundo y a la muerte proclamando una soberanía sobrenatural que está por encima de todas las cosas.
Recordamos un pasaje del evangelio en el que, en un momento de la vida de Cristo, el maligno, ese ser contrario al dominio de Dios, muestra a Jesús todos los reinos y países del mundo y le dice: “Todos estos reinos y poder me han sido dados y yo lo doy a quien quiera… te los daré a ti si me reconoces y te postras”.
Efectivamente, eso no es una fábula ni un cuento escrito en la Biblia. El misterio del mal, como lo llamó el Papa san Juan Pablo II, ocupa un lugar privilegiado en el dominio de las cosas que creemos son necesarios para tener poder, dominio y reconocimiento.
Un reino o gobierno puede hablar de Dios, pero en los hechos negarlo. Puede tender la mano a la Iglesia, pero con la otra, prepara la daga asesina para asestarle un golpe mortal. Un soberano, llámese presidente, presidenta, rey o reina, puede hacerse de todo el poder por “métodos legales” en nombre del pueblo, usando a los súbditos para sostenerse en el poder por siempre y para siempre en nombre de un reinado de revolución o de transformación. Puede usar un escapulario o cargar una estampa de Cristo, pero en la realidad es simplemente un amuleto que se asemeja a la superchería.
Es verdad, ese misterio del mal también se vale de todo eso para crear imperios de corrupción o Repúblicas demagógicas donde los poderes del Estado, esos que según han sido constituidos para bien del pueblo, ahora son transformados para beneficio de la opulencia y la impunidad de una nueva clase que se dice de izquierda, pero vive como si fueran de derechas. Los de este mundo, siempre hipócritas, tiñen su cara de austeridad, pero no tienen empacho en subir a un helicóptero para estar por encima del pueblo que dicen representar. Cínicos, justifican el uso de esos transportes “por ser necesidad”. Así actúa el misterio del mal… en la mentira y la procacidad.
Ese es el misterio del mal que nos ha corroído y que abona sus tierras, como lo calificó el escritor italiano Giovanni Pappinni, con el“estiércol del diablo”, el dinero, en programas sociales que ya implican la compra de conciencias, votos y favores.
En su encíclica “Quas Primas”, documento publicado en 1925 para tratar la potestad de Cristo como rey de todas las cosas, el Papa Pío XI escribió: “Si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia…” Justamente lo que ahora anhelamos para este país que grita ¡Viva Cristo Rey!