Editorial Centro Católico Multimedial. «Quinto Informe, el país de las apariencias»

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Editorial CCM / El Quinto Informe del presidente López Obrador fue un rosario de elogios y de autocomplacencias, un regreso en el tiempo para situarnos en el México del pasado, del autoritarismo y donde el día del presidente se celebraba con el poder del aparato estatal en torno al señor todopoderoso de Los Pinos. Una maquinaria perfecta que hacía marchar a la dictadura perfecta como dijo Mario Vargas Llosa en 1990.

A diferencia de aquellos tiempos, esa dictadura no oculta hoy su descaro. En aquellos tiempos se simulaba bajo la apariencia de las formas; hoy, es arrogante, altiva, disonante y pervertida. López Obrador hizo un escenario justo a la medida, en el feudo de Campeche donde una de sus leales llevó la cargada justo para la satisfacción y egolatría de un presidente que parece fuera de la realidad.

Lo sucedido en Campeche no puede decirse haber sido de cara a la nación como lo marca la Constitución. Letra muerta, el texto de la Norma que nos rige afirma que se entregará un Informe al Congreso de la Unión, cosa que sucedió, pero sin mayores consecuencias en el equilibrio de poderes, pesos y contrapesos de la República.

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En ese discurso del Informe, lo que más estuvo ausente fue la paz. No sólo en el sentido de los resultados que deberían beneficiar a los mexicanos en el día a día. En el discurso, la manipulación de la palabra justicia aparece comedidamente unas cinco veces, pero en el sentido que mejor conviene al gobierno de la República, el de hacer una ilusión de seguridad, un espejismo de paz, un país de las apariencias.

La parte más significativa del discurso presidencia se resume en el “está funcionando bien nuestra estrategia de atender las causas de la violencia, aplicando el principio de que la paz es fruto de la justicia”. De esa forma, el presidente de México puso la mordaza al clamor de miles de personas que caminan por el país en búsqueda de sus familiares desaparecidos, acalló la realidad dolorosa de miles de asesinados; de quienes, por la prepotencia de las fuerzas armadas, han visto vulnerados sus derechos humanos; una estrategia que da palmaditas al narco y a los grupos criminales, mientras, en las conferencias matutinas, lo mejor respuesta al dolor  son la simplonadas y risotadas enfermizas festejadas por los aplausos aduladores, discurso que protege la impunidad, solapa la corrupción y deshace el verdadero sentido del estado de derecho que se tuerce a modo de hacerlo coincidir con los propósitos políticos.

Efectivamente, el festejo del día del informe jamás se fue, subsiste con la misma savia del pasado, ensalzar a un presidente oculto por el humo del sahumerio, signo elocuente de lo que significa este sexenio marcado por la opacidad, la demagogia y el maniqueísmo del supuesto y mal llamado humanismo que ensalza la autorreferencialidad presidencial. Lejana, la unidad que López Obrador prometió en ese 2018; la esperanza se nos ha vuelto añicos y pronto pasará una factura de difícil cobro.

En la recta final de la administración marcada por el encono, nos urge la paz. Hoy, abierto un nuevo frente de polarizaciones por el inicio del proceso electoral, los mexicanos reclamamos justo lo que se nos debe. Con los neoliberales o los demagogos de la mal llamada transformación, nuestra situación es la misma. Como dijo alguna vez el célebre jalisciense autor de Pedro Páramo: “O nos salvamos juntos o nos hundimos separados”.

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