Editorial CCM / Concluye el tiempo pascual con un acontecimiento no menor, el don de Dios Espíritu Santo. Para muchos es todavía el “Gran Desconocido”. En Pentecostés, la Iglesia nació y abrió una nueva era haciéndola crecer y llevar el mensaje de la Buena Noticia de paz y salvación.
Pentecostés no ha sido un evento aislado en la historia. Recuerda la promesa de Cristo. En nuestros días, la historia lo verifica como un hecho auténtico abriendo camino al cristianismo hasta consolidarse en medio de sus gracias y pecados; entre sus virtudes y vicios.
Una nación cristiana, al menos nominalmente como México, no está exenta de esta realidad. Numerosas comunidades se han reunido para pedir los siete dones del Espíritu, sobre todo en una situación tan delicada y apremiante cuando la polarización es doctrina; la división, tarea y la venganza, consigna. Especialmente desde la presidencia cuando, desde púlpitos mañaneros, se invoca el nombre cristiano, pero las acciones distan de parecerse a las obras que deben corresponder a un gobernante que se diga seguidor de Cristo.
En la tarea política de México hace falta mucho Pentecostés, más en los momentos de la mal llamada transformación. Dones del Espíritu que permitan rectificar el camino y nos ayuden a comprender que la tarea de gobernar también tiene mucho de sobrenatural.
Sabiduría para resolver los problemas inspirado en un comportamiento de estadista, no de líder populista al cual todos deben obedecer sometidos.
Inteligencia para observar la realidad de todos a los que gobierna, no sólo por consigna para implantar un movimiento nepotista, corrupto y de privilegios. Para leer que el futuro de la política mexicana pasa por todos, no sólo por unos a los que llaman corcholatas que se mueven al tronido de los dedos del destapador.
Consejo para privilegiar el diálogo y el discernimiento, para ser prudente recabando los datos necesarios, no “los otros datos” que manipulan y le convienen; prever las posibles consecuencias de sus acciones y apreciar lo que la democracia ha construido a base de sangre y lágrimas.
Fortaleza para afrontar el dolor que las erráticas políticas han causado al pueblo de México y tener la capacidad de echar mano de ella para ser justos y castigar a quienes han quebrantado la Ley, así sean los familiares más cercanos y queridos.
Ciencia para entender las cosas según las necesidades de la sociedad diversa comprendiendo que México no es súbdito sino pueblo, para comprender con sinceridad y humildad las causas de nuestros problemas y rezagos, recurriendo a los instrumentos para aplicarlos con justicia, no bajo consignas de caprichosas obras que están devastando el medio ambiente o devorando recursos como barriles sin fondo.
Piedad bien entendida y no sólo por llevar en la cartera estampitas del “Detente enemigo”, el Sagrado Corazón, tréboles de cuatro hojas, billetes de dos dólares, cartillas morales o citar lemas bíblicos sin sentido, es don que, para gobernante, se convierte en humildad.
Y finalmente, temor de Dios. De que el cargo y la banda presidencial no son propiedad personal. Que hace tomar conciencia de que todo lo dicho y aplicado tiene consecuencias en esta vida o en la venidera. Todo lo dicho e invertido, de alguna u otra forma, tendrá que ser justificado ante el pueblo que dice amar o bien ante el Dios que dice creer. Cuando se asoman los vicios de la tiranía y de la corrupción política, de la necedad y de las mentiras, se llega al final perdiendo el temor cuando alguna vez juró el cargo de “Guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos…”
Pentecostés no es una cosa del pasado. Hace falta mucho Espíritu Santo. Para nuestro país bien valen las palabras del Papa Francisco en este momento de nuestra historia. Rogar al Espíritu Santo para “pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales…” Esas preferencias personales que nos encaminan a la dictadura.