Una iniciativa constitucional promovida por la presidenta Sheinbaum para impedir el nepotismo en cargos de elección popular sean heredados entre parientes y familiares y lo no reelección consecutiva, misma que comenzó a ser efectiva desde 2014, resultó de gran inconveniencia para los políticos en el poder legislativo quienes saltaron para proteger su modo de vida, prebendas, conveniencias y herencias.
Si bien la iniciativa presidencial quiso imponer la reforma para ser operativa en 2027, es decir, impedir las herencias políticas y la reelección a partir de los comicios intermedios, los clanes políticos pronto llegaron a acuerdos para dilatar su aplicación y llevarla a la elección federal de 2030, retrasando esta posibilidad que ahora estará en manos de la Cámara de Diputados de mantener o rechazar, lo que podría representar un choque políticos entre las dirigencias de las Cámaras del poder legislativo y del partido hegemónico que ha avasallado a la oposición.
Se trata de una reforma justa y urgente ante lo que ha venido a hacer un negocio de clanes: la herencia entre parejas, matrimonios, hermanos o hijos de los cargos políticos para, al menos, frenar, este mal que se llama nepotismo, término surgido en la Edad Media, cuando los pontífices heredaban prebendas eclesiásticas a sus sobrinos (nepos-nepotis).
Es verdad, la iniciativa de Sheinbaum es un primer paso, todavía tímido, que necesita acentuarse más no sólo en cargos de elección popular, también en los mandos medios y altas direcciones en entidades de la administración pública o de los otros poderes, sean locales o federales, que son “regalados” a amigos, recomendados, amantes, novias, amigas o amigos cariñosos, parientes, compadres y demás sujetos de muchas otras afinidades que son perfectamente incompetentes para el cargo, pero diestros para estirar la mano y embolsarse salarios que son nada despreciables.
Pero el nepotismo es un mal que siempre ha arrastrado este país cuando los cargos públicos a libre discreción son una especie de recompensa y ajuste en el pago de compromisos. Postergar su aplicación, como se hizo en la Cámara de Senadores, no es sólo para salvar la posibilidad de que próximas gubernaturas en juego, como en San Luis Potosí, Guerrero o Zacatecas, vayan de nuevo a los clanes de caciques políticos del partido en el poder. Se trata de la perpetuación de modos de vida que insisten en decir que esos cargos de elección les corresponden legítimamente sólo por el hecho de ostentar un apellido y todo lo que significa.
Desde el antiguo régimen ostentado por el PRI, no era raro que cónyuges y familiares permanecieran en cargos de la administración gracias a la bendición de la presidencia. Hijos y hermanos ocuparon carteras en subsecretarías de Estado o altas direcciones en entidades paraestatales y era un orgullo decirlo sin consecuencia alguna.
Más adelante en el tiempo, matrimonios y parejas gobernaron entidades o presidencias municipales con resultados desastrosos y finales trágicos. Hoy, los hijos del poder están en febril campaña afiliando a cualquiera que se deje y fortaleciendo sus aspiraciones para “ser como mi papá”.
Parafraseando a los obispos de México en el Proyecto Global de Pastoral PGP 2031-2033, esos clanes de poder mantienen encendida “una llama de dolor” que alimenta una gran hoguera que sigue arrasando a este país para que su vida pública sea reducida hasta las cenizas (Cfr No. 57. PGP 2031-2033) Porque en el ADN de la política mexicana hay un gen que se transmite de la generación del antiguo régimen al de la llamada transformación, el del nepotismo y eso, en resumen, también es corrupción.