Editorial Centro Católico Multimedial. «Lo que está en riesgo»

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Centro Católico Multimedial.- Después del asesinato de los jesuitas de la Tarahumara, la escalada del descrédito en contra la Iglesia católica o grupos religiosos minoritarios, asciende a grados con profundas implicaciones que no dejan de ser preocupantes por lo que implica y tiene de fondo.

La dedicatoria especial en la mañaneras del presidente de la República a obispos y religiosos tiene el manejo a su antojo y conforme a su parecer de la alocución del Papa Francisco del miércoles 22 de junio, descaradamente tomada a conveniencia de López Obrador para colgarse de la sotana papal y decir, de forma artificiosa y amañada, que el pontífice está de acuerdo con lo que piensa y dicta.

Este discurso de odio se ha acentuado rayando lo inverosímil y que sólo existe en la mente del presidente. “Hasta a los religiosos se les olvida cómo era contestar violencia con violencia. No siguen el ejemplo del papa Francisco porque están muy apergollados por la oligarquía mexicana”. Esta lucha de lucha de clases a lo AMLO traza una ruta que puede tener un final muy desafortunado. Esto pone en un punto muy delicado las relaciones del Estado con la Iglesia que cumplen 30 años en este año.

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Lo anterior no es como para incitar la insurrección en una neocristiada Tampoco se trata de resucitar a los cristeros para ir contra la autoridad gritando “Viva Cristo Rey”. Se trata de algo peor y los amagos contra la Iglesia son parte del vesánico y demencial anhelo megalómano de López Obrador con todo lo que implica: odio, revancha, discordia, división, polarización.

AMLO pretende dictar quién es quién en la historia tan sólo por el dicho de su autoritario pensamiento: “El único prudente, porque es un hombre con convicciones, un verdadero cristiano, uno de los mejores papas que ha habido en la historia de la Iglesia católica, fue el planteamiento de Francisco, del papa Francisco”. ¿Los imprudentes? Los jesuitas quienes han apuntado que los abrazos ya no alcanzan para cubrir tantos balazos. ¿Los culpables? Los prelados que han urgido a un cambio radical de la estrategia de seguridad. ¿Los insensibles? Los obispos que circulan en las carreteras para toparse con retenes ilegales del crimen organizado. ¿Los hipócritas? Las decenas de sacerdotes que deben pagar derecho de piso para realizar su trabajo ministerial.

Sin embargo, la actitud del presidente de la República abre puertas que muchos intuyen hacia dónde podrían conducen. Esa corrupción, tan odiada por AMLO, es la misma que vive en las entrañas del gobierno que dirige y ya se vuelve un pantano cuyo lodo llega al cuello del mismo presidente. La evidencia es la rabiosa embestida de comunicación que emprende contra la Iglesia católica y otras minorías. Está fuera de la realidad y su voz ordena venganza y sus fanáticos a eso se lanzan. AMLO está abrumado y lo mismo le da inaugurar obras megalómanas inconclusas como dar ficticios abrazos a víctimas y sus familias ahogadas en el dolor a causa de la violencia. Miles de hombres y mujeres han muerto y juega como si nada una parodia de partido de béisbol para complacer su frustración deportiva cuyo país y gobierno se le deshace en las manos.

Lo que está en juego es algo más valioso y que se debe defender a cualquier costa. Thomas Mann, uno de los críticos más lúcidos del autoritarismo del siglo XX, señalaba en 1942 una idea sobre la paz arraigada en las entrañas de la mal llamada cuarta transformación: “¿No sentíamos que la paz es el imperativo de nuestro tiempo y que la guerra sólo es una desviación de la vida normal?” Y parafraseando lo que puede decirse de la actual administración, la conclusión resulta preocupante.

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