Editorial CCM.- Duras y polémicas imágenes involucrando, de nuevo, a elementos de las fuerzas armadas. Tamaulipas se convirtió de nuevo en un escenario inverosímil donde personas de una colonia de la fronteriza ciudad de Nuevo Laredo, se enfrentan sin temor a militares fuertemente armados. Activan sus armas de cargo detonándolas contra el suelo a fin de provocar el temor, en una reacción quizá desmedida del uso de la fuerza. Incluso, un elemento aparece sometido, golpeado, mientras las reacciones de la tropa dejan ver su aparente impericia. En un punto de tensión hasta uno de ellos pudo haber quedado debajo de las ruedas de los pesados humvees artillados.
Esos hechos tuvieron su causa el 26 de febrero cuando el personal militar de una base de operaciones en Nuevo Laredo, Tamaulipas, “realizaba reconocimientos en el área urbana” en apoyo a la estructura de seguridad pública. La actitud sospechosa de una camioneta que se dio a la fuga hizo que los soldados vaciaran sus armas contra cinco jóvenes. Según las periciales de la fiscalía de Tamaulipas, uno de uno de ellos con 12 heridas de bala y la cabeza destruida, otro con 10, la espalda y las piernas deshechas, otro con un único tiro en la sien. Un sexto joven fue llevado al hospital para estar en coma inducido y un séptimo sobrevivió. Un total de 60 balazos contra los tripulantes y hasta una vivienda que, afortunadamente, no tuvo heridos o desgracias que lamentar.
Sólo hasta el 28 de febrero, un confuso y medido comunicado de la Secretaría de la Defensa Nacional quiso dar una versión de los hechos. Parcial, ese boletín solo alcanza a argumentar con la típica excusa para lavarse la sangre de la manos: “El ejército y la fuerza aérea mexicanos refrendan su compromiso de trabajar con estricto apego al Estado de derecho y con pleno respeto a los derechos humanos, brindando todas las facilidades a las autoridades y a los organismos nacionales y estatales defensores de los derechos humanos” (minúsculas cambiadas intencionalmente).
Si bien se dice que las fuerzas armadas gozan de una confianza ciudadana, lo cierto es que los castrenses están involucrados en un alto número de denuncias por violaciones a los derechos humanos. La militarización de la seguridad pública, sea por elementos del ejército, marina o guardia nacional (GN), no ha pasado “sin novedad”. Datos publicados por la Universidad Iberoamericana señalan que el 39% de las personas aprehendidas por la GN entre 2019 y 2021 sufrieron alguna agresión física, contra 34% de las detenidas por el ejército. No obstante la disminución de las quejas ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, especialistas de esa Universidad señalan que las fuerzas armadas son de las “las instituciones que vulneran más los Derechos Humanos de las personas en México, sobre todo en el caso de violaciones graves a Derechos Humanos como son asesinato, tortura y violencia sexual” y puntualiza: “Se estima que 70 mil personas sufrieron agresiones físicas después de su detención por parte del ejército entre 2007 y 2020”.
Este siniestro capítulo de Nuevo Laredo tiene más preguntas que respuestas convincentes. No hay duda, el papel de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública está seriamente en entredicho y sostenido por el capricho incomprensible del presidente que militariza cada vez más al país. Como bien señaló el Observatorio laico de la Conferencia del Episcopado Mexicano, los tiempos de la llamada 4T han “otorgado mucho poder a los altos militares para tener acceso a muchos recursos mediante las obras públicas y el control de los puertos y aduanas, además de asignarles muchas obras y dinero a través del presupuesto federal”, un propósito político para anclarse al poder por medio de las armas.
Pero más allá, la ciudadanía tiene ahora derecho a una respuesta y acciones contundentes. No es tener chivos expiatorios solamente para lavarse de las culpas. Y nos debería preocupar una cosa más. ¿Hasta qué punto tenemos soldados equilibrados y preparados? El comunicado de la Secretaría de la Defensa Nacional dice que por “un estruendo”, en Nuevo Laredo, los soldados activaron poderosas armas que destrozaron los cuerpos y terminaron con la vida de cinco personas. Un estruendo que le podría pasar a cualquiera.