Desde el inicio del siglo XXI, la Iglesia católica ha visto tres cónclaves, los que eligieron a los cardernales Ratzinger y Bergoglio y, en los próximos días, a quien será sucesor del pontífice argentino. El 7 de mayo de 2025, con la misa pro eligendo pontifice, 133 cardenales electores se encerrarán en un cónclave que se perfila como uno de los más impredecibles en décadas, desatando un torbellino de especulaciones sobre el destino de la Iglesia.
Entre los 19 papables favoritos destacados por analistas, hay nombres como el italiano Pierbattista Pizzaballa, patriarca de Jerusalén; el conservador guineano, exprefecto de la congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, Robert Sarah; el filipino y proprefecto del Dicasterio para la Evangelización, Luis Antonio Tagle, o el secretario de Estado de Francisco, Pietro Parolin que descollan por la diversidad visiones, cargos, tareas episcopales y ministeriales o fidelidad al magisterio y estilo del Papa Francisco; otros tienen notables capacidades para influir o destacar como buenas opciones al pontificado, entre los que están el cardenal Peter Erdö, primado de Hungría o de lugares tan lejanos como Suecia, de donde es el arzobispo de Estocolmo, Anders Arborileus.
El cónclave no es solo una reunión donde se pide el auxilio de Dios y de la tercera persona de la Santísima Trinidad; es también un escenario de decisiones políticas bajo tensiones francas que buscan reconciliación; el pontificado ya no tiene poder temporal, no obstante, goza de una influencia moral que pesa en las decisiones de los poderosos.
No obstante los juegos del poder y de las tensiones del mundo, la Iglesia católica requiere de un liderazgo asociado al reflejo sincero de predicar el evangelio y la Verdad. La Iglesia no se resiste al cambio; por el contrario, es consciente del cambio de los tiempos y de cómo la Palabra debe extenderse como mandato de Cristo en un mundo secularizado donde la religión importa menos, los conflictos escalan, las herejías se expanden y la incertidumbre sobre el futuro, prevalece.
La expectativa de un Papa que “construya puentes y no muros”, como recordó el decano de los cardenales en el funeral de Francisco, permite generar la expectativa de que el Papa, además de ser líder espiritual, goza todavía de una gran credibilidad y confianza a nivel global que puede apaciguar tensiones políticas y desactivar conflictos
El cónclave venidero podría ser de los más importanes para definir al catolicismo en esta primera mitad del siglo XXI. Entre progresistas o conservadores, hay un punto que no es sujeto a la negociación, componendas o consensos. Ese es el Evangelio. El cónclave real no es como una de esas películas de moda que desatan mas especulaciones manejadas desde la ficción en intereses que quieren ver a la Iglesia arrinconada como un nido de conspiradores. ¿Existen tensiones? Es obvio, es la decisión por el destino común. ¿Hay intereses? Desde luego, se trata de la Iglesia. ¿Hay desatinos? Existen porque interviene la naturaleza humana. Pero, para los creyentes, hay algo superior que ninguna otra elección tiene y le da una legitimidad superior: la asistencia de Dios y eso sólo es comprensible porque antecede una acto de fe.
En un mundo que observa con expectación la chimenea de la Capilla Sixtina, la Iglesia tiene la oportunidad de enviar un mensaje de renovación y esperanza. En un mundo fragmentado y desmoralizado, el nuevo Papa tendrá un papel que ya supera al de los políticos comunes. Representa la imagen visible de la novedad del Evangelio de Cristo. El humo blanco marcará el inicio de un nuevo capítulo que, sin duda, debe poner el cristianismo como actor fundamental de la civilización occidental porque más de mil millones de creyentes en el mundo han creído que en la Iglesia de Cristo existe la plenitud de la Verdad.