Editorial Centro Católico Multimedial. «¿Austeridad franciscana?»

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Editorial CCM / Otro nuevo plan de austeridad del gobierno de la República ahora sube echando mano de un recurso populista que lo enmarca en una perspectiva mística y religiosa. La meta es tener “ahorros para que no haya despilfarro, derroche, que sigamos con el propósito de que no puede haber gobierno rico con el pueblo pobre. Tenemos que limitar viáticos, gastos de operación, reducir el costo del gobierno. Antes le costaba mucho al pueblo mantener al gobierno, era un gobierno mantenido y bueno para nada, entonces queremos que el gobierno sea eficiente, honesto y que facilite las acciones en beneficio del pueblo”, dijo el presidente de México en un nuevo capítulo que insiste en el gobierno pobre para bien del pueblo, de “pobreza franciscana”.

“Es una fase superior”, dijo el mandatario cuando reconoció que la llamada austeridad republicana que inauguró su gobierno ya no es suficiente. Ahora debe ceñirse con el cordón del santo de Asís para encontrar dinero de donde sea posible. Ningún funcionario o servidor de los tres poderes de la unión debe tener emolumentos mayores a los del líder que es quien dicta lo que la nación quiere, el presidente.

AMLO dice que en su administración se han generaron ahorros por más de dos billones de pesos que podrían equivaler a poco más del gasto programado para las acciones de gasto público en materia de seguridad social en 2022. Ahora el discurso lo eleva a un nivel místico de la pobreza religiosa. De inmediato, diversos medios se dedicaron a indagar qué es eso de la pobreza franciscana para saber a lo que se refería el presidente. Renuncia total de los bienes, la desnudez absoluta, la deposición de todo, como lo hizo Francisco de Asís.

No obstante esas alegorías no aplican a un gobierno. Es claro que la intención es un gobierno eficiente con un gasto que implique la correcta aplicación de recursos para atender las diversas áreas del gobierno con una burocracia bien pagada, pero también adelgazada. Pero, por otro lado, pesa el fantasma de la corrupción y la opacidad.

Recientemente la organización “Mexicanos contra la corrupción” documentó las serias irregularidades del manejo de recursos de empresas que se creían iban a paliar la pobreza y la crisis alimentaria. Anomalías por más de 9,000 millones de pesos, contratos con empresas fantasmas, corrupción y fraudes empañan otro proyecto transformador que más bien parece regresivo al pasado.

Igualmente esa organización señala que entre 2018 y 2022 “más de 260 millones de pesos se han dado a empresas fantasma declaradas por el SAT. Tan solo en 2022 se dieron 3 contratos por medicamentos –equivalentes a más de 2 millones de pesos– a una empresa que desde 2018 fue declarada empresa fantasma”.

Lo que es de llamar la atención es que ese dispendio de recursos lastimó a la austeridad republicana que ahora pasa a la fase superior del idílico franciscanismo. Un gobierno no es una orden religiosa. AMLO toca ahora una fibra de la cual ha echado mano en su discurso populista. La urgencia de recursos tiene otros objetivos. Esas son las obras controvertidas que ya superaron las expectativas originales elevándose de forma exponencial.

La administración pública requiere de recursos bien distribuidos y aplicados. El derroche también puede justificarse en la opacidad y la riqueza dilapidarse en obras de infraestructura. No es un gobierno de pobreza franciscana, es una administración desesperada que sabe muy bien que no hay recursos suficientes para obras sin planeación. Al final, esa mística aspiración ahondará la corrupción. 

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