Editorial ACN / Este domingo 26 de noviembre, el último del tiempo ordinario en la Iglesia católica, los fieles celebran una solemnidad especial que da sentido al fin de la historia, por lo menos en el término de este calendario, y de una proyección más allá de nuestra existencia, Jesucristo, Rey del Universo.
¡Viva Cristo Rey! es de las proclamas más conocidas en la Iglesia mexicana. Muchos, además, se han querido colgar de ella para mover ejércitos que sólo están en su imaginación, pero que usan como conveniente propaganda para sus propios intereses ideológicos que más que unir, polarizan y enfrentan como si el reinado de Cristo se tratara de una cruzada permanente y de guerra frecuente. Otros, han dicho que el grito es una señal de lo más vetusto y anticuado de la Iglesia, de retroceso y de anquilosamiento; un grito que, más que serlo, es sencillamente el canto de un himno apolillado que se niega a morir a pesar de estar moribundo.
¡Viva Cristo Rey! más que un grito es tener una convicción personal e íntima, respuesta a un sentido, a hacer las cosas de una forma y reflejar un reino que no es el de este mundo, mientras las ofertas del posthumanismo o de la postmodernidad encumbran ídolos que pretenden imponerse como los hacedores de diversos reinos sobre los seres humanos que no encuentran el sentido de la vida, la existencia es cada vez más vacía y el futuro parece cada vez más incierto.
De nada vale un grito energúmeno de ¡Viva Cristo Rey! cuando la religión no ofrece una alternativa y certeza al propósito de la existencia personal y social. Cuando el Papa Pío XI propuso la institución de la fiesta de Cristo Rey, la cual cumplirá 100 años en 2025, lo hizo advirtiendo de las “supremas calamidades” que abrumaban y afligían a los seres humanos en un tiempo convulso y entreguerras, cada vez más complicado e incierto.
Sus palabras parecen resonar de nuevo con validez perenne, especialmente en una decadente realidad como la de México, sumida en la polarización y las ideologías. Pío XI escribía sobre esos “amargos frutos” producidos como una infausta cosecha debido al repudio de las personas y de las sociedades al reinado de Cristo: “El germen de la discordia sembrado por todas partes, encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio y, brotando de todo esto, las discordias civiles junto con un ciego y desatado egoísmo sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares, rota la unión y la estabilidad de las familias y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad”.
Previo a su sacrificio en el patíbulo de la cruz, el gobernante romano preguntaba a Cristo: «¿Luego tú eres Rey?» Frente a él, Jesucristo afirmó su realeza. Esa misma pregunta se actualiza en cada ser humano. Y cada quien tendrá en su espíritu y ánimo la acción sincera, de fe y convencida. ¿De verdad eres Rey? ¿La respuesta será la misma? ¿O será un grito de esperanza? ¡Viva Cristo Rey!
¿Por qué ponen la figura de Cristo tambaleante, como cayendo?
¡Claro que somos el ejército de Cristo Rey, Iglesia militante, porque no hay otra en este mundo!
Estamos en cruzada permanente y guerra frecuente conta el maligno y sus secuaces que diluyen la doctrina y con la misericordia sin justicia rebajan lo que Cristo elevó, confirmando al pecador en su maldad, con su grito energúmeno «no queremos que éste reine sobre nosotros» siguen al príncipe de este mundo.
Cristo no caerá, Satanás ya cayó.