Pbro. Dr. Alberto Anguiano / Pastoral Siglo XXI.- De enero a marzo de este 2022, se han registrado en Nuevo León, 21 asesinatos de mujeres. A esta escalofriante cifra, se suman las 54 tentativas del mismo delito, sin contar que, al menos hasta el pasado mes de abril, había 284 mujeres desaparecidas, de entre las cuales, 56 siguen sin aparecer.
Aunque estadísticamente el 80% de los victimados son varones, lo que caracteriza a los delitos contra las mujeres radica en el hecho de que no existe, aparentemente, otro móvil que el de su condición femenina. La condición femenina, en este caso, no es puramente biológica, sino que está ligada a la sustancial desventaja de ser mujer en una sociedad donde ella no sólo queda expuesta ante la fuerza física del varón, sino también ante su mayor poder cultural, político, profesional, laboral y económico.
Desde luego que toda violencia es absurda, tal como lo evidencian tanto la guerra entre Rusia y Ucrania, al otro lado del mar, como también el crimen organizado que tenemos frente a “nuestras narices”. Pese a todo, pareciera que ambos conflictos son explicables por los intereses políticos y económicos implicados en ellos.
Sin embargo, cuando las víctimas son mujeres y niños, se puede decir que la violencia ha alcanzado ya un índice que manifiesta la absoluta descomposición social. Mujeres y niños son la expresión de la sacralidad inviolable de la vida, al mismo tiempo, que de su más alta vulnerabilidad.
Por eso, una sociedad cuyas autoridades no garantizan el cuidado de las mujeres y niños, y cuyas leyes no defienden su vida, sino que más bien normalizan la violencia en contra de ellos, representa el más flagrante fracaso de todo intento civilizador.
Pero esta lamentable ola de odio mortal en crecida contra los más indefensos, no puede ser la característica de esta historia de la que Cristo resucitado es su Señor, su principio y fin, su Alfa y Omega (Ap. 1, 8). Ya desde los orígenes de la Iglesia, las primeras comunidades cristianas, congregadas para testificar la resurrección de Jesucristo, tuvieron que enfrentar valerosamente las persecuciones de no pocos emperadores romanos que trasgrediendo los fundamentales derechos de los ciudadanos del Imperio, condenaban a muerte, sin mediación de juicio alguno, a todos cuantos llevaran el inocuo “nombre” de “cristiano”.
En semejante contexto de odio y persecución contra los cristianos, la fe en el Resucitado desafiaba la lógica de crueldad y muerte que gobernaba la historia en curso, después del nacimiento de Cristo. Por eso, el libro del Apocalipsis, con coloridas imágenes y potentes símbolos, invita a los creyentes de todas las épocas a no desanimarse, ni a dejar que los sanguinarios y homicidas acontecimientos del siglo, les roben la esperanza en la vida nueva y plena que nos da el Resucitado.
Los versículos del capítulo 12 del mismo libro relatan la persecución emprendida por un dragón contra una mujer que acaba de dar a luz. El hijo nacido de la mujer perseguida, es el Inocente, traspasado por nuestros crímenes (cf. Is. 53,5) y por ello mismo, germen y retoño de una nueva descendencia, de una multitud de valerosos creyentes para quienes se abren, de par en par, las puertas de la ciudad de Dios porque ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del cordero indefenso (cf. Ap. 22, 14-15).
La misteriosa mujer, que apenas ha parido, representa simbólicamente a santa María, la Madre de Aquel cordero que, con su inocencia venció la violencia mortal y, desde entonces, hace justicia a todo el que le sigue, dándole fuerza y vida plena en la esperanza de su resurrección. Pero, a la vez, la mujer es también símbolo de la Iglesia, comunidad de hombres y mujeres que son el inicio de una nueva civilización, de una nueva sociedad que engendra y defiende la inocencia de la vida con la propia vida.
En este mes de mayo, en el que seguimos celebrando el triunfo de la resurrección, celebramos también a santa María, especialmente aparecida, el 13 de mayo, a unos niños en Fátima (Portugal), en el contexto de la primera guerra mundial. Y con María, celebramos también en el día 10, de este mes de mayo, a todas las madres, mujeres que dan vida y que han defendido a sus hijas e hijos, victimados y desaparecidos, como en otro tiempo, en Argentina, lo hicieron aquellas mujeres, llamadas “madres de plaza de mayo”.
A todas las mujeres que engendran esa vida que arbitraria e impunemente otros arrebatan, la fe en el Resucitado les llama a dar a luz, con dolores de parto, a una nueva sociedad. Pese a la encarnizada persecución, hay que parir una nueva humanidad en la que tanto varones, como mujeres, superen la competencia por el poder y aprendan el poder de la colaboración complementaria. Hay que hacer del resentimiento por las víctimas del feminicidio, fuerza de lucha para promover leyes que garanticen el respeto a la vida, a toda costa, censuren su intoxicación con el banal placer del narcótico y castiguen todo ejercicio de poder que abusiva, irresponsable y sádicamente instrumentalice la sexualidad humana.
https://pastoralsiglo21.org/el-apocalipsis-la-persecucion-de-la-mujer/
No me esperaba encontrar en InfoVaticana, un alegato de «ideología de género» como este:
«Aunque estadísticamente el 80% de los victimados son varones, lo que caracteriza a los delitos contra las mujeres radica en el hecho de que no existe, aparentemente, otro móvil que el de su condición femenina. La condición femenina, en este caso, no es puramente biológica, sino que está ligada a la sustancial desventaja de ser mujer en una sociedad donde ella no sólo queda expuesta ante la fuerza física del varón, sino también ante su mayor poder cultural, político, profesional, laboral y económico.»
Si aceptamos que el asesino calificado de «feminicida» asesina unicamente por la característica de ser mujer, tendríamos que tener una explicación de porqué mano únicamente a ESA mujer, y no al resto de mujeres que encontró, antes y después del asesinato, por la calle……..
Ojo con la ideología de genero y con el padre de la misma…………….