AMLO

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Alfredo Arnold / Arquimedios Guadalajara.- Dentro de unas horas cambiará de manos el timón con el que navega nuestro país.

Cuando se alcanza el poder –lo que seguramente es uno de los objetivos de la vida terrenal– la siguiente aspiración tal vez no sea la riqueza, sino la trascendencia; pasar a la historia con las mejores calificaciones posibles; máxime cuando se está en el otoño de la vida.
Es el caso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pertinaz luchador contra el establishment.
Se va de la Presidencia a los 70 años, situación muy distinta a dejar de ser presidente a los 52, como ocurrió con Enrique Peña Nieto, con una amplia expectativa de futuro.

AMLO no logró su propósito, como tampoco lo hicieron sus nueve antecesores. Desde Adolfo López Mateos, ningún presidente se ha ido totalmente victorioso.

Sin embargo, López Obrador impuso un estilo nuevo y muy personal: rijoso, autoritario, intransigente, obstinado, contestatario, aunque también valiente y arriesgado, “echado pa’ delante”. Se enfrentó a empresarios, periodistas, intelectuales, medios nacionales y extranjeros, partidos políticos, países y jefes de Estado, a sus propios colaboradores, a líderes de su misma ideología, a la Organización de los Estados Americanos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea, a organismos autónomos y a uno de los tres Poderes de la República: el Judicial.

Concentró tanto poder que ganó dos elecciones, la del 2018 y la del 2024; si hubiera estado en la boleta electoral el pasado 2 de junio, habría sido el ganador. Peleó en el ring de la política como rudo y como técnico; se contradecía abiertamente: “Nada por encima de la ley” o “no me vengan con que la ley es la ley”, según le conviniera.

Ha sido un caudillo, quizá como no surgía otro desde Álvaro Obregón. Lamentablemente, deja un país dividido y mutilado en las instituciones que se construyeron a lo largo de las últimas décadas.

Falló en sus promesas, como la de gobernar para todos, conectar Internet en todo el país, crear cien universidades, llevar el Banco del Bienestar a los rincones más apartados, descentralizar las Secretarías de Estado, hacer del exlago de Texcoco un gran parque nacional, modernizar los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos, convertirnos en una potencia mundial en producción de litio, pacificar a la nación, ser autosuficientes en gasolina barata, alcanzar la excelencia en salud pública, etcétera, etcétera.

Movió a discreción a sus colaboradores cercanos; a unos los despidió, otros le renunciaron, a otros los trajo como piezas de ajedrez.
Tampoco se ganó el reconocimiento internacional.
El Consejo de Seguridad de la ONU ignoró su propuesta para reducir la pobreza; el Papa Francisco, Antonio Guterres y el Primer Ministro de la India no tomaron en serio su iniciativa de ser mediadores en la guerra entre Rusia y Ucrania; el rey de España y el presidente de Estados Unidos no contestaron sus cartas.

AMLO y el expresidente Enrique Peña Nieto, durante el periodo de transición en 2018.

Prometió demasiado sin que fuera posible cumplir. “Prometer no empobrece; el dar es lo que aniquila”, dice el refrán. Pero tuvo dos aciertos mayúsculos: repartió dinero contante y sonante a través de los programas sociales y mantuvo el control y la primicia de la comunicación por medio de “Mañaneras”, discursos en el Zócalo y numerosas giras; una didáctica cuestionable, pero muy efectiva.

AMLO ha sido el gran protagonista hasta el último día de su mandato. La historia se encargará de colocarlo en el sitio que le corresponda. A pesar de su elevada popularidad, no deja un país mejor del que recibió, aunque eso sólo lo podrá argumentar el tiempo. Eso sí, nadie podrá negarle el mérito de haber entregado hasta la última gota de sudor, de haber defendido con tenacidad sus convicciones y haberse impuesto a sus “adversarios” como ningún presidente lo había hecho desde hace muchísimo tiempo. López Obrador entrará en unas horas al terreno de la leyenda.

El autor es LAE, diplomado en Filosofía y periodista. Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara.

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