Mons. Alfonso Gerardo Miranda Guardiola, obispo de Piedras Negras.- Eran casi las 11 de la noche de ese sábado, y aún leía algunas reflexiones en mi celular preparando la homilía del siguiente día, cuando veo llegar un mensaje por whatsapp de un número desconocido, que alcanzo a leer: “Padre, soy Juan, policía estatal, ¿le puedo llamar?”
Me asusté al leer este mensaje inesperado y le contesté: escríbeme por favor. Y que empieza a decir que tenían un compañero velándose en una funeraria de la localidad, y sin leer más, que le marco, me contesta y me cuenta que era un jefe policía abatido hacía pocos días en el cumpliendo de su deber y me pedía si podía ir a celebrarles una misa, en ese momento.
De inmediato le respondí: Sabes, estoy solo en casa de mi madre, cuidándola a ella de 94 años, y a mi tía de 87 y no tengo con quien dejarlas en este momento, además no traigo los ornamentos necesarios para hacer una eucaristía, con gusto podría ir mañana u otro día de la semana.
– No se preocupe padre, me contesta desilusionado, en otra ocasión será, – ¿No es posible mañana? Insisto. – Mañana le harán honores, y lo llevarán a su tierra, ya no es posible, pero agradezco su esfuerzo;
Y en lo que colgamos, como un resorte, le vuelvo a llamar. – Dame unos minutos, le dije, para hacer unas llamadas y te marco. – De acuerdo, me dijo
De inmediato, marqué a un amigo sacerdote relativamente cercano a la casa de mi madre, con el deseo de encontrarlo despierto. Me contesta, le explico la situación, titubea, igual que yo, por no saber que tan cierto era, duda, pero acepta ir, diciéndole yo, que marcaría a la funeraria que ya había identificado, para cerciorarme, pero en eso, le pienso bien y le digo, sabes qué, iremos juntos, solo deja hablo con mi tía. Por lo pronto prepara todo lo de la misa, le pedí.
En eso bajo al cuarto de mi tía, la cual estaba a punto de dormirse, y le explico la situación, y le pregunto si podría ella, quedarse al frente de la casa, y cuidar a mi mamá que ya dormía, pero que podría levantarse en cualquier momento por la enfermedad de alzheimer que la aqueja, y me contesta que me vaya, que ella, aunque casi no puede caminar, se encarga.
Confirmo a mi amigo sacerdote, y al policía que me habló, y a este último le digo, que en una hora estaremos ahí.
Mi amigo pasó por mi en media hora, y como pudimos llegamos al oscuro centro de la ciudad, justo a la media noche. Ahí estaban afuera de la funeraria las patrullas y los policías, la mayoría de ellos uniformados. Nos recibieron amablemente y también salieron a recibirnos los de la capilla de velación; todavía esperamos 20 minutos a que llegaran los papás del policía caído en combate. A falta de coro, un exseminarista que trabajaba en la funeraria, aceptó cantar en la misa. La empezamos, había como 80 policías, 60 uniformados y 10 francos (en ropa civil), más su familia.
Yo recuerdo que cuando iba al cuartel de la policía estatal a celebrar la misa los domingos, hacía como 9 ó 10 años, los policías iban a fuerza, y de 100 que a veces iban, comulgaban 5 ó 6, y estaban ahí más por obligación que por devoción, y en posición de firmes, sin moverse, casi sin respirar, hasta que al final de la misa, invitaba a recibir la bendición y protección de Dios al que quisiera, y todos rompían filas y se acercaban. En esta misa, todo fue diferente. Los policías estaban súper atentos, sin perderse una sola palabra y gesto de la misa, seguían los cantos, las oraciones y las bendiciones. Les hablé en la homilía de que su compañero había ofrendado su vida por la sociedad, y que Dios lo había llamado precisamente cumpliendo con su altísimo deber, y que para Dios eso era demasiado importante, cuántos quisiéramos, sacerdotes incluidos, ser llamados por Dios, celebrando la misa, o auxiliando a un hermano.
Les hablé también de la altísima responsabilidad que ellos tienen de custodiar la sociedad, y de la inmensa confianza que el pueblo depositaba en ellos, y de la gran necesidad que tenían de que Dios los acompañara y protegiera. Nunca había visto en ellos tanta atención. Cabe señalar que ellos, al llamarme, por supuesto que esperaban la respuesta positiva de la Iglesia, deseaban que la Iglesia estuviera con ellos precisamente en ese momento, cuando más consuelo, fortaleza y ánimo necesitaban. Es infinitamente incomparable la actitud, cuando uno va, incluso a su cuartel, y llama e invita a que vengan a misa a cuando ellos te llaman, te buscan, te necesitan.
Al acabar la misa, Juan, el policía, nos contó cómo había muerto su jefe, enfrentando él por delante a un grupo criminal y cómo fue abatido, gallardamente, dando a sus compañeros testimonio de heroísmo y valentía.
Le pregunté cómo había conseguido mi contacto para mandarme el mensaje y me contestó, que yo se lo había dado hacía 9 ó 10 años, cuando iba a su cuartel a darles la misa, y que él lo había conservado durante todo ese tiempo en su teléfono.
¡Padre! ¿Cuánto le debo por todo lo que han hecho por nosotros? – Nada, amigo, por esto no se cobra. – Padre, yo sé que siempre se necesita ayuda, si algún día, un borrachito, o alguien se le pone al brinco, por favor háblenos, ahí estaremos 24/7.
Gracias hermano, espero en Dios nunca se necesite, que el Señor te proteja, te cuide y te bendiga, nos dimos un fuerte abrazo y nos despedimos.
+ Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
Columna cedida gentilmente por el autor para los lectores de Infovaticana y la Agencia Católica de Noticias