Hoy es Santa Cecilia, mártir ilustre, hija del trastévere romano, cuya fiesta nos llena de sublimes melodías que nos hacen vivir con alegría incluso en estos tiempos aciagos.
Al final del Ángelus el Papa Francisco hizo mención a los jóvenes que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud de las diócesis. Parece ser que se celebraba por primera vez en la solemnidad de Cristo Rey. Como sucede con tantas cosas de este pontificado, son tantas, no se enteran ni los de casa. Estamos en una carrera de ocurrencias que da la impresión que no tiene otra finalidad que despistar a un rebaño ya demasiado despistado y diezmado. El papa Francisco, si se ciñe a los papeles, hasta dice cosas con sentido: «La vida de un cristiano no es una obra de teatro en la que puedes usar la máscara que más te convenga. Porque cuando Jesús reina en el corazón, lo libera de la hipocresía, lo libera del subterfugio, de la duplicidad. La mejor prueba de que Cristo es nuestro Rey es el desprendimiento de lo que contamina la vida, haciéndola ambigua, opaca, triste». En la homilía de esta solemnidad: «ponerte de pie mientras todo parece desmoronarse; ser centinelas que sepan ver la luz en visiones nocturnas; ser constructores en medio de los escombros (¡hay muchos en este mundo hoy, muchos!); poder soñar».
«Uno puede ser pecador, nunca corrupto». Es una idea que frecuentemente utiliza el Papa Francisco y de nuevo lo ha hecho durante el Ángelus: “uno no se vuelve corrupto, falso, inclinado a encubrir la verdad. No hay doble vida. Recordamos bien: ¡pecadores sí, nunca corruptos! ”. Si creemos la literalidad de la máxima del Papa Francisco tenemos que pensar que hay una clase de seres humanos, ‘los corruptos’ que no entran en el plan de salvación de Jesucristo, que no tiene redención. Esta especie de clases malditas, anatemizadas por el Papa Francisco, como ‘los rígidos’, se mueven en la indefinición y no tenemos una idea clara de quienes forman parte de la clase condenada. No suponemos que en esto, como en tantas cosas del Papa Francisco, dependerá del discernimiento y del discernidor. La autoridad discernidora solo existe si el apellido va embellecido de SJ, que son los grandes discernidores sin posibilidad alguna de apelación.
La gendarmería del Vaticano es un pequeño cuerpo, unos ciento cincuenta hombres, que forman el equivalente a un cuerpo de policía. Cuidan su imagen y la inmensa mayoría no se meten en temas ‘políticos’. Estamos viendo el papel, más que discutible, para un cuerpo de policía en el proceso Becciu. La violencia de sus interrogatorios es sobradamente conocida y los métodos en un estado carente de derechos civiles, dejan mucho que desear. Es muy triste que todo esto suceda en un estado presidido por el Papa Francisco que no se cansa de predicar lo que en su casa no está dispuesto a aplicar. La manipulación de las pruebas en un proceso lo invalida de raíz y es lo que está sucediendo. Hoy todo se ve y termina sabiéndose y el descrédito alcanza a todas las instituciones del Vaticano, también al cuerpo de la gendarmería. Los que se meten en estos líos son los superiores y los inferiores no les queda otra que oír, ver y callar si pretenden mantener su puesto de trabajo. Incluso tienen tiempo para participar en la sección de fútbol recién formada del grupo deportivo de la Gendarmería del Vaticano.
El Papa Francisco no tiene la intención alguna de cambiar el sacramento de la confesión haciéndolo público con una especie de abolición del secreto de confesión. El tema ha sido de actualidad durante algún tiempo, con Australia a la cabeza varias veces, especialmente con solicitudes continuas destinadas a garantizar que lo que se revela en el confesionario se convierta en conocimiento público. Ahora también se ha sumado Francia, pero la repuesta de Santa Sede es un «no» claro y rotundo: «El sello del sacramento de la confesión es sagrado e inviolable. Un punto que permanecerá firme e inalienable; hay que defenderlo. Estoy dispuesto a poner todo mi peso magistral en ello».
Los italianos en general, los romanos mucho más, están bien dotados por la naturaleza y la experiencia de su historía para el teatro. Un monseñor fantasma que se jactaba de tener conexiones papales al planificar audiencias con Francisco. Se presenta como empleado de la Prefectura de la Casa Papal y envía correos electrónicos a diestra y siniestra, parece tener la agenda papal, prometiendo reuniones con el Papa Francisco en la misma Santa Marta. Ya hay denuncia contra Andrea Andreani, así se llama el personaje, que presume de «cercanía al Santo Padre atribuyéndole para él hechos, palabras, estados de ánimo y la causa de que esto provoque disturbios y prejuicios».
En la Plaza de San Pedro en el Vaticano ha llegado el árbol de Navidad que, a partir del 10 de diciembre se encenderá. Es un abeto de 113 años, 28 metros de altura, decorado con esferas de madera de Trentino.
No hay día que no tengamos alguna noticia de algo que se suprime, se cierra, desaparece en la iglesia. Los tiempos de primaveras no están llevando a la extinción de instituciones seculares y beneméritas que han sobrevivido a guerras y revoluciones. Hoy es el seminario de Mantua, que durante casi quinientos años, desde Trento, ha sido el punto de formación de muchos sacerdotes. Mantua tiene un seminarista y se forma fuera de su diócesis, la solución pasa por la venta o el alquiler. Tanto esfuerzo de generaciones que termina haciendo caja y empleado en enfriar el planeta en medio de sínodo de los sínodos.
«…ha echado todo lo que tenía para vivir».
Buena lectura.