Hay días que las noticas son muy variadas y es muy difícil articular una presentación razonable. Hoy es tema es único y por desgracia seguirá siéndolo por mucho tiempo. Estamos viviendo momentos y situaciones inéditas y hoy vemos como el cardenal emérito de Washington deja de ser cardenal por su historial de agresiones sexuales durante decenios. Estamos llegando a límites de vergüenza colectiva. No podemos dudar de la buena voluntad de Papa Francisco en querer afrontar estas asquerosas situaciones pero en mucho casos vemos maniobras de despistaje. Para una institución que se desmorona el gritar proclamas ecologistas, o pro imigracionistas, o con tanto arco iris, no deja de ser un sarcasmo ridículo. Si con esos discursos se pretende ocultar la evidencia ya no se consigue. Es increíble ver la cara dura de quien nos quiere hacer creer que no se sabia nada. Los que están intentando poner orden son los mismos que han tolerado el desorden y que con su silencio o su complicidad han creado esta situación de descalabro.
Gracias a Dios, cada vez más, las víctimas han perdido la vergüenza y confiamos que lleguemos a reconocerles el «orgullo de hablar» e impedir que indeseables puedan pavonearse vestidos hasta de cardenal y dando lecciones de moralidad. Se ha terminado el tiempo de las palabras vacías, de las comisiones inútiles, de los procesos farsa. Son tantas las decepciones que las grandes condenas, los documentos programáticos, los besos y abrazos y las continuas peticiones de perdón no hacen otra cosa que causar risa e incredulidad. La función de los obispos, y el papa también lo es, no es pedirnos continuamente perdón, es gobernar y no dejar impunes los delitos que nos inundan y avergüenzan.
En casos demostrados de abusos no es posible que tengamos que soportar el ver celebrar los sacramentos a las personas que los han perpetrado, ni a los que por malicia o por inutilidad los han tolerado. Los sufridos católicos no merecen esto y con mucho sentido común se revelan y lo denuncian. El mayor escándalo es no denunciarlo y contribuir con el silencio a que personas indignas puedan seguir actuando «in persona Christi». Sabemos que los sacramentos son validos aun celebrados por el sacerdotes más indigno pero este no es el problema.
Lo que estamos viendo con claridad es que existen auténticas redes homosexuales en el interior de la jerarquía católica, porque de esto se trata y pocos hablan de ello. Los términos «abusos de menores» y » comportamiento inadecuado» se están convirtiendo en un modo de ocultar, gravísimo y asqueroso modo de ocultar, que nos encontramos ante casos de homosexualidad activa tolerada durante decenios por toda la «cadena de mando». Las iglesias están vacías, los seminarios extinguiéndose, y los fieles soportando a sacerdotes , obispos y cardenales homosexuales que les dan ordenes de lo que tienen o no que hacer y de la maravillosa primavera que estamos viviendo. Mal los que esto hacen y mucho peor los que sabiéndolo lo toleran y callan por mantener una posición que cada día es más vergonzosa.
Tememos fotos de Don Martinelli, sacerdote acusado de abusos con lo monaguillos de San Pedro, ni más ni menos, concelebrando en un funeral. Hoy todos llevamos una cámara en el bolsillo y en cuestión de segundos la foto está en la red. Se impidió al juez eclesiástico, que desaconsejaba la ordenación, seguir investigando. Aquí están implicados sus superiores religiosos, el obispo de Como y el Cardenal Comastri, que es arcipreste de San Pedro y vicario del papa para la ciudad del Vaticano. Todo esto es público y publicado y no sucede nada. Nos habían vendido su suspensión y demás canciones que se demuestran una vez más falsas. Las víctimas, como es más que lógico, se cabrean.
Recogemos la carta de un sacerdote que se muestra avergonzado con la situación pero nos anima a no abandonar y a seguir el camino de purificación y entrega a la iglesia en la que creemos y que no tiene nada que ver con toda esta porquería.
«Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.»
Buena lectura.
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