En las noticias relacionadas con el Vaticano está teniendo un protagonismo enorme la situación rocambolesca en que se encuentra el tribunal único, único porque solamente hay uno, en todo el estado. No se puede confundir con los tribunales de la iglesia que tienen otra naturaleza, aquí estamos ante un tribunal civil, en cuando es posible hablar de civil en una teocracia. Comprendemos que es muy complicado moverse en una situación tan anacrónica y que en el imaginario colectivo, dentro y fuera, se identifica totalmente con la religión católica. El Vaticano civil, el estado, necesita de la iglesia católica para existir, la Iglesia católica puede perfectamente existir sin el estado Vaticano.
Tosatti, en su blog, nos ofrece una lúcida y apasionada reflexión sobre los tiempos que vivimos y, en particular, sobre el papel de la información, la política y el poder judicial. Quedan muy pocos periodistas que intentan defender la libertad individual y está funcionado una apisonadora mediática que subyuga a millones de seres humanos eliminando su capacidad de reacción. Con la censura mediática y la prohibición de manifestarse estamos viviendo uno de los peores totalitarismos de la historia occidental, con el riesgo de que venga para quedarse. Europa está revuelta, más el norte que el sur, las manifestaciones y reuniones no sirven de nada, y generan frustración. Las políticas coercitivas de los gobiernos, de sus titiriteros y sus periódicos van adelante sin aparente oposición sometidos a los lobbies que quieren imponer el Gran Reset. La policía, jueces, magistrados, abogados, periodistas y siervos varios ya están en la misma olla. Desde que el mundo es mundo, quien tiene más dinero siempre manda. Tenemos la peor clase política desde el final de la guerra que no solo no están defendiendo a sus electores, sino que están siguiendo al pie de la letra la aberrante política de Xi Jinping para borrar definitivamente la única cultura del planeta donde la libertad era más valiosa que la vida.
El escándalo perpetuo en que nos movemos hace que cada día tenemos en los titulares nuestro caso de pedófilo. Francia pide al Líbano la extradición de un religioso que ahora vive en Beirut en un convento, con el apoyo de los amigos del obispo. El sacerdote libanés Mansour Labaky, de 81 años, fue condenado recientemente a 15 años de prisión por la violación de tres menores en el instituto «Foyer Notre-Dame-Enfant du Liban» que fundó en Francia en 1990. En el juicio estuvo ausente, «por motivos de salud», si hubiera puesto un pie en Francia, habría sido encarcelado porque se emitió una orden de arresto internacional en su contra desde abril de 2016.
Y seguimos en Francia en donde Karine Dalle, hasta hace diez días directora de comunicación de la Conferencia Episcopal Francesa ha sido expulsada por decir la verdad, que ya sabemos que es muy molesta. Además de relativizar los resultados del informe sobre abusos, no ha gustado la claridad con la que defendió ¡oh escándalo!, que «el secreto de la Confesión se nos exige y en este sentido es más fuerte que las leyes de la República». Parece que el mismo Papa Francisco en la reciente reunión de jefes de dicasterio se puso serio sobre el tema: «El sello del sacramento de la confesión es sagrado e inviolable. Un punto que seguirá siendo firme e indispensable; para defenderlo estoy dispuesto a poner todo mi peso magisterial en él ».
Ha fallecido el padre Jean Pierre Schumacher último superviviente de la masacre de terroristas islámicos del convento de Tibehirine, en Argelia, en las montañas del Atlas. Es el último testigo de una gran tragedia que sacudió al mundo en 1996 y que fue llevada a la pantalla con la película francesa Hombres de Dios. Las cabezas cortadas de sus siete hermanos trapenses fueron encontradas a kilómetros de distancia y aún hoy no está claro quién los mató exactamente, ni el marco político en el que maduró un brutal secuestro y masacre. Un martirio en toda regla, asesinados por odio a la fe y beatificados en hace tres años en Orán.
Bassetti deja la presidencia de los obispos italianos sin pena ni gloria, con Zuppi, Lojudice y Castellucci como favoritos para la sucesión, que se decidirá en mayo. En Italia el Papa es el presidente nato de su conferencia de obispos y, aunque existe votación, Francisco tendrá la última palabra. En el discurso de la última asamblea de Bassetti, el Papa Francisco ha vuelto a insistir en que sean «menos burócratas, más acogedores con la gente, más capaces de ser padres y de escuchar a la gente en la calle».
Terminamos con una reflexión en torno a la fiesta de Cristo Rey: «La fiesta de Cristo Rey propone un catolicismo robusto y optimista que no admite compromisos. Presenta a Cristo triunfante sobre el mundo, sobre el pecado y la muerte. Cristo proclama, quien manda: «Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19) y: «Entonces, como no sois tibios, ni fríos ni calientes, os vomitaré de mi boca» (Apocalipsis 3: 16).»
Ante una iglesia parece despreciar su misión sobrenatural, persiguiendo una agenda político-social más acorde con un modelo secular, vista como una ONG, cuyo trabajo es buscar ¿justicia? para las masas. Es comprensible que el énfasis puesto en el triunfo de la soberanía de Cristo provoque cierta vergüenza, si no ira, en los primaveras. Hoy gusta más un Cristo amable y bondadoso, que no debe ser llamado «soberano» sino amigo, que no guía, que acompaña, y que le gustan los hombres «adaptados», no redimidos. Los mantras de esta distorsión se han vuelto tan familiares que resultan cómicos: «La balaustrada del altar (como si aún quedara alguna) no es un campo de batalla» o «No queremos hacer política la Eucaristía». Cuanto más se desvanece la doctrina de la Eucaristía más se marchitan las almas.
La fiesta de Cristo Rey es como un tambor que nos llama a la batalla, a luchar contra nuestros pecados, nuestras infidelidades, nuestras vacilaciones y racionalizaciones. Es el toque de trompeta que nos impulsa a marchar contra los enemigos de Cristo y Su Santa Iglesia. La fiesta de Cristo Rey no sirve para sentarse cómodamente y decir: «Qué hermoso». Esta fiesta requiere que todos juntos gritemos: «¡A la Carga!».
«Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos».
Buena lectura.
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