El año va adelante y marzo se nos termina, sin darnos cuenta va pasando la cuaresma y seguimos inmersos en la vorágine de la información diaria. Como era previsible, el Papa Francisco en el ángelus de ayer volvió a la guerra de Ucrania que es «bárbara y sacrílega» y pidió el cese inmediato de las hostilidades.
El verdadero problema es que no estamos enfrentando al hombre eterno, queremos crear una especie de humanoide de diseño, falso e irreal, que tendría que ser la perfección de la especie. La cruda realidad nos devuelve al hombre eterno, con sus pasiones y pecados, con sus grandezas y miserias. En esta parte del mundo hoy toca estar contra los rusos, todos, contra los casi ciento cincuenta millones, y a favor de los ucranianos, todos, los cuarenta y pico millones. El futuro arco iris que nos han diseñado está lleno de ecología integral, siempre en perspectiva de género y cuidando la casa común, este es el dogma. Ahora resulta que vivimos un rápido crecimiento de una corriente armamentística sin precedentes desde la última guerra mundial.
Basta ojear los medios generalistas para encontrar cosas como esta: «Querido Papa Francisco, la locura es salo la de Putin. Francisco se ha pronunciado en contra de la compra de armas. Pero, ¿cómo se defienden los ucranianos con flores?» Asistimos a una invasión llena de notorios «daños colaterales» : civiles muertos y heridos, destrucción de hogares, millones de desplazados internos y casi cuatro millones de refugiados expatriados, el futuro robado a millones de niños. Los del otro lado soplan el fuego, inspirados en el pirómano Joe Biden: un irresponsable que ignora el peso y el impacto de sus peroratas, un vendedor puerta a puerta de gasolina estadounidense, un presidente también implicado por motivos familiares en sucesos financieros ucranianos que no son precisamente clarísimos y citando incorrectamente al Papa Juan Pablo II para reforzar su propio belicismo interesado. Vemos títulos como “La paz se hace con misiles” entrando en un raro cinismo ya la vez a un sonoro bofetón a los continuos llamamientos del Papa Francisco, que con aciertos o desaciertos, se va alejando de sus hermanos de los nuevos órdenes esperemos de definitivamente.
Seguimos con frases sonoras que poco dicen y nada hacen: “Es hora de abolir la guerra, de borrarla de la historia de la humanidad antes de que sea la guerra la que borre a la humanidad”. Nuestra historia está llena de guerras y destrucción. La guerra está aquí y siempre llega porque no somos capaces de entender que, si nos vaciamos de Dios, el corazón del hombre se llena de odio y destrucción. La única forma de abolir la guerra es luchar para que no pueda llegar, no olvidarnos que estamos ante un riesgo siempre presente y real. Los grandes medios censuran al Papa Francisco cuando intenta ejercer de Papa. Esperan que se sume, como un político más, a las consignas del momento, como tantas veces ha hecho. Sabemos que, si no lo hace, será tachado y lo que hasta ahora eran amores se convertirán en ataques despiadados.
La presunta reforma de la curia, un parto de larga duración, está provocando indigestiones, no hay cambios drásticos y a más de uno, del lado zurdo de los alineamientos doctrinales, le quede un poco de sabor amargo. Cuando el Papa Francisco fue elegido en el Cónclave, se puede recordar una de las razones era la reforma de la Curia romana, llena de escándalos perpetuos. Praedicate Evangelium entra en vigor a principios de junio, nos e muy caro en su texto la Iglesia, incluida la de Roma, en «salida». Novedades, pocas, muchas decepciones y algunos daños colaterales, como la delicada posición en la que queda el Opus Dei y que le puede traer muchos quebraderos de cabeza.
El 12 de marzo, el Papa Francisco fue a la iglesia del Gesù en Roma para una misa con motivo del 400 aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Contamos con un artículo de Gerald E. Murray que estudia el sorprendente hecho. La naturaleza del oficio episcopal hace que el obispo sea el sumo sacerdote en su diócesis. Ofrece el sacrificio de la Misa por su pueblo, mientras sus sacerdotes, colaboradores que sirven a la Iglesia local bajo su autoridad, concelebran con él. El Papa Francisco no dio signos externos de que estaba concelebrando o presidiendo, predicó sin usar las vestiduras litúrgicas prescritas cuando el predicador no es el celebrante de la Misa. La Redemptionis Sacramentum de 2004: «Es reprobable el abuso por el cual los ministros sagrados, aun cuando participe un solo ministro, celebren la Santa Misa, contrariamente a las prescripciones de los libros litúrgicos, sin vestiduras sagradas ni vestidos sólo con la estola sobre el hábito religioso normal o un vestido ordinario”.
La pregunta es ¿Está el Papa sujeto a la ley litúrgica? Parece que sí. ¿Puede eximirse de las leyes litúrgicas? Sí, pero debe haber «una causa justa y razonable» ¿Se ha dispensado el Papa Francisco de la obligación de llevar las vestiduras litúrgicas durante la predicación y concelebración de la Misa? Puede que lo haya hecho, pero la Santa Sede no ha dado ninguna comunicación de que realmente lo haya hecho. ¿Hubo una razón justa y razonable por la que el Papa no usó las vestiduras litúrgicas prescritas? Es muy difícil, si no imposible, decir que tal razón existió en este caso.
El Papa es la autoridad suprema en la Iglesia, y como tal está llamado en primer lugar a respetar las leyes de la Iglesia: no debe escandalizar a los fieles dando un mal ejemplo. En la Traditionis Custodes, el mismo decía: “en muchos lugares no se celebran fielmente las prescripciones del nuevo Misal, sino que se entiende incluso como una autorización o incluso como una obligación a la creatividad, lo que a menudo conduce a distorsiones rayanas en lo soportable”. A los obispos: “Al mismo tiempo os pido que vigiléis que toda liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados después del Concilio Vaticano II, sin las excentricidades que fácilmente degeneran en abusos”. Otra confusión, nada indiferente, que nadie está dispuesto a aclarar.
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
Buena lectura.
El abuso no fue solo no usar los ornamentos. Hubo otro mas grave. Se le ve en el momento de la consagración hacer el gesto de levantar la mano hacia las especies eucaristicas, como deben hacer los concelebrantes. El hecho es que quien presidía era un presbítero, y un obispo, mucho menos el Papa, no debe concelebrar cuando celebra un presbítero. Eso es un error en la teología sobre la jerarquía.