¢
Hoy comentaré más cartas; la primera apareció en “La Prensa” de hoy, es de Alejo Andrés Lienso y su título es “Un penoso pontificado”. Comienza señalando algo evidente en la gestión de Francisco: “No hay límite para el asombro; cada día se supera… nos sorprende con una nueva enormidad”.
En primer término indicando “que todas las religiones llevan a Dios”. Todas Así las que prescriben sacrificios humanos, el suicidio ritual, la poligamia, las experiencias místicas bajo el efecto de narcóticos, la adoración de Lucifer.
Después critica su militancia en la política local y sus torpes chicanas de politiquería barata. Por todo esto se encuentra encerrado en el peor de los clericalismos.
En “La Nación” diario hay varias acerca del tema: la primera, es de Andrés Milá Prats se titula “Infalibilidad” , y recuerda que “el dogma de la infabilidad del papa se refiere a cuestiones teológicas, no políticas ni ideológicas”, lo cual completo: la materia es fe y costumbres e intención manifiesta de definir, p. el. La Inmaculada Concepción de la Virgen María.
La de Pedro Basavilbaso se titula “religión y política” y el lector señala que para Francisco la lucha entre bien y mal se reduce a la distinción entre ricos y pobres y es materialista. Se utiliza la palabra de Dios con fines políticos y se confunde la miseria material con la miseria espiritual, la miseria del alma de la cual la Iglesia debería ocuparse. Así es, la tarea propia de la Iglesia es ocuparse de la salvación de las almas, del Reino de Dios y su justicia; en cambio esto no lo ven nuestros obispos y su jefe que hace honor a su nombre y se queda en el “ojea”, atisba, mira, observa y nada más.
La de Alejandro Bourse se titula “Grieta” y dice que la prometida y postergada visita de Francisco, aumentaría la grieta porque su discurso apoya implícitamente a los corruptos, y le sugiere: ¿por qué no les dice a los pueblos cubano, venezolano y nicaragüense que hagan lío? Y tiene razón, porque como tiene su corazón a la izquierda (aunque su billetera a la derecha) jamás intentará desestabilizar a ningún régimen zurdo.
La de Horacio Jaunarena se titula “Cuestión de fe”; escribe que la opinión de Francisco cuando se refiere a cuestiones de política terrenal debe ser escuchada “tanto como la de un dirigente importante que opina y vive fuera de la Argentna desde hace más de diez años, con una clara identificación política y una información fragmentada que recibe de activos militantes.
“Decepción” es el título de la carta de Ricardo Reati, quien escribe: “estoy azorado por la crítica del Papa al procolo antipiquetes, omitiendo los trastornos que los cortes de calles y avenidas les causan a los ciudadanos comunes que quieren trabajar. Es lamentable que el buen pastor se convierta en defensor de una facción política, cuando siempre calló frente a hechos escandalosos que ocurrieron en los trece años de esa gestión”. Lo que sucede es que cualquiera que quiera opinar con sensatez acerca de cuestiones políticas concretas debe conocer todas las circunstancias que rodean a los hechos, cosa que Francisco omite y prefiere hablar desde su cerrada ideología.
“Memoria” se titula la carta de Pancras Buitrago , a quien las palabras del pontífce le traen a la memoria “las que pregonaban algunos sacerdotes a principios de la década del 70… Espero que esta vez las consecuencias no sean tan trágicas”. Lo que sucede es que hoy Bergoglio es el gran continuador de la prédica de los terecermundanos de entonces y llegó a beatificar a uno de ellos, con la sola oposición de los obispos eméritos Baseotto y Aguer.
Para concluir, hoy aparece en “La Nación” una carta de Leticia Giffoni titulada “Disparate” en la cual escribe: “Tengo mucha bronca y decepción con respecto al papa Francisco, al que desgraciadamente me sale decirle Bergoglio, pues creo que aun no se da cuenta que nos representa a todos… Que hable del gas pimienta sin estar al tanto de la situación en la que ocurrió el hecho me parece un disparate. En todo caso que diga que no llevan niños a las manifestaciones”. Volvemos a lo mismo: el no conocer las circunstancias, las situaciones, lleva a un hablar imprudente, vicioso.
En “La Prensa” de hoy, aparece un artículo importante de nuestro amigo Carlos Daniel Lasa, distinguido filósofo, titulado “la matriz del progresismo”, publicado en “El rincón de los sensatos” que sirve para ilustrar el tema.
Comienza con una referencia etimológica a partir de la cual, el “progresista” sería el hombre que dirige su vida “hacia adelante”.
Pero el articulista se pregunta: ¿cuál es el punto de partida? Y contesta: el mismo “se encuentra en un desborde ontológico del hombre, en un acto inicial que rechaza su esencial finitud”. Es una “hybris”, una desmesura originaria, lo demás son consecuencias.
Lasa se ocupa de la dinámica progresista en la política y en la religión; se refiere al hombre progresista que “somete a la sociedad política a un permanente estado de zozobra y opta por abrazar el cambio por el hecho que se debe cambiar… porque el cambio mismo es el único valor permanente”.
Y agrega: que “el escenario político actual se despliega en un mundo en el cual reina la lógica de una acción frenética”.
¿Qué sucede en el ámbito religioso, se pregunta? Contesta: “El católico progresista, asumiendo como dogma la filosofía de la praxis, se enfoca en borrar la metafísica en la comprensión de la fe… entonces interpretará el contenido de la fe católica de acuerdo al “dogma” de la adecuación a los tiempos que corren”. Los “signos de los tiempos”, se transforman en normas, lo nuevo es lo bueno.
Señala Lasa que el católico progresista pone en un cono de sombra los dogmas “que refuerzan la dependencia del hombre respecto del Creador (el pecado original, el milagro, la creación, la inmortalidad personal, etc.” y así, este nuevo catolicismo, sometido a la ley del ‘todo está cambiando’ se acomoda a la visión que el hombre actual tiene del mundo y de la historia”.
Defendamos el ser contra el devenir ciego, sepamos distinguir la inquietud agustiniana de las utopías en boga y rechazar el dogma de la filosofía de la praxis. Gracias Lasa, por su enseñanza.
Buenos Aires, septiembre 24 de 2024. Bernardino Montejano