LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
Hoy, en “La Nación”, aparece un artículo del abogado Pedro Andereggen, presidente de la Corporación de Abogados Católicos san Alfonso María de Ligorio, titulado “La doctrina social de la Iglesia es un don de Dios”. Ya el título muestra el error del articulista.
Como profesor de Introducción a la doctrina social de la Iglesia, cátedra con diversas comisiones y dos titulares, el recordado Santiago de Estrada y yo, me veo obligado a poner las cosas en su lugar.
Pienso que el articulista no fue nuestro alumno, porque si lo hubiera sido, hubiera aprendido que los dones del Espíritu Santo, una de las tres personas de nuestro Dios, que es trinitario son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios.
La doctrina social de la Iglesia no es un don de Dios; el Espíritu Santo es Dios y a través de sus dones “sostiene la vida moral de los cristianos; son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica,1830).
¿Qué es esa doctrina? Es una elaboración esforzada, fundada en las Sagradas Escrituras, que comienza con los Padres apostólicos, continúa con la Patrística, la Escolástica medieval, la española y culmina con sus cultores de nuestro tiempo, que antes nuevas circunstancias dan renovadas orientaciones, en el espíritu de la tradición. No es una indigestión de encíclicas.
Mis lectores saben que estoy alejado de la cátedra, pero que las circunstancias me obligan a reasumirla en estos días; por el honor de la verdad, debemos combatir los errores y desenmascarar a los macaneadores.
Para quienes no lo saben, los Padres Apostólicos son los sucesores de los apóstoles, como san Clemente Romano, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna. Documentos importantes de este tiempo: El pastor de Hermas, la Carta llamada de Bernabé, Carta a Diogneto.
Luego viene la época Patrística, más conocida, con grandes representantes como san Ambrosio de Milán y san Agustín de Hipona. Luego, la Escolástica dominica con san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino y la franciscana con san Buenaventura y el beato Juan Duns Escoto. En los tiempos renacentistas, la segunda escolástica, española, con Francisco de Vitoria y Francisco Suárez.
Finamente los grandes teólogos de nuestra época como Santiago Ramírez, Victorino Rodríguez, Cornelio Fabro, Darío Composta, R. Garrigou-Lagrange, A. D. Sertillanges, Julio Meinvielle y filósofos como Etienne Gilson, Joseph Pieper, Rafael Gambra, Francisco Elías de Tejada,Edith Stein, Charles de Konninck, Johannes Messner, Pedro Eulogio Palacios, Guido Soaje Ramos, Alberto Caturelli, Juan Alfredo Casaubon.
Aclarado el asunto, encararé el tema y empiezo con una anécdota de Juan XXIII, quien, al visitar a un hospital a cargo de las monjas del Espíritu Santo, fue recibido por la mandamás que le dijo: Bienvenido, Santidad, soy la superiora del Espíritu Santo, a lo cual el papa le contestó: la felicito madre, yo soy solo el vicario de Cristo. También el presidente de un grupúsculo de abogados se debe creer lo mismo, para agregarle a sus dones, uno nuevo.
Existe un libro importante de san Buenaventura, “Los dones del Espíritu Santo” (Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1943), que comienza con una exhortación: “no recibáis la gracia de Dios en vano”. Luego cita al evangelista san Juan: “La ley fue dada por Moisés, pero, la gracia y la verdad fueron hechas por Jesucristo” (X, 12).
Por suerte desapareció el INADI, porque el doctor seráfico hubiera sido denunciado por la DAIA por lo que dice ¡Oh pérfido judío! Verdad es que tienes la ley; pero mientras no poseas la gracia… en vano te jactas de haber recibido la ley” (p. 18). Luego, escribe que “la gracia desciende a las criaturas racionales por el Verbo hecho carne, por el Verbo crucificado y por el Verbo inspirado” (p. 21).
Al referirse al uso de la gracia, señala que el hombre debe ser “fiel respecto a Dios, esforzado en sí mismo y liberal con el prójimo… es fiel quien procura no disminuir en nada el don que ha recibido para otro: mas quien busca alguna cosa con mayor afán que a Dios, deja de ser fiel”.
El apóstol Santiago escribe: “Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes”, lo que lleva al autor a preguntarse: “¿quién es humilde? Es aquél que atribuye cuántos bienes posee al origen y principio de dónde proceden; mientras el soberbio se los atribuye todos a sí mismo. El humilde está siempre unido a su principio que es Dios” (p. 31).
Existe una triple gracia: “la que cura, la que fortalece y la que perfecciona. La gracia que cura se da en los siete sacramentos… La gracia que fortalece… rectifica los actos de la voluntad por la práctica de las virtudes o facilita la ejecución de aquellos actos y consiste en los siete dones del Espíritu Santo” (p. 44).
El estudio de ellos, comienza en la colación II, con el de temor de Dios y cita al Eclesiástico: “Conserva el temor del Señor y no dejes de envejecer en él” (p. 59). Existen dos clases de temor, el servil y el filial. El primero “sirve para iniciarnos en la sabiduría… pero no permanece en ella… en tanto el filial es el complemento de la sabiduría” (págs. 75/6).
La colación III se refiere al don de piedad, que “es un servicio sencillo hacia aquel que es el santo, el primero y el sumo origen de todas las cosas” (p. 92). Es interesante, lo que destaca el Seráfico doctor respecto al impiadoso: “un alma privada de la piedad es una de esas plantas áridas y secas. Pero el río copiosísimo de la misericordia divina se infunde en ella y la hace revivir, aunque parezca muerta” (p. 105).
La colación IV se ocupa del don de la ciencia y cita a san Pablo, quien escribe a los Corintios: “La ciencia hincha, la caridad en cambio, edifica; por lo cual es preciso unir la caridad con la ciencia… para que fundados y arraigados en la caridad… podáis comprender la supereminente caridad de la ciencia de Cristo, don del Espíritu Santo” (p. 157).
La Colación V se refiere al don de fortaleza, que es “la vestidura del alma”, que desciende de Dios, como protector nuestro y como primer principio que gobierna todo con su providencia”.
“El alma es débil sin el Espíritu del Señor, pero con él se hace fuerte” (p.169). El alma se dispone para recibir este don por el “escudo inexpugnable de la fe, por el apoyo imperturbable de la esperanza y por el espíritu inextinguible de la caridad” (p. 172).
La Colación VII trata del don del consejo. Existe “un consejo por el cual se nos enseña a discernir lo que es lícito en orden a la salvación, según el dictamen de la recta razón; otro consejo nos manifiesta cómo debemos escoger lo lícito, conveniente y útil, según imperio de una buena voluntad y un tercero que nos instruye acerca del modo como practicar lo lícito, conveniente y útil para el ejercicio de las obras virtuosas” (págs. 229/230).
La colación VIII aborda el don del entendimiento y comienza invocando el Salmo XV: Bendeciré al Señor que se dignó concederme inteligencia”. Nos disponemos a recibir este don por la santidad de la vida, por la suavidad de la mansedumbre y por la sumisión de la inteligencia
La Colación IX se destina a examinar el don de la sabiduría, que debemos desear porque “ella no entra jamás en el alma que no siente ardiente amor hacia ella” (p. 290). San Pablo nos exhorta: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba… saboread las cosas de lo alto” (p. 293).
La sabiduría es luz y desciende a nuestro entendimiento para iluminarlo… es resplandor de la luz eterna, espejo sin mancilla de la majestad de Dios e imagen de su bondad” (p.299).
Gracias san Buenaventura, por toda esta enseñanza, que nos ayuda a crecer en la verdad y librar el buen combate contra los errores de este tiempo, que muchas veces resucitan viejas herejías.
Buenos Aires, octubre 12 de 2024. Bernardino Montejano
No escriba estas cosas, BM, es penoso. Mal escrito, con ganas de pelear,. ¿Para qué? Ya leer La Nación diario es pecaminoso…
En primer lugar diga su nombre y apellido. En segundo lugar señale los errores de lo que está mal escrito. En tercer lugar no se meta con mis ganas que son interiores, a mí las suyas no me interesan. Por último tenga muchas cosas que hacer para ocuparme de vaguedades.