PUBLICIDAD

Del impresentable Matasuegras

|

Francisco, sus antecesores también,  ha nombrado pésimos obispos que son una vergüenza tanto ellos en sí como para quien les ha nombrado.Entre los más destacado en el horror se encuentra el arzobispo de Lima, había que deshacerse precipitadamente de Cipriani, que ya bastantes veces he traído al Blog.

Dos amigos limeños me traen la última, seguramente será ya la penúltima o la antepenúltima trangallada de este sujeto:

“Queridos amigos,
Les ruego que la próxima santa misa a la que asistan ofrezcan la Santa Comunión y sus oraciones en reparación por la profanación del altar en el Santo Sacrificio de la Misa realizado por monseñor Carlos Castillo este pasado sábado 24 de setiembre ante más de mil jóvenes.
Como pueden ver, sobre el Altar del Sacrificio, donde litúrgicamente solo pueden estar junto con las velas, el cáliz, la patena y el Misal Romano, colocó una sucia pelota de fútbol.  Es más, colocó dos.
Quien así actúa demuestra que no cree en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo, y menos aún en la realidad de que sobre el Altar se lleva a cabo la renovación incruenta de su santo sacrificio en la cruz; puro y santo sacrificio donde se realiza la obra de nuestra redención.
No existe nada más sagrado, la Nueva y Eterna Alianza con Dios.  No podemos ser indiferentes.
Sabemos que el corazón de Jesús estará atento a nuestro desagravio. Consolemos su Sagrado Corazón”.
«Quiero que me digas, Carlos, con la franqueza de ayer, con la afabilidad del Capellán universitario que conocí en mis días de estudiante:
¿Cuál es daño mayor que quieres perpetrar contra la grey del Arzobispado de los Reyes?
¿Por qué quieres ser reo de todas las culpas y de todos los pecados?
¿Por qué quieres que toda la arquidiócesis peque contigo, se equivoque contigo, y se pierda contigo?
¿Te tendremos que conjurar por el Nombre del Dios Vivo, para que nos digas a qué demonio obedeces? Responde Carlos: No creas poder resistir con el silencio: las obras de tus manos, y tu hablar, te delatan.
Dinos a qué espíritu inmundo sirves, hasta el punto de profanar el Augusto Sacrificio del Altar, negar la Presencia Real de Cristo en la Sagrada Eucaristía, falsificar la divina liturgia, avinagrar la Leche Evangélica y agusanar el Pan de la Palabra, con tu prédica impía y deletérea.
¡Carlos! Saltas de escándalo en escándalo, cada vez que desprecias y persigues la fe de los sencillos.
Ruedas de abismo, en abismo.
Como cuando insultaste la efigie de la Madre de Dios, hace un año.
Como cuando hoy sublevas la ira de tu grey, en plena Cuaresma Limeña, impidiendo al Señor de los Milagros tomar posesión del corazón simbólico de Lima, con el fin de que no resuene en la cátedra de Loayza y Mogrovejo, la Cátedra del Divino Maestro.
Que quede escrito: la tuya es cátedra pestilencial. Taimado y cobarde como eres, nuevo sayón del sinedrio liberacionista, te justificaste por boca de ignaros y asustadizos.
Has querido sumar al agravio del año precedente, perpetrado contra la Virgen de las Mercedes, Patrona del Perú, el desaire del día presente.
Ayer te repugnó coronar la efigie de la Reina del Cielo, y de los Ángeles. Hoy quisiste hacer un desaire a la <<Diaconisa de la Eucaristía>>, convirtiendo el Altar de Dios, en ludibrio del demonio.
Ayer pretendiste doctorar, cuando afirmaste que <<nadie se convierte ante una caja de metal>>. Hoy lograste vandalizar con tus propias manos, y mediante tu Ministerio Sacerdotal, la fuente misma del Sacramento.
Ayer tuviste la osadía de pretender negar el testimonio del Evangelio, negando la realidad, autenticidad e historicidad del milagro de la Multiplicación de los panes y los peces.
Tu arrogante ignorancia, mediante una afirmación banal, quiso entrar en contienda con la sabiduría e inspiración de los Padres y Doctores de la Iglesia. Poco falta para que niegues la Resurrección gloriosa, para hacer vana nuestra Fe.
Detestas visceralmente todo lo referido al Santísimo Sacramento. Todos tus actos, desde los más recientes y simples, hasta llegar a los más complejos y graves, lo demuestran.
Hoy sacaste del presbiterio a los ministros concelebrantes, para que una lechigada de mocosos usurpara sus funciones y su lugar, fungiendo -de facto- de pseudo sacerdotes. ¡Cuánta creatividad! ¡Poner una pelota de fútbol junto a la patena!
Quien no cree en la Presencia Real, no cree en la instauración del Orden Sacerdotal hecha por Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, haciendo de sus actos y palabras, anécdotas históricas, giros poéticos, explicaciones alegóricas o usos culturales.
Tú, traicionas a Cristo, volviéndolo a vender a precio de bagatela: Llamándole Héroe, Luchador Social, Provocador, Trasgresor y Protagonista de la Historia.
Carlos Castillo, tú has afirmado insolentemente que la Pasión y Muerte del Señor no fue un Sacrificio: Fue un linchamiento, un injusto abuso de la autoridad de la jerarquía antigua, que veía tambalear su poder
Por consecuencia, aunque no lo enuncies, estás afirmando, implícitamente, que Cristo no es el Mesías , ni el Deseado de las Naciones, ni el Padre del Siglo Futuro, ni Sacerdote, ni Oferente, ni Ofrecido. Es un ajusticiado, sin voluntad, ni poder, ni libertad. Sujeto al azar y a la contingencia.
De lo que se sigue que el Orden Sacerdotal no existe, y que la Sucesión Apostólica, ni asegura, ni transmite una Autoridad Vicaria, sino que es <<clericalismo>>, o la expresión moderna de estructuras jerárquicas construidas en torno del Templo, combatidas por Cristo, cuestionadas por Cristo y desautorizadas por Cristo.
¿Es una apreciación exagerada? ¿Es una imputación injusta y carente de evidencias?
Ya negaste la Presencia Real, al afirmar que “nadie se convierte ante una caja de metal”, sino a partir de un encuentro personal. Ergo, el Sagrario está vacío.
Si tú creyeras en la Presencia Real de Cristo en el Santísimo Sacramento, harías de la Eucaristía el centro de tu ministerio episcopal. Vivirías en el Seminario vigilando, formando e instruyendo las vocaciones sacerdotales. No hubieras elegido al peor de los hombres como Rector de los llamados a ser los hombres mejores de mañana. No hubieras promovido al colegio episcopal a quienes has querido favorecer, en pago de su servilismo, obsecuencia y complicidad.
Si creyeras que Cristo es el Señor, y tuvieras conciencia de que eres el peor de sus sirvientes, harías de cada Celebración de los Misterios, una ceremonia mejor y más solemne que la anterior.
Si en verdad lo creyeras, un sermón tuyo podría anotarse al pie de los escritos de los Padres y los Doctores.
Si creyeras en la Presencia Real, y ejercieras el Poder de las Llaves, te veríamos bautizando, confirmando, y confesando. Vigilando la dignidad del Culto, y legislando en torno de la ortodoxia del púlpito, sin las cuales no puede haber rectitud moral, crecimiento espiritual ni adelanto en el Camino de Trascendencia de la grey.
Carlos, tú no puedes ser guía del camino de trascendencia, porque te enceguecen las cataratas seniles de lo inmanente, y las legañas de la pseudo teología.
No eres maestro de lo Eterno, porque te empeñas en ser corifeo de lo Temporal.
Entiende que no eres motor, porque adoleces de la inmovilidad de un paralítico. Como pastor eres negligente y ocioso.
¿No fuiste reprendido por el Señor Apostólico sobre este asunto?
No eres guía, porque no has dejado huellas que seguir, ni trazado sendero que recorrer. Acepta tu lacerante realidad: No eres líder, porque nadie te obedece. Nadie te obedece porque no sabes mandar. Eres un pontífice de cartón, que apenas saber rezar la misa. Eres un rey de carnaval, con una corte conformada por áulicos, miñones y maricas de cuellos bordados y puños de mostacilla.
Eres un profeta sin voz. Nada proclamas, nada anuncias, nada condenas, nada enseñas. No hay elocuencia en ti, porque no convences ni conmueves. Y no convences ni conmueves, porque no hay Dios en ti: no hay nada que te queme por dentro.
La autoridad de tu palabra se equipara al sonido del latón y al retintín de un cascabel.
Arrastrado por la cadena de tu soberbia y vanidad, te arrogaste una autoridad moral que no tienes, y creíste que una sutileza tuya, dicha en la Oración Patriótica de Fiestas Patrias, al amparo de un despliegue torpe y profano de toda tu autoridad arzobispal, bastaría para que un gobernante malvado, corrupto e inescrupuloso, resignara, sin demora, el mandato presidencial.
Fuiste el hazmerreír de todos, y la vergüenza de la Iglesia de Lima.
Los Arzobispos de Los Reyes, desde Loayza hasta Cipriani, aguijonearon a los poderosos en tanto que pastores. El sermón de 28 de Julio, fue siempre la vara, el fiel de la balanza, y la ley con la que la opinión pública medía, pesaba y tasaba a sus gobernantes.
¿Olvidaste acaso lo dicho por el arzobispo Juan ante el general Velasco, el general Morales-Bermúdez, el arquitecto Belaunde y García, el orate?
¿No fuiste testigo de las consecuencias de la desatinada y mal aconsejada actitud de Vargas Alzamora, frente al ingeniero Fujimori?
A Landázuri, Vargas Alzamora y a Cipriani, se les prestaba atención. Nunca pasaron desapercibidos. Se les pudo odiar, se le pudo amar. Pero, por encima de simpatías y antipatías, cuando hablaban desde su sede, siempre se elevaba la majestad del episcopado y se hacía sentir el peso de la autoridad del Arzobispo de Lima.
Carlos, a ti ni se te quiere, ni se te odia, ni se te teme: Se te desprecia. Tu nombre no puede ser pronunciado sin reír a carcajadas. Quien oye una risotada, de inmediato sabe que se habla de ti.
Y sumado a ellos, yo. Lo confieso con franqueza y pesar. Si hubieses sido como Juan, Augusto o Juan Luis, jamás me hubiese atrevido a decir lo que digo, ni a escribir lo que escribo. Varios obispos, y una tropilla de presbíteros, que me conocen, pueden dar fe de mi temor reverencial, y acatamiento a la Jerarquía.
Mil y un veces, mi boca fue cerrada por la admonición de un párroco viejo, por el consejo de un párroco amigo, o por la autoridad de una sentencia teológica, pronunciada por un maestro-sacerdote.
Al cabo de tres años, ni la autoridad de la senectud, ni la prudencia del amigo ni la sabiduría del maestro pueden disculparte, explicarte o encubrirte, estimado Carlos.
Hijo soy de la Iglesia, y te obedezco a ti Carlos, mi Pastor. Es en virtud de santa obediencia, que hago uso de la palabra para ser “escuchado”, “atendido” y “acompañado” en el Camino Sinodal de Lima, según tu mandato, con la certeza de que seré escuchado como hijo y servidor de la Iglesia que soy.
Tu amigo de siempre,
José»
Pues servido queda el arzobispo de Lima.
Y quien la nombró.
Comentarios
3 comentarios en “Del impresentable Matasuegras
  1. ¡Cuantos arzobispos y obisspos hay en España similares al que se censura, de una forma tan coherente, y bien expresada!
    Es más, podríamos contar con los dedos de la mano los obispos como Dios manda…, y sobrarían dedos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *