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Un billete para tres: el rabino, el imán y el Papa

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Un judío y un musulmán en el séquito oficial de Francisco en Tierra Santa. Pero no todo va bien en las relaciones con el judaísmo y el islam. La estrategia de Bergoglio: «acariciar los conflictos» de Sandro Magister para Chiesa

ROMA, 23 de mayo de 2014 – Los imprevistos no son algo nuevo para Jorge Mario Bergoglio cuando aterriza en Tierra Santa, pues la primera y hasta ahora única vez que fue allí, en octubre de 1973, se encontró con la guerra del Kippur y pudo visitar poco o nada. Ahora vuelve como Papa en un viaje relámpago de solo tres días, del sábado 24 al lunes 26 de mayo, pero el programa deja sin aliento e incluye una gran novedad ya antes de la salida: Francisco ha querido que formen parte de su séquito oficial un judío y un musulmán, Abraham Skorka y Omar Abboud, dos amigos suyos argentinos. El rabino Skorka ha lanzado la noticia de que en Jerusalén, ante el muro del templo, el Papa y él realizarán un gesto que entrará en la historia. Se abrazarán y rezarán juntos, con esta profecía de Isaías como guía: “Bendito sea mi pueblo Egipto, la obra de mis manos Asur, y mi heredad Israel”. Una música de paz para esa martirizada región y para los dos pueblos del Antiguo y Nuevo Testamento. La fuerte amistad entre un Papa y un judío no es una novedad. Incluso el intransigente Pio X tenía como amigo el judío Moisé Jacur, propietario de terrenos en la zona del bajo Véneto. El rabino jefe de Roma, Israel Zolli, admiraba muchísimo al discutido Pio XII, hasta el punto que al final se convirtió y tomo el nombre de bautismo del Papa, Eugenio. Pero judíos hay muchos y no todos sienten por el Papa actual el mismo entusiasmo que el rabino Skorka. A muchos judíos, por ejemplo, no les gusta que Bergoglio haya vuelto a llamarles «hermanos mayores», como hizo en primer lugar el Papa Karol Wojtyla. Benedicto XVI, también él amigo de un gran estudioso judío, el estadounidense Jacob Neusner, había advertido dónde estaba el peligro: en la tradición hebrea, el «hermano mayor», es decir, Esaú, es el que es degradado y suplantado por el menor, Jacob, en cuyo lugar se pondría hoy la Iglesia. El Papa Benedicto prefería llamar a los hebreos «nuestros padres en la fe». * También con el islam Francisco tiene una relación hecha de luces y sombras. La primera etapa del viaje será Jordania, cuya casa real dio impulso hace siete años a esa carta firmada por 138 sabios musulmanes en respuesta al memorable discurso de Benedicto XVI en Ratisbona que marca, aún hoy, el punto más alto en el diálogo entre cristianos y musulmanes. Pero a poca distancia de Amman y del río Jordán en el que fue bautizado Jesús están Siria, Egipto, Irak, esa mítica «fértil media luna» que hoy es teatro de un choque fratricida entre el islam chií y suní, entre Irán y los reinos del Golfo, con los cristianos víctimas de los unos y los otros y obligados a un éxodo desesperado de esas tierras que, en los primeros siglos de la Iglesia, eran todas rigurosamente cristianas. Más lejos está África, donde también allí los cristianos son objeto de ataques sistemáticos no sólo por parte de grupos fanáticos musulmanes como Boko Haram en Nigeria, sino también de estados como Sudán, que dan fuerza de ley a los preceptos más violentos del mismo Corán. Quien esperaba que el Papa Francisco alzara la voz inmediata y vigorosamente contra el secuestro de centenares de estudiantes por parte de Boko Haran y contra la condena a muerte en Sudán de una joven madre de nombre Meriam, embarazada de ocho meses, culpable sólo de ser cristiana, – dos hechos que han levantado enormes protestas en todo el mundo -, se ha quedado decepcionado. Bergoglio es muy cauto a la hora de pronunciarse sobre este terreno explosivo. No sólo por una prudencia cuyo fin es que no se agrave aún más la situación de comunidades cristianas que ya están en peligro extremo, sino precisamente por su visión del diálogo entre islam y cristianismo como búsqueda de lo que une en lugar de  juicio sobre lo que divide. El rabino Skorka ha dicho que le ha oído decir que «tenemos que acariciar los conflictos». En la «Evangelii gaudium», el manifiesto programático de su pontificado, Francisco ha reclamado para los países musulmanes esa libertad de culto de la que gozan los creyentes en el islam en los países occidentales. Pero el jesuita egipcio Samir Khalil Samir – islamólogo que durante el pontificado de Benedicto XVI era uno de los más escuchados por las autoridades vaticanas y por el mismo Papa – ha objetado el hecho de que haya permanecido callado sobre esa privación de la libertad de convertirse de una religión a la otra, verdadero punto doliente del mundo musulmán.

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