| 24 abril, 2015 ROMA, 24 de abril de 2015 – Los procedimientos y su control son factores claves para orientar un sínodo. Se lo vio en la primera de las dos sesiones del sínodo sobre la familia, el pasado mes de octubre: > La verdadera historia de este sínodo. Director, ejecutores, ayudantes(17.10.2014) Por ejemplo, distinto a como se hizo en los sínodos anteriores, en la asamblea del pasado mes de octubre no se dieron a conocer públicamente las intervenciones de los padres en el aula sinodal. Cada día la sala de prensa vaticana entrega solamente el listado de las intervenciones y un resumen de los temas tratados, pero sin decir jamás quien había dicho algo. Muchos padres sinodales protestaron contra lo que consideraron una censura. Pero fue inútil. El papa Francisco en persona lo había decidido así. Y mantuvo firme esa decisión también para la próxima y conclusiva sesión del sínodo, explicando los motivos en la entrevista publicada el pasado 13 de marzo por la vaticanista Valentina Alazraki, para la red mexicana Televisa: «Un sínodo, sin libertad, no es sínodo. Es una conferencia, en cambio el sínodo es un espacio protegido, en el cual pueda trabajar el Espíritu Santo. Y para eso las personas tienen que ser libres. Por eso yo me opongo a que sean publicadas las cosas que dice cada uno con nombre y apellido. No. Que no se sepa que lo dijo él. Que se sepa lo que se dijo, no tengo problema. Pero no quién lo dijo. De manera que se sienta libre para decir lo que quiere». Esto no quiere decir que la maquinaria del sínodo sea intocable y que desde aquí a octubre puede ser modificada. El mismo Francisco deseó una mejor funcionalidad, a la luz del principio de la colegialidad episcopal «cum Petro e sub Petro». Es lo que sugiere el teólogo australiano Paul A. McGavin, en viaje a Papúa Nueva Guinea, en la carta abierta que le dirigió al Papa, publicada a continuación. __________ PENSAMIENTOS PARA EL PRÓXIMO SÍNODO ORDINARIO Una carta abierta al papa Francisco de Paul A. McGavin Estimado Santo Padre, He estado preocupado por el modo y por la mentalidad de la resistencia que usted ha enfrentado en su deseo de dialogar sobre el itinerario de la Iglesia en nuestra época actual. Cualesquiera sean las reservas que se puedan tener sobre aspectos de su manera de gobernar, puedo ver por qué por voluntad de la Divina Providencia usted es el Papa en esta coyuntura de la historia sagrada de la que Dios es el autor. Esto me lleva a escribirle con franqueza respecto al próximo sínodo ordinario. Reacciones psicológicas En mi opinión, un problema crucial de las reacciones contra el sínodo extraordinario ha sido la psicología de las personas que no aceptan o no pueden leer o escuchar pacíficamente lo que realmente se ha dicho o escrito. Cuando veo sentimientos de venganza en la blogosfera y la estridencia en ciertas declaraciones de algunas Conferencias [episcopales], me doy cuenta que estamos tratando con formas de reacción psicológica que hacen temer. El solo hecho de hablar de “comunión para los divorciados que se han vuelto a casar” se convierte en el abrir las puertas a las uniones homosexuales, en el abrir las puertas a las ordenaciones femeninas, en el abrir las puertas a toda clase de confusión y relativismos que impregnan nuestra época. Con demasiada frecuencia se advierte una incapacidad psicológica para involucrarse en una discusión serena sobre esas cuestiones difíciles, incapacidad que se expresa en expresiones tales como “hay que sacarlo de la mesa de discusión”. En el despliegue de las cuestiones controvertidas, en el transcurso de los dos últimos años, la tendencia suya ha sido la de declarar más que explicar, y mucho menos dialogar. Este problema se expresó en una forma diferente en el sínodo extraordinario. Se utilizaron las consignas de diálogo y colegialidad, pero usted, Santo Padre, ha escuchado más que dialogado, y al concluir [el sínodo] usted hizo una declaración final. Respecto a la intrincada cuestión del divorcio, del nuevo matrimonio y de la comunión sacramental, para mí es sensato decir que “no es suficiente considerar el problema sólo desde el punto de vista y de la perspectiva de la Iglesia como institución sacramental”. Tal como lo veo, necesitamos un pensamiento y un razonamiento globales, dentro de la herencia completa y de la autoridad de la Iglesia. Evidentemente, otros no piensan así y quieren cerrar toda discusión. Hay muchos – entre ellos muchos obispos – que no entienden el sentido de su declaración conclusiva: «Ninguna intervención [sinodal] ha puesto en discusión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio». Quizás usted, en una forma jesuítica y de manera magisterial, piensa que principalmente debe escuchar y luego decidir en una forma moderada lo que otros podrían ver como «compromiso». Pero así se perdería lo que usted, y quizás usted solo, tiene para dar como contribución. Lo exhorto, entonces, a dialogar y a razonar con sus interlocutores, que usted intente explicar cómo la Iglesia puede permanecer fiel a la institución fundamental del matrimonio y a la vez mantenerse fiel al ministerio de la reconciliación, ministerio recibido de Cristo. Cambio en el proceso sinodal Para lograr esto es necesario razonar y conversar, lo cual requiere un cambio radical en los procesos sinodales. En síntesis, hablar con los responsables de la organización del próximo sínodo ordinario sobre el modo en que se puede cambiar sustancialmente el proceso a los fines de llevar a cabo un proceso de diálogo y de aprendizaje. Sugiero que un cambio crucial sería eliminar las «intervenciones de 10 minutos» que llevan a hacer declaraciones exasperantes y combativas. En lugar de eso, los obispos deberían reunirse primero en grupos, pero no en grupos nacionales o lingüísticos. Se deben incorporar facilitadores honestos y capaces, de tal modo que los obispos puedan sentarse en distintas salas del Palacio Apostólico y dialogar, donde en realidad se escuchen mutuamente e intenten encontrar puntos de encuentro entre las diferentes percepciones y los distintos modos de fidelidad a lo que la Iglesia ha recibido y a los desafíos del mundo al que y en el que la Iglesia anuncia el Evangelio y administra el amor y la misericordia de Dios. Luego cada grupo debe elegir un obispo que asuma el compromiso de representar correctamente frente a una sesión plenaria el consenso o la falta de consenso en el interior de su grupo, con quizás una media hora de tiempo para hablar. En el interior de este proceso, usted debería deambular sin aviso previo entre los distintos grupos, no sólo escuchando sino también contribuyendo al diálogo. Y en la sesión plenaria, en los momentos de diálogo, usted debería hablar mencionando a las que usted piensa son respuestas razonadas a las posiciones expresadas – incluso con oportunidades para dialogar directamente con lo que usted considera que debe decir. Por supuesto, esto tiene sus riesgos, entre los cuales se cuentan las «filtraciones» interesadas a la prensa. Si bien no como un parlamento, esto puede sonar peligrosamente como una “junta de gobierno”, más que una autoridad magisterial. Pero lo que puede «parecer» y lo que «es» son dos cosas distintas. Me disgusta “el voto de la mayoría” en materia de doctrina. Creo que en la Iglesia debería valer el «pareció bueno al Espíritu Santo y a nosotros» (Hch 15, 28), y que en el guiar y en el confirmar a los hermanos el Papa debería introducir estos discursos en su exhortación post-sinodal. Esto no garantiza que todos estarán de acuerdo con esa exhortación, pero hace crecer sustancialmente la probabilidad que lo que escribirá el Papa encontrará resonancia en más obispos y fieles, y proporcionará un instrumento con el que la Iglesia en su conjunto podrá permanecer fiel a lo que el Señor le ha confiando y podrá comunicar mejor su misión a un mundo desesperado y confuso. No creo que esto suceda mientras los obispos hablan en “extractos de 10 minutos» y deciden numéricamente con el voto. A mí esto no me parece eclesial. Conversaciones teológicas Me parece que su influenciar hacia un modelo más eclesial podría ser facilitado por conversaciones – preferiblemente en el Palacio Apostólico, y lejos de los ojos de la Casa Santa Marta –, donde usted podría sentarse y también almorzar con grupos de teólogos provenientes de ambientes maduros y diferentes. Entiendo con esto que esas conversaciones deberían tener una modalidad diferente respecto a las que tiene con el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Su Santidad ha dado suficiente lugar a un discurso «compacto», pero usted podría beneficiarse también al recurrir a refinamientos y recortes, esforzándose en elaborar un discurso teológico más específicamente intelectual. Al decir esto, no estoy proponiendo una «teología de escritorio”, porque estoy plenamente de acuerdo con su instinto para una bien fundamentada teología práctica. Lo que estoy proponiendo es que esas conversaciones afinen lo que usted dice en forma más simple y precisa, dentro de una más amplia comunicación como Papa y en sus intervenciones con los padres sinodales. Conversaciones psicológicas Tengo una propuesta de conversación todavía más sorprendente para ayudar a su participación en las conversaciones sinodales. Pienso que usted también podría invitar a un grupo de psicólogos de ambientes maduros y diferentes, para participar en conversaciones confidenciales y en almuerzos en el Palacio Apostólico. ¿Por qué? Porque como veo que hay resistencia al diálogo que usted propone, advierto que las posiciones primero son psicológicas y/o epistemológicas antes que teológicas. Advierto esto último en el modo de responder que procede de una epistemología restringida, que comprende solamente las lecturas lineales y en sentido único de las palabras dominicales y de su recepción en la Iglesia. Las convicciones que se articulan con frecuencia dicen más sobre las preferencias psicológicas que lo que nos dice sobre lo que la Iglesia ha recibido del Señor. No hay duda que esas perspectivas psicológicas y humanísticas serían ofensivas para algunos. Y también hay una tendencia humana constante a hacer efectivamente que la religión sirva a nuestras necesidades. Sobre la base de las observaciones que usted hace periódicamente, pienso que usted entiende que la religión de los fariseos, tal como está representada en el Nuevo Testamento, no procede ante todo de su patrimonio religioso. Los fariseos son la expresión de una tipología que se registra en todas las religiones, y esta tipología define a la religión por su desempeño, delimita estrictamente ese desempeño y lo legitima como «justicia». Es difícil encontrar la religión farisaica en la presentación que los evangelios hacen de Nuestro Señor. Al contrario, Jesús se encuentra en conflicto y en contradicción con este tipo de desempeño religioso. Y de las Sagradas Escrituras surge claramente que la Iglesia primitiva, en medio de dificultades y en conflicto, luchó a brazo partido contra esta tendencia humana. Las profundizaciones psicológicas en un contexto sinodal pueden ayudar a hablar en un modo que permita ser «escuchados» abiertamente y a mantener conversaciones que de otro modo se cerrarían. Búsqueda de un consenso teológico compartido Al escribir de este modo simplifico notablemente, porque las configuraciones psicológicas y teológicas en la presente discordia son complejas. Para decirlo sin términos medios, las personalidades intuitivas como la suya tienen dificultad para comprender las personalidades no intuitivas, y viceversa. Mirar los problemas en términos de «¿cómo piensa esta persona o cómo piensan estas personas?» ayuda a comprender las epistemologías que se eligen para sostener las preferencias personales. Estas diferentes preferencias en el modo de entender (epistemologías) llevan también a diferentes modos de hacer teología (teologías). Usted, Santo Padre, no logrará atraer a los neo-neo-escolásticos a su modo de pensar. Ni tampoco logrará atraer a los modernistas relativistas aguerridos al modo de pensar que usted tiene. Pero conocer mejor los diferentes modos de pensar le permite a usted explicar su modo de pensar, tal como se expresa en sus discursos teológicos y en sus participaciones sinodales. En pocas palabras, la observación psicológica profunda puede contribuir a generar un diálogo que lleve a un consenso teológico compartido durante el proceso sinodal. He dicho «que lleve», no dije «llevará». Nuestro Señor era psicológicamente muy agudo, pero los Evangelios no indican siempre resultados no-conflictivos. Los Evangelios muestran también que Jesús no podía entender a fondo por qué sus interlocutores no podían comprender: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas?” (Jn 3, 10); “Felipe, he estado contigo todo este tiempo, ¿y no me has conocido?” (Jn 14, 9). Pero yo creo que Su Santidad adquiriría nuevos conocimientos de amplio alcance con los encuentros periódicos, coloquiales y confidenciales, tanto con un grupo heterogéneo de teólogos como con un grupo heterogéneo de psicólogos, para explorar sus puntos de vista respecto a las configuraciones teológicas y psicológicas ya encontradas en el proceso sinodal. __________ Atención: Las notas que acompañan la carta pueden ser leídas en la versión inglesa de la misma. __________ Paul A. McGavin es sacerdote de la arquidiócesis australiana de Camberra y Goulburn, ex director de la Escuela de Negocios de la Universidad de Nueva Gales del Sur y presidente del Consejo Académico de la Facultad, luego sacerdote y párroco, y hoy capellán de la Universidad de Camberra, autor de apreciados ensayos. La foto lo muestra en Papúa Nueva Guinea, donde está de viaje. En una anterior carta abierta dirigida al papa Francisco, el padre McGavin había sugerido cómo reformar la Congregación para los Obispos, en el marco de la reforma general de la curia vaticana: > Cinco nuevas ideas sobre cómo seleccionar a los obispos (9 de febrero de 2015) __________ Traducción en español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina.
Esta vez de Australia y de Papua Nueva Guinea: «Santo Padre, no se limite a escuchar, sino diga también lo que usted piensa, en el aula sinodal y afuera. Y luego decida» por Sandro Magister