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«Quaerere Deum». Hace justo diez años, el 12 de septiembre de la Iglesia de Benedicto

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Que «The Benedict Option» sea verdaderamente «el libro de temática religiosa más importante de la década» –como había predicho David Brooks en el «New York Times»– está ya fuera de duda, visto cómo la discusión que ha originado ha llegado a implicar incluso a los más altos niveles de la Iglesia católica.

Presentando este libro la semana pasada en la cámara de los diputados de la república italiana, el arzobispo Georg Gänswein, secretario de Joseph Ratzinger antes y después de su renuncia al pontificado, no ha dudado en aludir a los dos últimos papas, porque –ha dicho– «también Benedicto XVI desde el momento de su renuncia se concibe como viejo monje que siente como deber suyo dedicarse sobre todo a la oración por la Madre Iglesia, por su sucesor Francisco y por el ministerio petrino instituido por el mismo Cristo».

Es verdad: el Benedicto de la «opción» –en el libro del ex católico americano, hoy ortodoxo, Rod Dreher–, no es el Papa Ratzinger, sino san Benito de Nursia, el gran monje de los siglos V y VI que dio inicio a un formidable renacimiento de la fe y de la cultura cristianas en el caos que siguió a la caída del imperio romano. Pero el otro Benedicto, el Papa, evocó precisamente ese renacimiento en su memorable discurso –que hay que volver a leer– del 12 de septiembre de 2008 en París, en el Collège des Bernardins, proponiendo a los católicos de hoy, en síntesis, que recojan y vuelvan a vivir la lección de aquél gran monaquismo benedictino, en el cambio de civilización actual:

> «Quaerere Deum»

Al contrario, del Papa Francisco no se puede decir que se encuentre en sintonía con esta concepción, según, al menos, dos señales.

La primera es el ataque frontal que «La Civiltà Cattolica» ha llevado a cabo el pasado enero contra el libro de Dreher, descalificando su «opción» como la herejía de un cristianismo formado solamente por los «puros»:

> San Benito en el siglo XXI. Pero «La Civiltà Cattolica» lo condena a la hoguera

Hay que recordar que «La Civiltà Cattolica», dirigida por el jesuita Antonio Spadaro, no es una revista cualquiera, sino que se imprime con la revisión previa en el Vaticano de cada uno de sus artículos, y que con el Papa actual tiene una relación de simbiosis muy estrecha.

Pero está también la otra señal, que es la ducha fría que Francisco ha dejado caer sobre el monaquismo con la constitución apostólica «Vultum Dei quaerere» de 2016, y con la sucesiva instrucción aplicativa «Cor orans» de 2018, minando la autonomía material y espiritual de los monasterios y obligándoles a federarse bajo la dirección burocrática de autoridades externas a ellos.

Los dos documentos se refieren al monaquismo femenino, pero son expresión de una falta de aprecio más general que Francisco ha manifestado varias veces por la vida contemplativa respecto a la vida activa, llegando a escribir, por ejemplo, en la exhortación «Gaudete et exsultate» sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo:

«No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio… Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción».

Este vigoroso ataque a la vida contemplativa se ha advertido con mucha preocupación en muchos monasterios, a los que ha dado voz el vaticanista Aldo Maria Valli en estos tres análisis concadenados, publicados hace pocos días:

> Qualcuno vuole liquidare il monachesimo?
> Se nel nome del rinnovamento si distrugge la vita contemplativa
> Con lo sguardo rivolto al mondo, non a Dio. Ovvero come snaturare la vita contemplativa

Naturalmente, no todo resplandece en el monaquismo benedictino actual, especialmente el masculino, marcado aquí y allí por bandazos y degeneraciones, incluso graves. Pero la propuesta de Dreher, y, con más autoridad, la de Benedicto en el discurso en el Collège des Bernardins, apuntan todas a ese «quaerere Deum», ese «buscar a Dios» que es el distintivo originario de la vida monástica, además de matriz de civilización y que hoy hay que hacer revivir en su genuina creatividad.

No es casualidad que el último libro del cardenal Robert Sarah –que comparte tal visión y que se encuentra claramente, por muchos aspectos, en las antípodas de la línea del Papa Francisco–, tengo un título típicamente monástico: «La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido», incluya una clarividente conversación con el prior de la Gran Cartuja y se abra con un prefacio de Joseph Ratzinger:

> El cardenal Sarah tiene de su parte al Papa. Pero se llama Benedicto

La «opción» de Dreher se presta a no pocas críticas, especialmente por su insistencia en una «salida» del mundo para reconstruir la existencia cristiana en pequeñas comunidades separadas, como en «un arca antes de que llegue el diluvio», ha objetado el obispo de Reggio Emilia, Massimo Camisasca. Discutiendo en Roma su libro, presente el autor, han criticado a Dreher tanto el director de «L’Osservatore Romano», Giovanni Maria Vian, como el fundador del cotidiano «Il Foglio», Giuliano Ferrara, gran admirador laico de Ratzinger.

La respuesta de Dreher es que, de todas maneras, «nosotros los cristianos comunes tenemos que trabajar para hacer más monástica nuestra fe».

Pero, precisamente, el gran monaquismo fundado por San Benito no se había separado del mundo. Al contrario, contribuyó de manera decisiva a construir la moderna civilización europea, fundada en los conceptos de persona y libertad.

Si hoy impera la «dictadura del relativismo», desenmascarada por Benedicto XVI,  es inevitable que se diluyan también los dos fundamentos de la persona y de la libertad. Pero esto es un motivo más para que los cristianos como «minoría creativa» no se retiren a lo privado o a las obras de caridad –como el mundo quiere y aplaude–, sino que continúen trabajando en el espacio público a la luz del «quaerere Deum». Haciendo precisamente lo que el Papa Benedicto ha predicado siempre con coherencia, no solamente en el discurso en el Collège des Bernardins que ha marcado la cumbre de su pontificado.

Han pasado justo diez años desde aquel discurso del 12 de septiembre de 2008. Si es verdad que también la Iglesia católica ha tenido «su 11 de septiembre» –como ha dicho monseñor Gänswein comentando el libro de Dreher, refiriéndose a la catástrofe de los abusos sexuales–, ¿por qué no señalar también en el calendario de la historia aquel 12 de septiembre como inicio de un camino de renacimiento cristiano y de civilización?

Comentarios
1 comentarios en “«Quaerere Deum». Hace justo diez años, el 12 de septiembre de la Iglesia de Benedicto
  1. Este artículo me parece de capital importancia.

    Se muestra con claridad que la obra de destrucción de la fe sacramental y la moral católicas cuyo culmen es el cap 8 de la AL bergogliana sería incompleta si no se destruyera la vida contemplativa, que es el corazón de la Iglesia. Y que es el lugar al cual, naturalmente, confluye la reserva anímica de los verdaderos creyentes. Son quienes que podrían salvar al mundo y a la Iglesia de la barbarie que nos acecha, como ocurrió en la Edad Media. Vivimos en un mundo de esplendor de la técnica pero con un nivel humano en completa decadencia.

    Bergoglio sabe muy bien adonde apunta su persecución satánica para que le cierren las cuentas de su acción demoledora de la Santa Madre Iglesia: la vida monacal. Y lo peor es que la enorme mayoría de católicos ni se entera de esto.

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