Mientras la atención de los medios de comunicación está distraída con los trabajos del Sínodo y el comunicado de la Santa Sede sobre el caso McCarrick, el sábado 6 de octubre el Papa Francisco ha nombrado a los nuevos miembros y a los consultores del recién creado dicasterio para los laicos, la familia y la vida.
La lectura de sus nombres reserva no pocas sorpresas. Por lo menos dos.
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En primer lugar, se destaca entre los miembros del Dicasterio la ausencia del nombramiento del presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el arzobispo Vincenzo Paglia, y del canciller de la misma, monseñor Renzo Pegoraro. Estas ausencias parecen todavía más estridentes si se consideran los estrechos vínculos entre la Academia y este Dicasterio, como resulta de los renovados estatutos de ambas instituciones.
¿Éste es el signo de una declinación de la consideración de Paglia a los ojos del papa Francisco? ¿O bien de una irritación creciente en la Secretaría de Estado por su activismo incontrolable y sus declaraciones con frecuencia embarazosas para la Santa Sede? ¿O bien también de una discrepancia insalvable entre el cardenal Kevin J. Farrell, prefecto del Dicasterio, y Paglia, quienes tienen efectivamente visiones muy distantes y contradictorias sobre los temas de la sexualidad, de la familia y de la bioética?
Las más plausibles parecen ser la segunda y tercera motivación. Ciertamente, la ausencia de Paglia es clamorosa, incluso puesta frente al rol importante jugado por el anterior presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Elio Sgreccia, hoy cardenal, en el Pontificio Consejo para la Familia que fue el precursor del actual dicasterio – durante algunos años fue también el secretario – y con el rol todavía más importante llevado a cabo por el mismo Paglia en el mismísimo Pontificio Consejo del que ha sido presidente hasta su disolución..
Un peso considerable en esta ausencia de los miembros de la cúpula de la Academia para la Vida entre los miembros y los consultores del Dicasterio debe haberlo tenido el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, cuya estrategia, en este último año, ha sido la de obturar los cada vez más evidentes contrastes entre el cardenal Farrell y sus colaboradores – en especial, la subsecretaria Gabriella Gambino – por un lado y por otro lado Paglia y los suyos, en primer lugar el jesuita Carlo Casalone, ex responsable del centro cultural San Fedele, de Milán – en el pasado reciente una fragua de novedades bioéticas desconcertantes, junto con el moralista Maurizio Chiodi, de la Facultad Teológica de Italia septentrional – y ahora transferido a Roma, al ”círculo interior” del papa Francisco, junto al cófrade Antonio Spadaro, y ahora omnipresente en la Academia para la Vida, aunque con un rol secundario.
Para controlar el incendio, como buen bombero Parolin intentó tener separados el fuego y… la paja. “Divide et impera”. Y quizás con esta selección de miembros y consultores del Dicasterio lo haya logrado. Pero ahora, en el interior de la Santa Sede, no tendremos una sino dos “autoridades” en la materia de bioética y familia: por una parte, el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y por otra parte la Pontificia Academia para la Vida y el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia, dirigido también éste por Paglia, con el decano PierAngelo Sequeri en posición evidentemente subordinada.
¿Funcionará este doble canal de la bioética vaticana, y además con un Papa que no está personalmente versado en la materia, a diferencia de sus dos predecesores? ¿O por el contrario, creará confusión entre los obispos que en las visitas “ad limina” dan vueltas por dicasterios y otras instituciones vaticanas en búsqueda de indicaciones y de aclaraciones sobre las cuestiones delicadas de la vida, la sexualidad, la procreación, la familia, la investigación biomédica, la eutanasia, etc., que surgen en sus países? ¿A quién escucharán si sentirán dos campanas diferentes?
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En segundo lugar, una atenta lectura de los nombres de los miembros y de los consultores nombrados por el papa Francisco revela que entre ellos hay miembros de la Pontificia Academia para la Vida actualmente en el cargo, es decir, reconfirmados después de la renovación del estatuto, como Manfred Lütz, amigo personal de Joseph Ratzinger, Laura Palazzani y monseñor Jacques Suaudeau, quien durante varios años fue funcionario de estudio de la Academia, con Sgreccia, así como miembros clamorosamente excluidos luego de la renovación del estatuto, como el estadounidense Thomas W. Hilgers, fundador y director del Instituto Papa Pablo VI para el Estudio de la Reproducción Humana y uno de los mayores expertos sobre los métodos naturales, defensor valiente y batallador de “Humanae vitae”, todos ellos en posiciones “conservadores” en la programación de la bioética católica basada en el magisterio de los Papas y de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
¿Esto significa que el Dicasterio intenta posicionarse – a diferencia de la Pontificia Academia para la Vida – en la vertiente “tradicional” de la bioética católica, dejando a Paglia las “aperturas” en temas controvertidos o el cultivo de nuevos temas como la robótica, la ecología, la inteligencia artificial, etc.?
O en otras palabras: ¿tendremos dos filones de la antropología y de la ética de la vida, de la sexualidad y de la familia que crecerán y se desarrollarán paralela o directamente en conflicto entre ellos, en el seno de la Santa Sede?
¿Por qué remontarse a Mons. Elio Sgreccia que fue presidente de la Academia para la Vida de 2004 a 2008? ¿Por qué no citar al antecesor de Paglia, el catalán Ignacio Carrasco de Paula? Parece que se dan muchas vueltas para eludir que el Opus ha perdido buena parte de su gran poder con estos nombramientos. Esos organismos vaticanos de laicos, familia y vida estaban prácticamente copados por el Opus, con una prevalencia de miembros escandalosa, dado el muy pequeño tamaño numérico del Opus. Como el opusino Ignacio Carrasco de Paula, que se dedicó a promover a pro abortistas. Estos nombramientos, ocultados por los medios españoles, suponen prácticamente una expulsión del Opus del Vaticano. Y no ha sido fácil. Da la medida de la entidad de estos nombramientos que el Dicasterio se fundara hace unos años y el Papa lo tuviera vacante, sin nombrar a sus miembros. Hecho completamente ilógico, que sin embargo no ha sido criticado. Cómo qué ahí estaba en juego el poder del Opus, y al Papa le ha costado mucho quitárselo.
Con la lógica opusina veremos redoblados ataques contra la Iglesia y el Papa. Nuevos Viganós-Tossatis y cosas así. Recemos con el Papa a San Miguel para que expulse a los diablos de la Iglesia.
Si yo fuera obispo me manterdría lejos del Vaticano en cuanto a cuestiones de bioética o cualqueir otro tema doctrinal mientras no termine el Pontificado de Francisco. La nueva Academia liderado por el Profesor Seifert podrá dar a los obispos que deseen orientación consejos sólidos, seguros y otrodoxos.