«El escrito es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII… No hay otras interpretaciones». Con estas palabras en una carta del 5 de setiembre del año pasado, el papa Francisco aprobaba una nota de los obispos de la región de Buenos Aires, en la que al interpretar la exhortación apostólica post-sinodal «Amoris laetitia» admitían la posibilidad de la comunión eucarística a los divorciados que se han vuelto a casar y que siguen conviviendo «more uxorio».
Pero se trataba de una carta privada dirigida a un monseñor argentino empleado en la secretaría de ese grupo de obispos. Y la nota aprobada por el Papa no estaba destinada inicialmente para ser publicada y no tiene en la parte inferior los nombres de los firmantes. Demasiado poco y mal para clarificar en forma definitiva el sentido auténtico – es decir, atribuible con certeza a su autor – de «Amoris laetitia».
Lo ha intentado en estos días el teólogo más próximo al Papa, el argentino Víctor Manuel Fernández, queriendo cerrar la cuestión, con el tibio auxilio del «L’Osservatore Romano». Pero sin éxito.
Y no podía ser de otra manera, porque la confusión está en el origen. Y en el texto mismo de «Amoris laetitia», que no dice jamás en forma íntegra o en modo claro e incontrovertible lo que el papa Francisco se limita a hacer intuir.
El pasaje que más se aproxima está en el parágrafo 305:
«A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado – que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno – se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y tambén se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia».
Y en la nota 351 vinculada a ese pasaje:
«En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso ‘a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor’: Exhort. ap. ‘Evangelii gaudium’ (24 de noviembre del 2013), 44: AAS 105 [2013], 1038). Igualmente destaco que la Eucaristía ‘no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles'» (ibid., 47: 1039)».
Como es archiconocido, se ha pedido a Francisco en varias formas y más y más veces que arrojara claridad sobre un texto tan confuso y difícil de entender. En particular por parte de cuatro cardenales, pero a los cuales el Papa no ha querido brindar respuesta y ni siquiera conceder una audiencia.
Pero de hecho aquí llega Fernández, justamente, para sentenciar que la carta a los obispos de la región Buenos Aires es más que suficiente para el que quiere «conocer cómo el Papa mismo interpreta lo que él escribió».
Y a quien objeta que una carta de ese tipo es demasiado poco, Fernández lo refuta desempolvando un antecedente respecto a la interpretación del Concilio Vaticano I, cuando Pío IX aclaró en 1875 un punto controvertido, haciendo propia una lectura de los obispos de Alemania al canciller Bismarck.
«Si el Papa recibió un carisma único en la Iglesia al servicio de la interpretación correcta de la Palabra divina – escribe perentoriamente Fernández –, esto no puede excluir su capacidad para interpretar los documentos que él mismo escribió». No importa cómo y cuándo lo hace, lo importante es que se sepa que la «guerra» contra él ha terminado.
«Lo que queda después de la tormenta»: el teólogo de confianza del Papa quiso titular de este modo el ensayo que ha publicado en el último número de «Medellín», la revista de teología del Consejo Episcopal Latinoamericano, en vísperas del viaje de Francisco a Colombia, en setiembre, y a Chile y a Perú en el próximo mes de enero:
> El capítulo VIII de «Amoris Laetitia»: lo que queda después de la tormenta
Al ser el autor del artículo no solamente muy cercano a Jorge Mario Bergoglio sino también el redactor material de buena parte de «Amoris laetitia», al punto que en ésta se encuentran literalmente extractos de sus artículos de hace una década, su pronunciamiento ha sido inmediatamente interpretado como inspirado por el propio Papa en persona.
Quien habría querido aclarar de una vez por todas – a través de Fernández, elegido como su portavoz – sobre todo dos cosas.
La primera es que la interpretación de los obispos argentinos es también la suya y es la justa.
La segunda es que si Francisco prefirió abrir a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar no en el cuerpo de «Amoris laetitia», sino sólo en débiles notas a pie de página, es porque ha querido hacerlo «de una manera discreta», porque el centro del documento no lo considera allí, sino en los capítulos «dedicados al amor».
Pero se mantiene la pregunta: ¿qué grado de autoridad puede atribuirse a un artículo como el que apareció en la revista «Medellín», firmado por un teólogo considerado universalmente menos que mediocre?
Para elevarlo de nivel han probado, en el Vaticano, con dos pasos sucesivos: uno antes y el otro después de la publicación del artículo.
En efecto, ya antes de la publicación del artículo de Fernández, tanto la nota de los obispos de la región de Buenos Aires como la carta de Francisco a su «delegado» Sergio Alfredo Fenoy habían sido promocionadas en la página web oficial que reúne la totalidad de los escritos y de los discursos papales:
Mientras que después de la publicación del artículo fue «L’Osservatore Romano», el diario de la Santa Sede, quien dio la noticia el 22 de agosto y sobre todo declaró que «cuando se interpreta el capítulo octavo de ‘Amoris laetitia’, en particular en referencia al acceso a la comunión eucarística para los divorciados que se encuentran en una nueva unión», es necesario hacer propio lo que se lee en el artículo de Fernández publicado en «Medellín», que es lo siguiente:
«Conviene partir de la interpretación que el mismo Francisco hizo de su propio texto, explícita en su respuesta a los Obispos de la región Buenos Aires. Francisco propone un paso adelante, que implica un cambio en la disciplina vigente. Manteniendo la distinción entre bien objetivo y culpa subjetiva, y el principio de que las normas morales absolutas no admiten excepción, distingue entre la norma y su formulación y sobre todo reclama una atención especial a los condicionamientos atenuantes. Estos no se relacionan sólo con el conocimiento de la norma sino especialmente con las posibilidades reales de decisión de los sujetos en su realidad concreta».
Pero ambos pasos no aparecen para nada resolutivos.
Ante todo, al insertar la carta de Francisco a los obispos argentinos en la recopilación de los actos del pontificado no dice nada sobre el grado de autoridad, porque esa recopilación es extremadamente diversificada e incluye, por ejemplo, las conversaciones informales que Francisco mantiene en el avión cuando vuelve de cada viaje.
En segundo lugar, impacta la retrospectiva relajada con la que «L’Osservatore Romano» ha relanzado el pretencioso artículo de Fernández. En la página seis, sin ninguna referencia en la primera, y con un título que no permite entender en lo más mínimo el contenido:
Y eso no es todo. La cita de «L’Osservatore», en vez del artículo verdadero y propio de Fernández, está retomada de su «Resumen» inicial, del que reproduce la primera mitad.
Queda intacto, en síntesis, el pecado de origen, es decir, la confusa y complicada redacción de «Amoris laetitia» y especialmente de su capítulo octavo. Pero a Francisco, evidentemente, le gusta así.
Con todo respeto se advierte que si tiene que recurrir a esos medios y a Fernández es porque ya no le quedan otros que tengan peso específico teológico y sacramental. Fernández es una elaboración episcopal de PP para que pudiera integrar el Sínodo de los Obispos y la Comisión Redactora, aún así no funcionó. Vean con detenimiento el numeral 86 de la Relación Final del Sínodo donde claramente se dice: «Dado que en la misma ley no hay gradualidad (cf. FC, 34), este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia y eso es lo que dice el actual a cargo de la Doctrina de la Fe».
Ni el PP ni el Sínodo han dicho las siete palabras temidas “los divorciados vueltos a casar pueden comulgar” y estimo que no las dirán. Hubo una subestimación de la tolerancia que los creyentes tienen sobre la salvación del alma y cómo acceder al Reino.
Cuando se dice «este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia» pone un límite que es la Verdad y esa Verdad es la Palabra y la Palabra es Cristo, las exigencias de la verdad son saber distinguir el bien del mal desde el amor a Dios y de allí al hermano.
Finalmente no le pueden decir a nadie que se debe mantener en el pecado porque la Gracia no le va allegar nunca o que no hay Gracia suficiente que sea superior a las imposibilidades humanas.
Por muchas vueltas que le quiera dar Magister, está clara la intención del Papa. Primero porque lo dice la AL, de forma ambigua como manera de introducir la novedad sin escandalo. Segundo, porque es la interpretación de Schonborn nombrado portavoz oficial de la AL. Tercero, por la carta del Papa a los obispos argentinos. Cuarta, por la publicación en el Observatore Romano, de la carta escandalosa de los obispos de Malta. Quinta, por las palabras de Trucho, etc.
Y por último, si alguien quiere una sentencia definitiva de Francisco, creo que no la tendrá, porque en los últimos años de la Historia de la Iglesia, hemos visto que las herejías no se han introducido mediante sentencias formales, sino mediante frases ambiguas, que han ido calando en los fieles, hasta deformar la verdad, para hacerla irreconocible. Además, la máxima dice «Quien calla, otorga» ¿alguien puede dudar por algún momento la intención de Francisco, de que su silencio, es el total apoyo a comunión de los divorciados?
Pero yo me pregunto: ¿Cómo y cuándo va a terminar esto?
Se equivoca Magister. El trucho no es el portavoz de Bergoglio, es al revés, el Trilero porteño es el portavoz del Trucho. El Trucho escribe y el otro firma, el listo crea y el menos dotado da la cara.
Habló Fernández. Se acabaron las «dubia»
José Luis Aberasturi, el 25.08.17 a las 11:17 AM
Hace unos días, la semana pasada, uno de los cardenales firmantes de las ya “famosas” dubia, dio públicamente un nuevo toquecillo al tema, porque seguía sin respuesta ni solucion.
Al cabo de nada, habló Fernández, ” la voz agradecidísima de su amo», y todo está ya aclarado por siempre jamás. Porque no se corta un pelo y afirma rotundamente que lo que él dice es lo que dice exactamente el Papa. Y entra a saco.
Comunión a los católicos divorciados y reajuntados [la expresión es mía] sin mediar sentencia de nulidad? Por supuesto. Y afirma que esa es la “nueva puerta” que abre Francisco. Y se remite a la carta del Papa en respuesta a la pastoral de los obispos de Buenos Aires para aplicar en sus diócesis la AL. Y la contestación fue “afirmative». A éstos sí contestó, y deprisita.
Y así va el Fernández, “la voz agradecidísima de su amo», desgranando una por una todas las “dubia” para convertirlas en realidad y certezas.
Por si alguien albergará alguna duda al respecto, a los dos días, el Vaticano publicaba precisamente esa carta-respuesta del Papa. Que será casualidad, que lo será, pero que es “mucha», muchísima casualidad. Y no lo es, sino que se ha cerrado la atenaza, para amordazar a todo el que disidentes.
Pero si esto va adelante, la Iglesia Católica se abre en canal, porque la AL -y siento dolor al escribirlo- con esa “apertura” se carga TODOS los Sacramentos: no deja nada en pié. Y la Iglesia, así, desaparece, porque ya no está Cristo: se le habria echado de su hogar. Se repetiría la historia: “Nolumus hunc regnare super nos!»; cuando el grito que nos deberia salir del alma es “Volumus illum regnare!”
El que haya gente que no lo vea así, yo no tengo la culpa. Y lo asumo escribiendo esto precisamente, tal como yo lo veo por si le puede servir a alguien: no tengo otra intención. Es mi “opinión personal», y nada más que mi opinión personal.
Lo que ha quedado claro es que, si uno tiene algo dentro del alma y de la conciencia, se tiene que enfrentar a esto, y a lo que esto trae consigo: “acepto como doctrina y praxis católicas que los católicos divorciados y reajuntados -medie o no “matrimonio civil»-, aún admitiendo que viven en una situación objetiva y estable de pecado grave, pueden subjetivamente en conciencia decidir acercarse a comulgar porque no son subjetivamente culpables, si o no».
Uno puede seguir “viendolas venir” o “como el que oye llover y deja caer», algo que para muchos miembros de la jerarquía católica es casi, casi como “marca de la casa», y seguir preocupados y ocupados con los inmigrantes, especialmente los musulmanes.
O puede uno seguir, erre que erre, “el Papa, el Papa” -que esto también ocurre- y pretender que no pasa nada, renunciando a pensar y a entender -como nos anima insistentemente el mismo Jesús- y renunciar también a “criticar», palabra tan amada por el papa Benedicto XVI, por humana y por espiritual.
Pero estas dos posturas ya no valen: no han valido nunca, pero ahora con mayor motivo, porque las cartas ya están sobre la mesa y boca arriba. Hay lo que hay. Y hay que retratarse, hay que mojarse. Es urgente.
Esta en juego ni más ni menos que el ser o no ser de la Iglesia, porque está en juego la Verdad, que es Cristo. Y, en definitiva, la salvación de todos