PUBLICIDAD

Los «cristianos ocultos» de Japón. Demasiado incómodos para este pontificado

|

El Papa Francisco ha expresado en diversas ocasiones su admiración por los «cristianos ocultos»  de Japón, que aparecieron milagrosamente de nuevo con su fe intacta en la segunda mitad del siglo XIX, tras dos siglos y medio de feroz aniquilación del cristianismo en ese país.

Pero pocos conocen la verdadera historia de este milagro, en los límites de lo increíble, y que ha sido reconstruida el jueves 12 de octubre, en una fascinante conferencia en el aula magna de la Pontificia Universidad Gregoriana, por el jesuita japonés Shinzo Kawamura, profesor de historia de la Iglesia en la Sophia University de Tokio y autor de los estudios más actualizados sobre el tema.

El texto íntegro de su conferencia, pronunciada con ocasión del 75 aniversario de las relaciones diplomáticas entre Japón y la Santa Sede, se puede leer en esta otra página de Settimo Cielo:

> Pope Pius IX and Japan. The History of an Oriental Miracle

Más abajo publicamos un extracto. De su imprescindible lectura se concluye que lo que permitió la transmisión de la fe católica, de generación en generación, entre esos cristianos privados de sacerdotes y totalmente aislados del mundo fue, fundamentalmente, una tradición oral hecha de pocas verdades decisivas, que concernían a los sacramentos y, en primer lugar, a la confesión, según cuanto enseñaba el Concilio de Trento.

Por consiguiente, fue el catolicismo «tridentino» el que alimentó a esos «cristianos ocultos». Con su doctrina del pecado y del perdón sacramental que ellos, ante la ausencia de un confesor, anticipaban con actos repetidos de perfecta contrición, pero también con la visión profética que un día éste llegaría.

Eran actos de contrición que seguían, a veces, al pecado de apostasía, es decir, al haber pisado públicamente el «Fumie», la imagen de Jesús, obligados a ello por sus perseguidores, a los que debían demostrar que abjuraban de la fe cristiana, so pena de muerte.

Pecado y perdón. Curiosamente, sin embargo, en esa misma celebración académica del 12 de octubre en la Gregoriana, tras la conferencia de Kawamura hubo la de otro estudioso de la materia, Adelino Ascenso, portugués, misionero en Japón, que ha afrontado la cuestión  de la apostasía desde un punto de vista opuesto.

De hecho, ya en el título de su conferencia Ascenso ha hablado de «conflicto y reconciliación» en lugar de pecado y perdón.

Ha tomado como paradigma la historia del jesuita Rodrigo en la célebre novela de Shusaku Endo «Silencio», convertida recientemente en película por Martin Scorsese.

También Rodrigo –ha explicado Ascenso– abjuró pisando el «Fumie», pero se reconcilió con este acto interpretándolo como asimilación a un Jesús «débil» y «frágil», muy distinto y más verdadero que el Jesús «heroico» importado por los primeros misioneros a Japón, como obsequio a los «estereotipos» del catolicismo occidental.

No es un misterio que este cambio de paradigma –caracterizado por la denominada «inculturación»– está apoyado en la actualidad por amplios sectores de la Iglesia y por el propio Papa Francisco, como se vio en el debate que acompañó el estreno de la película de Martin Scorsese:

> Basta de proselitismo, es tiempo de «Silencio». También para las misiones católicas

Pero es fácil intuir que un paradigma como éste –y mucho menos el protestantismo, como ha observado Kawamura– nunca habría tenido la fuerza de generar un milagro «exceedingly Catholic» como el de los «cristianos ocultos».

*

LOS «CRISTIANOS OCULTOS» DE JAPÓN. LA HISTORIA DE UN MILAGRO DE ORIENTE

por Shinzo Kawamura, S.J.

El 8 de enero de 1867, el Papa Pío IX envió un mensaje especial al padre Bernard Petitjean, de la Société des Missions Étrangères de París, que en esa época desarrollaba su labor misionera en la ciudad de Nagasaki. La intención del Santo Padre era dar su bendición especial a un acontecimiento que él definió con énfasis un «Milagro de Oriente».

Lo que él llamó el «Milagro de Oriente» era el acontecimiento que, tres años antes de enviar este mensaje, el 17 de marzo de 1865, se había verificado en una de las iglesias más antiguas de Japón, la «Oura Tenshudo» de Nagasaki, conocida también como la Basílica de los Veinticinco Santos Mártires de Japón.

Un grupo de unas quince personas, descendientes de los cristianos ocultos de Nagasaki Urakami, visitaron la Oura Tenshudo, construida poco tiempo antes, e iniciaron un diálogo con el padre Petitjean.

Hablando con él le dijeron: «Pertenecemos a su misma fe. ¿Dónde podemos encontrar la imagen de Santa María?».

En cuanto estos cristianos ocultos supieron que habían entrado en Japón sacerdotes católicos, un número cada vez mayor de ellos dejó de ocultarse y al cabo de un tiempo su número superó los diez mil.

Tras haber tenido confirmación que la fe de estos sacerdotes era la misma que profesaban sus antepasados cuatrocientos años antes, estos cristianos ocultos volvieron a la Iglesia católica.

Tres palabras clave

Estos cristianos ocultos habían soportado casi 250 años de persecución  a causa de las prohibiciones que les había impuesto el régimen de los Tokugawa. Sin embargo, siguieron preservando fielmente su fe y cuando juzgaron que había llegado el tiempo adecuado para hacerlo, volvieron a la Iglesia católica. Realmente fue un milagro, pero mi pregunta es la siguiente: ¿qué hizo posible este milagro?

Me gustaría indicar tres palabras clave que considero son las más decisivas en lo que concierne a este «Milagro de Oriente».

La primera palabra clave es «confraternidad», o «confraria». Esto ha sido lo que les permitió descubrir un método sistemático para preservar su fe durante ese largo periodo de tiempo.

La segunda palabra clave puede resumirse en la expresión: «Profecía del catequista Sebastián». Sebastián era el nombre de un catequista que sufrió el martirio durante el periodo de las persecuciones, hace casi doscientos años. Conservamos una obra suya titulada: «Profecías de la futura resurrección de la Iglesia de Cristo». Esta obra ha sido fuente de esperanza para los cristianos ocultos, y ha sido aceptada y transmitida de generación en generación. Para los cristianos ocultos era un mensaje para el futuro.

La tercera palabra clave se refiere a un opúsculo titulado: «Libro de contrición y oración». Este pequeño volumen esta formado por las memorias o recuerdos de sus antepasados, amorosamente custodiados por los cristianos ocultos, para los que era su fuerza motriz. Servía también para autentificar su conocimiento sobre los sacramentos que habían sido celebrados en el periodo de la primera cristianización.

Proporciono ahora una explicación elemental de cada una de estas palabras clave.

1. La «Confraria», o comunidad de laicos

Desde los tiempos de San Francisco Javier existían comunidades que eran gobernadas y supervisadas sólo por laicos, como organizaciones territoriales, en distintas regiones del país.

La primera comunidad eclesial de Japón estaba constituida por cristianos laicos, que adoptaron como modelo la «Confraria da Misericordia» portuguesa. Cuando Europa empezó a atreverse a ir cada vez más lejos durante el periodo de las grandes navegaciones, también esta «Confraria» se extendió a distintas regiones de la tierra y, al cabo de un tiempo, penetró también en Japón donde, entre otras actividades, se dedicaba a la gestión de hospitales.

En  cualquier área, además de las visitas periódicas de los misioneros, el mantenimiento y el gobierno de la comunidad estaba en manos de jefes laicos y miembros del grupo.

Según las estadísticas del último decenio del siglo XVI, el número total de creyentes cristianos era de 220.000 y los sacerdotes eran apenas cuarenta misioneros jesuitas.

En 1587, Hideyoshi promulgó el «Bateren tsuihō-rei», una ley que expulsaba a los misioneros, marcando el inicio de la primera persecución.

Uno de los resultados de esta ley de expulsión fue el hecho que estas comunidades laicas, que hasta ese momento estaban vinculadas entre sí por su implicación en actividades caritativas en distintas regiones, al cabo de poco tiempo empezaron activamente a prepararse para afrontar la persecución y, en consecuencia, su estructura cambió. Se transformaron en comunidades de apoyo y de ayuda recíproca.

En otras palabras, renacieron como comunidades de cristianos ocultos, dispuestas a enfrentarse a la persecución en marcha. Sus jefes laicos celebraban los bautismos y transmitían las enseñanzas de Cristo a los miembros de sus comunidades.

Es decir, estas comunidades de cristianos ocultos, totalmente privadas de sacerdotes, constituyeron un secreto que permaneció oculto a las autoridades, un secreto que duró 250 años. La primera razón de esto es el hecho que durante todo el periodo de la primera cristianización estas comunidades, cuya estructura seguía el modelo de la «Confraria», eran grupos profundamente arraigados en suelo japonés.

2. La «Profecía del catequista Sebastián»

Existía una tradición oral titulada «Profecía del catequista Sebastián», que proporcionaba a estas comunidades cristianas la esperanza de una futura resurrección.

El hombre llamado Sebastián era un catequista. Se dice que había sido discípulo de un tal Joào. En 1657 fue capturado por los agentes del magistrado de Nagasaki y fue decapitado tras tres años y tres meses de encarcelamiento.

Se cree que en dicha ocasión dijo una profecía. La parta más relevante de esta profecía es la siguiente: «Cuando hayan pasado siete generaciones llegará una nave negra, en la que habrá algunos confesores. Y entonces las personas podrán confesarse, incluso cada semana”.

El hecho que Sebastián profetizara que volverían «algunos confesores» es un punto que tiene un valor fundamental.

Estos cristianos ocultos eran personas obsesionadas con la idea de tener a alguien con la autoridad de perdonar los pecados.

En otras palabras, para estos cristianos ocultos era absolutamente crucial que las personas que llegaran a Japón en un futuro fueran sacerdotes católicos o ministros de la Iglesia.

Para poder verificar que los confesores que llegaran fueran realmente sacerdotes, Sebastián les dijo a los miembros de la comunidad cristiana que tenían que plantearles tres preguntas, para saber si eran capaces de dar las respuestas justas. Las preguntas eran:

Primera: «¿Es usted célibe?».
Segunda: ¿Cuál es el nombre de su jefe en Roma?».
Tercera: «¿Venera usted a la Santísima Virgen María?».

Cuando los cristianos ocultos salieron al descubierto la primera vez, la pregunta que le plantearon al padre Petitjean fue, de hecho: «¿Dónde está la estatua de Santa María?». Esta pregunta prácticamente ha entrado en la leyenda, pero gracias precisamente a la transmisión oral de la «Profecía del catequista Sebastián» ahora somos capaces de captar su significado.

Con anterioridad, los cristianos ocultos de Urakami habían entrado en una iglesia protestante, en Nagasaki. Pero cuando la esposa del pastor los recibió y les ofreció un té ingles, abandonaron rápidamente ese lugar.

3. El papel del «Konchirisanoriyaku» y de la «Orasho»

El Concilio de Trento, concluido en 1563, estableció que por lo menos una vez al año todos los fieles tenían que cumplir el sacramento de la penitencia, es decir, de la confesión, porque morir en estado de pecado mortal significaba ir al infierno.

En especial, las personas que estaban enfermas o agonizantes tenían miedo de morir sin recibir el perdón de sus pecados.

En respuesta a este miedo que sentían los creyentes cristianos, los misioneros jesuitas de esa época empezaron a introducir medidas dirigidas a aliviar sus penas, con una interpretación amplia de las siguientes palabras del Concilio de Trento: «La reconciliación entre el individuo y Dios puede obtenerse con una verdadera contrición».

En los casos en que no hubiera sacerdotes disponibles, permitieron a las comunidades de cristianos los siguientes procedimientos excepcionales: si el pecador había experimentado una verdadera contrición, es decir, si se había arrepentido sinceramente de su pecado, entonces la efectiva confesión del pecado podría posponerse hasta el momento en que hubiera un sacerdote disponible.

Sobre esta base se publicó e imprimió en Japón un opúsculo titulado “Konchirisanoriyaku». La palabra «Konchirisan» calca la palabra portuguesa «contrição», contrición, pronunciada en la lengua japonesa.

El «Konchirisanoriyaku» explica el significado decisivo de la «verdadera contrición». Dice, además, que cuando nos embarcamos en viajes largos, o cuando estamos en situación de guerra, de conflictos, etc., si no hay sacerdotes disponibles entonces tenemos que reconciliarnos predisponiéndonos a llevar a cabo nuestra confesión en un segundo momento.

Para utilizarla en dichas circunstancias, los miembros de las comunidades cristianas compusieron una oración conocida como «Orasho”, y se estableció la práctica para los creyentes cristianos de recitar esta oración a diario.

Esta oración conocida como «Orasho» fue un gran consuelo para los miembros de las comunidades cristianas que, a causa de la persecución, no podían entrar en contacto con sacerdotes católicos.

Por ejemplo, en las ocasiones en las que los funcionarios del régimen de los Tokugawa obligaban a los cristianos a pisar el «Fumie», la imagen de Jesús, como signo de abjuración, había creyentes que lo hacían sin dudarlo. Sin embargo, estos mismos creyentes, de vuelta ya en sus casas, recitaban repetidamente la «Orasho» para expiar lo que acababan de hacer. Lo hacían con la conciencia que, en un futuro, aparecería un sacerdote al que podrían confesar su pecado.

Esta regla, que ha permitido a los cristianos ocultos posponer sus confesiones a un futuro sucesivo, a cuando hubiera sacerdotes disponibles, sirvió también para infundir en sus corazones la firma convicción que la Iglesia, al cabo de un tiempo, reviviría. Era una esperanza que surgía en sus corazones gracias a los recuerdos que habían custodiado cuidadosamente en relación a los sacramentos.

En otras palabras, podemos afirmar que se debe en gran parte a la memoria que habían conservado de los sacramentos si estos cristianos ocultos fueron capaces de sobrevivir durante tanto tiempo como una comunidad de fe.

Hay que admitir que toda esta historia es sumamente «católica»: de hecho, habría que preguntarse si dicho milagro hubiera tenido realmente lugar si en Japón hubiera habido, en cambio, iglesias protestantes durante la prima cristianización.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *